Las
fiestas de navidad y de fin de año han pasado dejando, en los niños, alguna
alegría por un juguete nuevo; utensilio que será olvidado en pocos días y pasará
a ser reliquia de un viejo nostálgico o alcanzará larga vida para ser el regalo
de otro niño o terminará en la basura de los plásticos que perecen.
Que
en pocos días un juguete sea olvidado para ser cambiado por otro (o destruido
para que su naturaleza pueda adecuarse a lo que el niño desea) tiene una
explicación categórica: la imaginación de los niños no soporta el vacío de un
objeto limitado.
¿Dónde
se encuentra su límite? En la naturaleza del producto que las tiendas quieren
ofrecer. De esa forma, en los comerciales televisivos les imponen a los niños
—en imágenes— cómo deberían manejar su juguete: esta muñeca nada dentro de la
piscina de plástico, este auto corre sobre una autopista curvilínea o aquel
helicóptero se eleva con el botón que presionas en nombre de la emoción. Es la
faena que los señores amos del marketing proponen, construyendo un producto que
los usuarios destruirán. Los niños arrastrarán las propuestas por el suelo del
absurdo.
La
actitud de diversión ante su regalo, puede durar en el niño lo suficiente como
para saber que ha valido la pena; pero ese tiempo podrá ser prolongado o no
dependiendo de algo que, incluso en el joven y el adulto, limita su potencialidad:
la tecnología, el verdadero motivo de un veloz aburrimiento.
La
tecnología nos ha dado tanta ociosidad como aceleradas dosis de trabajo. Y
pretende explotar en el niño su propensión a ser influenciado. Pero éste
desobedece: deja su avión y su auto a control remoto y los convierte en entes
independientes de las baterías o las pilas, los hace tan libres como su
legítima imaginación y se enrumba con ellos a los mundos más desconcertantes,
para que ningún control reste el legítimo motivo de su verdad.
El
objeto como juguete o el juguete como objeto tiene que sentir la mano libre en
un mundo de ilusión, llevar la esencia de ser absolutamente manipulable ante el
personaje del que tanto hablan los comerciales en estas fiestas: el niño. Y que
esas a veces huachafas frases como “la navidad es de los niños” o “no dejes de
regalarle a tus niños estas ofertas”, puedan ser representadas mejor por una
hermosa realidad: romper los parámetros y hacer del juguete el sueño incompleto
que nuestros hijos desean.
Los seres humanos
jóvenes o adultos racionales debemos seguir —en cierto sentido— el ejemplo de
los niños: romper los límites que nos muestran los comerciales, los programas
basura, las cándidas telenovelas, el pretencioso chisme, la rutinaria
“farándula”, las inalcanzables “vacaciones”, el perfil de belleza, y poder
reparar de cierta forma la enajenación (de la que hablaba Fromm) o la alienación
(a la que se refería Marx) solamente con una causa: desobedecer en la razón lo
que pretende empobrecernos.
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