martes, 17 de febrero de 2015

"La finalidad del juguete y la desobediencia" - Por: César Boyd Brenis - Diario "La Industria" (08/01/15)

Las fiestas de navidad y de fin de año han pasado dejando, en los niños, alguna alegría por un juguete nuevo; utensilio que será olvidado en pocos días y pasará a ser reliquia de un viejo nostálgico o alcanzará larga vida para ser el regalo de otro niño o terminará en la basura de los plásticos que perecen.

Que en pocos días un juguete sea olvidado para ser cambiado por otro (o destruido para que su naturaleza pueda adecuarse a lo que el niño desea) tiene una explicación categórica: la imaginación de los niños no soporta el vacío de un objeto limitado.

¿Dónde se encuentra su límite? En la naturaleza del producto que las tiendas quieren ofrecer. De esa forma, en los comerciales televisivos les imponen a los niños —en imágenes— cómo deberían manejar su juguete: esta muñeca nada dentro de la piscina de plástico, este auto corre sobre una autopista curvilínea o aquel helicóptero se eleva con el botón que presionas en nombre de la emoción. Es la faena que los señores amos del marketing proponen, construyendo un producto que los usuarios destruirán. Los niños arrastrarán las propuestas por el suelo del absurdo.

La actitud de diversión ante su regalo, puede durar en el niño lo suficiente como para saber que ha valido la pena; pero ese tiempo podrá ser prolongado o no dependiendo de algo que, incluso en el joven y el adulto, limita su potencialidad: la tecnología, el verdadero motivo de un veloz aburrimiento.

La tecnología nos ha dado tanta ociosidad como aceleradas dosis de trabajo. Y pretende explotar en el niño su propensión a ser influenciado. Pero éste desobedece: deja su avión y su auto a control remoto y los convierte en entes independientes de las baterías o las pilas, los hace tan libres como su legítima imaginación y se enrumba con ellos a los mundos más desconcertantes, para que ningún control reste el legítimo motivo de su verdad.

El objeto como juguete o el juguete como objeto tiene que sentir la mano libre en un mundo de ilusión, llevar la esencia de ser absolutamente manipulable ante el personaje del que tanto hablan los comerciales en estas fiestas: el niño. Y que esas a veces huachafas frases como “la navidad es de los niños” o “no dejes de regalarle a tus niños estas ofertas”, puedan ser representadas mejor por una hermosa realidad: romper los parámetros y hacer del juguete el sueño incompleto que nuestros hijos desean.

Los seres humanos jóvenes o adultos racionales debemos seguir —en cierto sentido— el ejemplo de los niños: romper los límites que nos muestran los comerciales, los programas basura, las cándidas telenovelas, el pretencioso chisme, la rutinaria “farándula”, las inalcanzables “vacaciones”, el perfil de belleza, y poder reparar de cierta forma la enajenación (de la que hablaba Fromm) o la alienación (a la que se refería Marx) solamente con una causa: desobedecer en la razón lo que pretende empobrecernos.

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