domingo, 26 de agosto de 2018

“La llamada de la tribu”, un enfoque dialéctico - Por: César Boyd Brenis - Diario La Industria (26/08/18)

El libro “La llamada de la tribu” de Mario Vargas Llosa fue publicado este año (2018) con una expectativa inusitada. Ello produjo una serie de comentarios y reseñas muy halagüeñas en algunos diarios y redes sociales. Por mi parte, para no ser dialógico, voy a intentar ser dialéctico; es decir, voy a comenzar con las tesis que negaré del libro, antes de describir lo rescatable.

El extraordinario novelista peruano-español edita cada cierto tiempo algo relacionado con la “realidad”. Deja de publicar “mentiras” —como él le hubo llamado a la literatura—, y emprende trabajos arriesgados de Política y Economía. En estos ensayos, busca siempre legitimar racionalmente el “capitalismo” y a sus autores. Racionalmente lo hace muy bien, pero acríticamente lo hace mejor.  

Por esa visión parcialmente “acrítica” del orden establecido —detalle poco visto, casi ignorado y mejor callado por los colaboracionistas—, el autor de “La fiesta del Chivo” crea sin proponérselo dos vertientes. Unos se limitan a un besamanos imperecedero que, por una parte, puede ser legítimo; mientras otros, en el extremo opuesto, lo llenan de insultos perversos. Se tratará de apuntar mejor contra las ideas del Nobel.   

LOS MITOS DE LA CULTURA

Por lo menos, el autor menciona en el libro sesenta y ocho veces la palabra cultura (o sus variantes “incultura”, “culto”, “cultural”, etc.) para referirse a un conjunto de “algo” extremadamente amplio, inexacto o metafísico. Ese defecto de apariencia inofensiva perjudica de manera radical el entendimiento del término; es decir, alimenta lo que el filósofo Gustavo Bueno Martínez ha llamado “el mito de la cultura”.

Vargas Llosa utiliza la palabra de forma maniática, en contextos innecesarios, donde pudiendo evitar el término, lo agrega forzadamente para dar un supuesto realce que llega a lo peripatético. Uno de muchos ejemplos: “…las ideas que están cambiando la civilización no conocen fronteras y valen por igual en distintas culturas y geografías” (p. 88). ¿Acaso no era suficiente “geografías”?

El término se vuelve más oscuro en construcciones como “la cultura de la libertad” (p. 84), “la cultura de nuestro tiempo”, “la cultura de Cervantes, Quevedo y Góngora”, “la doctrina liberal es una cultura” (p. 63). No solo hay pequeños párrafos donde la palabra “cultura” es utilizada en una seguidilla insoportable sino que cada término obedece a acepciones tan lejanas como incoherentes.

Así, las equivalencias de la palabra “cultura” están utilizadas en una desquiciada amalgama polisémica: cultura como geografía, cultura como religión, cultura como país, cultura como conocimiento, cultura como política, cultura como convicción, cultura como sentimiento, cultura como sociedad, cultura como comunidad, cultura como doctrina, cultura como psicologismo, entre tantas otras acepciones injustificadas.

El ateo Vargas Llosa temblaría al saber que su indefinición de “cultura” es explicada por un hombre de izquierdas en el libro “El mito de la cultura” (Gustavo Bueno, 1996) y cuya tesis central es aquella “según la cual, la idea moderna del Reino de la Cultura es una transformación o inversión teológica de la idea medieval del Reino de la Gracia”, y cuyo punto de partida es el idealismo alemán. ¿Leerá nuestro Nobel a alguien de izquierdas?

LA FILOSOFÍA DE LOS CIENTÍFICOS

El biólogo Richard Dawkins y el físico Stephen Hawking han sido los más conocidos científicos que en sus discursos han desbordado sus categorías —sus campos de acción—para hacer filosofía sin saberlo. Desde el pensamiento de Gustavo Bueno, esa actitud se denomina “filosofía espontánea de los científicos”. Estos muchas veces filosofan sin un sistema determinado o cambian de sistema filosófico cuando piensan que les cuadra.  

Mario también los confunde como filósofos a varios autores de su libro. Un ejemplo entre muchos: afirma que Popper, Hayek y Berlín fueron sus mejores hallazgos cuando buscaba “filosofías de la libertad” en un tiempo de “sofismas del socialismo” (p. 65). Lo que encontró el Nobel fueron fundamentos ideológicos para su posición liberal, desde la Ciencia Económica y Política.

Los importantes aportes de los liberales al campo económico no los hace filósofos. En todo caso, son “filósofos espontáneos”, pues son científicos. Vargas Llosa reafirma las citas que sus autores hacen de Platón, Aristóteles, Hegel, etc., sin notar que bordean la ingenuidad. Para un análisis del tema, se debe leer el “Ensayo sobre las categorías de la Economía Política” de Bueno, y complementar con el conversatorio “¿Qué es esa cosa llamada Economía?” (YouTube). 

RELIGIONES VS. RACIONALIDAD

En muchas partes del libro, Vargas Llosa les imputa a las religiones ser irracionales y tribales, porque él confunde racionalidad con crítica. Para el autor —por ejemplo— pertenecer a una iglesia te vuelve irracional. No todas las religiones son iguales. Existen religiones con un altísimo grado de racionalidad, como la Iglesia Católica. Para profundizar en este punto, se debe consultar obligatoriamente “El animal divino” (1996).

La animadversión del Nobel por las religiones hace que oponga las “maravillas” del liberalismo con las “irracionalidades” y atrasos de la religión. Otra vez se despista. La religión ha jugado un papel importante en la formación del capitalismo; sobre todo la religión protestante para fortalecer el imperio económico inglés. Es importante el conversatorio anteriormente mencionado (YouTube) para dar luces a estos puntos. 

IMPRESIÓN GENERAL

Vargas Llosa es un gran novelista. No puede evitar narrar o recrear a como dé lugar algún dato del que pueda sacar partido. El libro está más cerca de una crónica de lecturas que de un ensayo, es decir, se ajusta más a una mixtura entre ficción e historia que a una sistematización de un tratado de Economía. Así lo ha querido el propio autor.

“No lo parece, pero se trata de un libro autobiográfico”, dice Vargas Llosa en su prólogo. Pues le diré a nuestro respetado Nobel que sí lo parece, y lo parece bastante. Los chismes certeros, las anécdotas coloradas, las sexualidades ocultas, los sendos cuernos, los hábitos extraños, las peleas indiscretas, las conversaciones de café, los almuerzos con la élite, son un indicio de las impresiones y matices que las lecturas y las vivencias pueden formar en un escritor de su talla.

“La llamada de la tribu” me servirá, y esto desde mi pequeño psicologismo, para soltar algún dato rebuscado —en alguna fiesta entre amigos— de los personajes de la Economía de todos los tiempos. Con eso haremos parte de justicia al libro. 

domingo, 19 de agosto de 2018

"Interpretación semiótica de Deseo, poema de César Boyd Brenis" - Por: Wagner Jiménez / Junior Bernal - Diario La Industria (19/08/18)

(Extracto del trabajo final del curso de Semiótica, perteneciente al Ciclo V - 2018 de la carrera de Educación, Especialidad de Lengua y Literatura, de la Universidad Nacional Pedro Ruiz Gallo.)




En el presente ensayo seguiremos los postulados de la semiótica estructural de Greimas para aplicarlos en la lectura de un texto poético, ubicándolo en dos de los niveles del estructuralismo semiótico: realizado o figurativo, y actualizado o narrativo.

El texto, titulado “Deseo”, pertenece al profesor ferreñafano César Boyd Brenis. El poema fue publicado en el libro La misa del yo insaciable (Chiclayo, 2011). Dice: “Hijo mío,/ tienes casi un año./ Yo a tu edad ya rompía libros de Cervantes./ Tú rompe lo que te plazca./ Pero necesítame/ para romper las hierbas del camino./ Necesítame/ que pronto, en el seco mundo,/ ya ni habrá libros que romper”. La significación global del texto es el deseo del padre por acompañar a su hijo en su formación lectora ante un futuro de esterilidad literaria.

Figuración del texto

Se aprecia en el texto dos actores: padre (yo poético) e hijo, que cumplirán diferentes roles temáticos en el transcurso del poema. El primero efectuará el rol de /Padre/, /Niño/, /Lector/ y /Formador/; el segundo, de /Hijo/, /Niño/, /Lector/ e /Individuo a Formar/. En primera instancia aparece la relación biológica entre los dos actores, en un ambiente familiar donde el primero se desliga del segundo con un matiz posesivo-emotivo: “Hijo mío”. Luego se hace alusión a la edad del hijo: “Tienes casi un año”.

En el tercer verso, el padre sitúa su presente en el pasado (“rompía”) haciendo una analogía entre su infancia y la de su hijo: “Yo a tu edad ya rompía libros de Cervantes”, y recuerda que a esa edad leía libros o jugaba con ellos, pues el verso puede ser leído de manera bisémica. En un sentido, la acción de romper es lúdica, pues el libro es objeto que queda a disposición del niño a modo de juguete, lo cual lo sitúa como un niño distinto: juega con libros, o sus juguetes son libros, y no cualquiera sino libros de Cervantes. En otro sentido, puede connotar esa precocidad para leer. El sentido del verso se orienta a remarcar una actitud o cercanía por la lectura y sus objetos (los libros) desde edades tempranas.

En el cuarto verso, “Tú rompe lo que te plazca”, el Padre le otorga al Hijo la “libertad” de elegir sus posibles lecturas sin ningún sometimiento arbitrario, actuación que tendrá como consecuencia una asignación, por parte suya, de responsabilidad en acompañar a su hijo en su proceso de formación lectora: “Pero necesítame…”, ensañándole las cosas buenas: “…para romper las hierbas del camino”. Nótese que /romper/ ya no posee la significación anterior, sino la acción de guiar correctamente; y /hierbas del camino/, lo moralmente bueno.

El poema concluye recalcando el deseo del padre por acompañar a su hijo en su formación lectora: “Necesítame…”, mostrando una actitud negativa hacia el mundo y la actividad de leer “…que pronto, en el seco mundo, / ya ni habrá libros que romper”, donde /seco mundo/ denota esterilidad y /ya ni habrá libros que romper/ desinterés por la lectura.
 
Explicación narrativa

Podemos inferir que el enunciado narrativo y esquema que dominan en el interior del discurso son el eje de la comunicación y el esquema de la búsqueda, y anticipan en parte la manipulación. Estas relaciones se representan en el siguiente enunciado:
Dor.  → O ← Drio
Donde el Destinador (Dor.) y Manipulador es el padre; el Destinario (Drio.) y Manipulado es el hijo, y las estrategias de manipulación son el Mensaje (O), es decir, el padre al aparecer ante su hijo hablándole emotivamente sobre el deseo de acompañarle en su formación lectora ante un futuro de esterilidad literaria, automáticamente se convierte en el Destinario de un conocimiento que será cedido al Destinador, su hijo. Pero este deseo necesita de estrategias de manipulación para poder concretarse. Estas estrategias son:

1. Comparación: Cuando el padre  declara ante su hijo: “Yo a tu edad ya rompía libros de Cervantes”, actualiza, mediante el recuerdo su identidad de lector, construida desde la etapa de niñez, conduciéndonos así al momento en que adquirió el hábito de leer invistiéndose de la modalidad de “saber”, necesaria para acompañar a su hijo en su proceso de formación lectora.
S1 [(S1 ˅ O)] [(S1 ˄ O)]
En primera instancia, el padre está en Disyunción del Objeto (libros); luego, él mismo se posiciona como transformador para adquirir el hábito de leer o estar en Conjunción con el Objeto (transformación reflexiva).

2. Libertad: Luego de haber ido al tiempo pasado para recordar su etapa de niñez, el padre vuelve al presente del poema para aclararle a su Hijo que puede leer cualquier libro, que no es necesario leer los mismos que leyó (“Libros de Cervantes”); por ende, el niño obtiene un libre albedrío.
S1 [(S2 ˅ O)] [(S2 ˄ O)]

Aquí la transformación es transitiva porque el Padre (S1) actúa como agente externo que transforma la condición del Hijo (S2) otorgándole la Libertad.

3. Ofrecimiento: A diferencia del primer sub-programa narrativo, en este el Padre utiliza el futuro para situar su presente; pues, luego de haber otorgado la libertad de elección y ante una inevitable disyunción con el Objeto (Hijo) a consecuencia de su crecimiento biológico, se traslada al mañana para verse cumpliendo el Deber de padre –esto es, estar en conjunción con el Objeto– ofreciéndose intensamente al niño:  “Pero necesítame…”, como el único que puede enseñarle y prepararlo para su formación lectora: “…para romper las hierbas del camino”.

S1 [(S1 ˅ O)] [(S1 ˄ O)]

4. Reflexión: El texto concluye cuando el Padre hace reflexionar al Hijo sobre el futuro que les tocará vivir: “Necesítame/ que pronto, en el seco mundo, / ya ni habrá libros que romper”, con el fin de expresar así el real compromiso con su formación lectora ante un futuro lleno de adversidades. 
S1 [(S1 ˅ O)] [(S1 ˄ O)]

Ahora, se debe aclarar que en el poema no podemos apreciar si el Manipulado (Hijo) acepta lo que propone el Manipulador (Padre), por ende, la performance manipulatoria queda en suspenso; es decir, queda incierta la realización de “el deseo del padre por acompañar a su hijo en su formación lectora ante un futuro de esterilidad literaria”.

Conclusiones

Del análisis realizado podemos concluir que el poema es una crítica al inexistente hábito de lectura en nuestra sociedad. Además, que cada actor se desenvuelve en diferentes tiempos: Padre: presente, pretérito y futuro; Hijo: presente y futuro. El enunciado narrativo y esquema que predominan en el interior del discurso es el Eje de la Comunicación y el Esquema de la Búsqueda. El Esquema de la búsqueda no logra concretarse, sólo queda en proyección.

domingo, 4 de marzo de 2018

"Panfleto antipedagógico" - Por: César Boyd Brenis - Diario La Industria (04/03/18)

De Finlandia hablan todos los que más o menos les asienta la pedagogía actual. Pero pocos podrían contestar a la siguiente pregunta lanzada en una conferencia: “Si Finlandia es la mejor educación del mundo, ¿por qué en ese país existen la más alta tasa de alcoholemia y el índice más alto de suicidios de toda Europa?”. La respuesta no es un enigma, o al menos lo será para aquellos que basan el fenómeno educativo en el idealismo y la ilusión.

En los últimos tiempos, las reformas educativas en el mundo se han alineado a lo que la UNESCO —como organismo rector— y el examen PISA —como instrumento evaluador— han concluido en torno a lo que la educación debe ser en el planeta. Sin embargo, las consecuencias no siempre han sido meritorias. Es más, en muchos casos se ha empeorado terriblemente y con resultados irreversibles.

El profesor español Ricardo Moreno Castillo publicó en el 2006 uno de los libros más críticos que se han escrito del tema: “Panfleto antipedagógico”. En ese texto se pueden dar algunas luces concretas de lo que la educación se ha convertido por culpa directa de políticas con fundamentos hiperpragmáticos o extremadamente lúdicos. Todo apoyado en un principio ridículo: aprender a aprender.

El “aprender a aprender” es un genitivo replicativo, en la línea de ejemplos como “jugar a jugar”, “cantar de cantares” o “nación de naciones”. Todos esos casos resultan tener —en un agudo análisis— un vacío interpretativo, como lo pueden tener en Literatura las retóricas fofas de Gracián, que Borges observó. Pero no siempre el genitivo replicativo tiende a lo insustancial, sino que también existen casos coherentes, como “padre del padre” (abuelo).

A parte de esa falacia, el autor pone en evidencia otras más concretas. Para tal fin, divide al libro en diez capítulos, de los cuales se pueden rescatar: “Defensa de la memoria y los contenidos”, “La mentira de la motivación”, “La falacia de la igualdad”, “La falsedad de la enseñanza obligatoria”, entre otros importantes aportes críticos contra las palabras de los gurús hipócritas (o con buena fe) de la educación.

Defensa de la memoria y los contenidos

Hace cuatro años, el colegio donde trabajaba nos brindó una capacitación. En ella se planteaba —con gran convencimiento— que la formación era más importante que los contenidos, y si el maestro avanzaba o no con lo programado era intrascendente; pues el “proceso formativo” estaba por encima de los “temas” que podrían resultar innecesarios para la vida y el futuro del alumno.

Pero todo eso era solo en teoría, porque al fin y al cabo los temas se tenían que terminar en el plazo previsto. Las discusiones sobre este asunto quedaban en el aire, ya que éramos absorbidos por la burocracia y el ritmo del trabajo. Pero tuvieron que pasar dos años para que —en la lectura y relectura de “Panfleto antipedagógico”— pudiera encontrar un fundamento potente contra esos y otros discursos de moda.

Sin embargo, no ha sido desde hace cuatro años que se habla de que “la educación debe ser diferente”. Desde los años noventa —en mi etapa secundaria— ya escuchaba conjeturas inverosímiles como que “la memoria no sirve para nada”. Hace buen tiempo que esta última frase se ha convertido en un fetiche, que cualquier profesor “actualizado” adopta con el mismo rigor con que defiende el sagrado sueldo (esto último sin absoluta ironía).

Moreno Castillo afirma: “Una de las preguntas más absurdas que se plantean algunos pedagogos es si son más importantes los contenidos que la formación. Es tan falaz como preguntarse si para fabricar un cañón se ha de empezar por construir un agujero o mejor por el hierro que rodea al agujero”. Y más adelante agrega: “Formar a una persona sin enseñarle cosas es como pretender ordenar una habitación vacía”.

La mentira de la motivación

De este tema se ha escrito tanto y de tantas maneras —como dice la canción— que sería imposible encontrar nuevas formas de hacerlo. La mayoría de autores “motivadores” se han basado en lo que, en una conferencia, Julián Gómez Brea llamó “el fundamentalismo del éxito” (ideología que pretende implantar un “feliz” estado anímico constante y acrítico —e imposible— para cualquier circunstancia y en todo lugar).

El aula no ha sido ajena a este fenómeno “motivacional”, aunque no quitando que el profesor podría hacer de un proceso difícil algo más ameno. Pero no se le puede imponer al docente impartir su enseñanza mientras por decreto todos los alumnos anden felices y tengan en la mira lo “importante” que es su aprendizaje. Pues hay temas duros, aburridos y conllevan a inmensos esfuerzos, y la motivación aquí no suplanta un analgésico.   

El autor cita una frase de Unamuno tan oportuna como genial: “El maestro que enseña jugando acaba jugando a enseñar. El alumno que aprende jugando acaba jugando a aprender”. Así es, la educación no es un juego, y aunque esto sea una obviedad, parece que eso no lo toman en cuenta tantos pedagogos cuando quieren hacer de la educación un experimento de laboratorio o un circo ajustado al gusto de todos.

La falacia de la igualdad

Pocas escuelas se han perturbado con esta falacia. Pero las que están convencidas sin ningún criterio de que hay que dar la idea de que todos los alumnos son iguales, caen de inmediato en un callejón sin salida. El libro coloca un caso bastante común: “Casi siempre que se habla de la necesidad de subir el nivel de exigencia, sale alguien argumentando que eso atentaría contra la igualdad de oportunidades”.

Eso genera que la exigencia baje y que los profesores —a su vez— no se preparen ni les importe profundizar en sus áreas. Ante este vacío, llenan los temas con juegos divertidos de enseñanza, con distractores que escamotean la educación científica o con ideologías que confunden a estudiantes con seres “exitosos”, sin pretender ya dictar la materia sino jugar a educar, es decir, ya no ser profesores sino pedagogos (impostores).

domingo, 25 de febrero de 2018

"Genealogía de la Literatura" - Por: César Boyd Brenis - Diario La Industria (25/02/18)

En la actualidad, no existe un tratado de más obligatorio análisis —en torno al origen y génesis de la Literatura— que el capítulo tres del libro “Contra las musas de la ira” de Jesús G. Maestro; libro que ha dado un paso más allá de las teorías posmodernas del siglo XX y cuya inclusión en los estudios universitarios debería ser —a estas alturas— un hecho consumado.

Consciente de la importancia de su tratado, el profesor Maestro abre el capítulo con una frase dantesca: “Nadie ha surcado el agua que navego”. Pues a través de las décadas de teoría, “el agua de los otros” ha enlodado y oscurecido el tema hasta escamotearlo una y otra vez o —en su defecto— volverlo una patraña. En cambio, apoyado en el espacio antropológico del sistema de Gustavo Bueno, el autor encuentra una forma ordenada de dar explicación a este asunto, sin el cual ni siquiera se podría dar una definición exacta de Literatura.

El espacio antropológico, es decir, la realidad que envuelve al hombre, se divide en tres ejes fundamentales. En primer lugar se tiene el eje circular, el cual consiste en la relación que los seres humanos tienen entre sí. En segunda instancia se encuentra el eje radial, que implica la conexión que posee el hombre con el entorno inanimado. Y finalmente, el eje angular es la relación del hombre con la dimensión metafísica, es decir, con los númenes o los dioses (lo animado e inhumano).

A partir de esa clasificación, la Literatura se ha materializado en personas como los autores, los lectores, los críticos, etc. (eje circular); también se ha plasmado en tablillas, papiros, papel, etc. (eje radial); y, ha afirmado —para aceptarlos o burlarse— la sacralidad de sus contenidos (eje angular). En ese contexto, el tratado expone tres tesis: 1) la Literatura nace en el eje angular; 2) se desarrolla en el eje radial; y 3) alcanza su máxima dimensión en el eje circular.

Nacimiento y desarrollo

Desde Grecia, lo esencial de la Literatura es el racionalismo, a pesar que sus orígenes están dados entre saberes irracionales y acríticos. Pues la magia, el mito y la religión han tenido sobre ella una influencia capital. Es decir, a partir del eje angular, la Literatura se ha ido relacionando con la magia (la creencia numinosa), el mito (la creencia mitológica) y la religión (la creencia teológica); sin embargo, sobre la base de un entorno filosófico ha adquirido su independencia material.

A través de los siglos, la magia y el mito no han desaparecido, pero adquieren otras características, de carácter lúdico, que desde la crítica (es decir, desde la filosofía) llevan el nombre de “ficciones”. El concepto de ficción también es desarrollado ampliamente en el libro (capítulo siete), en donde derrumba muchas creencias ingenuas acerca de la definición del término. Maestro —en pocas palabras— la toma (a la ficción) como una realidad no operatoria, o sea, aquella que actúa hasta los límites de la obra, y no en la realidad del mundo (“nadie se puede tomar un café con el Quijote, aunque muchos creen que sí”).

Por otro lado, la Literatura ha ampliado su radio de acción con los materiales que han servido para propagar sus contenidos. Desde el papiro hasta el libro electrónico, la Literatura se empodera del eje radial e influye en las políticas editoriales y económicas, desde las cuales su desarrollo no podría explicarse.

Literatura y racionalismo

Lo realmente original de este tratado es la consonancia que el autor imprime entre la Literatura y la historia del racionalismo, vista aquella como la máxima expresión de este. Es decir, no se podría entablar un estudio coherente de la Literatura, sin un “mapa” que nos ayude a entender cómo la razón ha ido cambiando nuestra visión del mundo, sino solamente apelando en última instancia a la ideología, la teología o la seudociencia.

Esta especie de “mapa” se muestra en la imagen donde constan los tipos y los modos de conocimiento literario. Como se aprecia, a partir de la intersección de un tipo con un modo de conocimiento, resulta una especie o familia de literatura. A saber, son cuatro: Literatura primitiva o dogmática (tipo pre-racional y modo acrítico), Literatura crítica o indicativa (tipo racional y modo crítico), Literatura programática o imperativa (tipo racional y modo acrítico) y Literatura sofisticada o reconstructivista (tipo pre-racional y modo crítico).

El orden de aparición de estas cuatro familias no es arbitrario, pues siguen un patrón histórico muy preciso. La conexión de una con otra posee un sentido en su devenir. Solamente el crítico (el filósofo), desde la actualidad, puede interpretar no solo la intencionalidad del autor en su tiempo (emic), sino también la perspectiva presente de los lectores, autores en vida o de otros críticos (etic), apoyado en la dialéctica a favor de una separación objetiva de estas familias.  

Los libros de la Literatura primitiva o dogmática —en un inicio— no se concebían como “literatura”, sino como texto sagrado. La Biblia y el Corán no fueron escritos para ser literatura de ningún tipo, pues tuvo fines sacros y morales (sobrevivencia de un gremio o pueblo). Sin embargo, desde la actualidad, reúnen las condiciones para ser tomados como textos literarios.

Por su parte (o contraparte), la Literatura crítica o indicativa desmitifica o desacraliza el texto sagrado, y si toma númenes o dioses en sus contenidos lo hace para burlarse o reprenderlos. “El Quijote” es la expresión máxima de esta familia de literatura, pues Cervantes asesina todos los idealismos, burlándose de estos a través de sus locos y sus excesos (también recuérdese “El licenciado Vidriera”). Pocos se dan cuenta de ello, porque pocos han leído críticamente “El Quijote”, pues —como dice Maestro— “es uno de los libros más terroristas de la historia”.

La Literatura programática o imperativa toma como referencia a las ideologías, las seudociencias, las teologías y las tecnologías; pues su contexto político es muy avanzado. Es propia de los imperios. Aquí están todas las literaturas comprometidas con un gremio —de los que ahora abundan— o con un Estado, y casi siempre sustentadas en algún manifiesto o proclama que los adeptos han de abrazar acríticamente.

Mientras que la Literatura sofisticada o reconstructivista utiliza tipos de conocimiento pre-racionales, es decir, retóricos, arcaicos, lúdicos y seductores; aunque críticos. Es la literatura más abundante, donde entra Borges, Cortázar, Kafka, Aleixandre, Rilke, etc. Tal vez es la literatura que más se hace actualmente, desde los Harry Potter y las historias misteriosas, mágicas, fantasiosas, hasta la poesía de los libros importantes, de los premios insignes, de las imaginaciones que amontonan palabras. Hasta aquí el mapa está servido.

domingo, 18 de febrero de 2018

"Nietzsche y la moral" - Por: César Boyd Brenis - Diario La Industria (18/02/18)

 “Lo que yo exijo al filósofo es que se coloque más allá del bien y del mal; que ponga por debajo de sí la ilusión del juicio moral”. El crepúsculo de los dioses – Nietzsche.

Hablar de Nietzsche desde Nietzsche es perder el tiempo. La filosofía crítica exige pensar desde el presente, con las nuevas herramientas que contamos y con las nuevas ciencias que se van elaborando. Pues han pasado 117 años de su muerte y no podemos congraciarnos con su filosofía —por una parte, crítica en su época— sin actualizar (o superar) sus postulados más esenciales, sobretodo en torno al tema que le quitaba el sueño: la moral.

Desde la universidad nos han propuesto leer —creo que para bien— casi todas las obras de Nietzsche y sobre Nietzsche que puedan caer en nuestras manos (tal vez es el filósofo del que más cuento con libros). Sin embargo, a mi parecer, antes de ser un filósofo es más bien un poeta, y hay que tomarlo también como tal. La línea retórica que lo encierra posee un estilo muy novedoso para los fines radicales que este alemán perseguía.

A propósito de la frase de Nietzsche que encabeza el artículo, me he permitido realizar una clasificación de los elementos que aparecen en ella, con el fin de develar la intensión y la supuesta profundidad que la envuelve. Además, sigo la línea de una de las conferencias del profesor Jesús G. Maestro cuando afirma: “Muchos dicen que leen a Nietzsche porque es profundo y no lo entienden; pues en casi la mayoría de casos no hay nada que entender”.

Para empezar, el apotegma se puede dividir en tres ideas: el filósofo, la articulación bien-mal y la moral. En general, la exigencia que Nietzsche impone al filósofo es reductible a un mero consejo —por lo demás, obvio—. Sin embargo, la expresión está ajustada al estilo que lo caracteriza, es decir, a una forma estética de presentar su pensamiento; por ello, puede hacer que se infiera algo más allá de lo literal.    

El filósofo

Si la filosofía —la legítima filosofía— debe ser sistemática, racional y crítica; entonces el filósofo debe encarnar esa envoltura sin el más mínimo desvío. Dado esto, lo que Nietzsche afirma es que el filósofo no debe renunciar a la labor para la cual ha nacido. Pues como Gustavo Bueno sostiene: “Pensar es pensar contra alguien”, así lo políticamente correcto lo condene a muerte. Y esta realidad ya era notoria desde Grecia (solo pensemos en Sócrates).

Ese requerimiento de Nietzsche no es otra cosa que la reivindicación del filósofo que ha perdido un poco el rumbo de su faena, es decir, se ha vuelto un “intelectual”, en otras palabras, un impostor que se ha vendido al que mejor paga (“Los intelectuales: los nuevos impostores”, Bueno, 1987). Sin embargo, este planteamiento riñe con la propia idea de Nietzsche cuando afirma que no existen hechos sino interpretaciones.

¿Por qué? Pues si los hechos varían con respecto a las interpretaciones que se puedan hacer de ellos, entonces ¿qué se le puede reclamar al filósofo si la realidad se ajusta a las interpretaciones que él impone? Tal vez Nietzsche —en cierto sentido— dio pie a la construcción del “intelectual”, como figura impostora que puede ajustar las interpretaciones a las reglas del momento, aunque él no seguía esas reglas, es decir, esa moral.

El bien y el mal

La idea del bien y del mal se materializa necesariamente en las reglas concretas que las culturas, es decir, los sectores con ciertas tradiciones y costumbres diferenciadas, han impuesto a través de sus políticas (“política”, en términos muy generales) y que son el motor de la sociedad (preestatal o estatal) que las cumple. Esta definición implica un relativismo en torno al bien y al mal, que solamente puede ser resuelto por la filosofía.

No en vano Bueno afirma que la única manera de enfrentar el fundamentalismo islámico es a través de la razón. Frase esta que no se puede entender como pacifista, sino como la lucha que la filosofía —no la escéptica ni la espiritualista, sino la crítica— realiza con el mundo para transformarlo, pues no solo desde Marx (famosa Tesis XI sobre Feuerbach) el filósofo intenta “transformar”, sino desde que la filosofía es tal (¿qué es acaso La República?).

La moral

Sobre este tema se han realizado en el país congresos filosóficos espectaculares, y se han publicado libros que más que críticos parecen moralistas y proselitistas. Dada la circunstancia, los he tenido que repasar para darme cuenta del vacío conceptual en que incurren. Por ejemplo, siempre confunden “relativismo moral” con “relativismo ético”, sin tener una idea clara ni de la moral ni de la ética, y ni siquiera del relativismo.   

Sin embargo, la explicación más rotundamente organizada la encontré en el libro “Contra las musas de la ira” (2014) de Jesús G. Maestro, quien a su vez la extrajo de “El sentido de la vida” (2006) de Gustavo Bueno. Afirma el primero: “Las normas éticas (defensa de la vida humana) y las normas morales (defensa de la unidad del grupo) están en conflicto, e incluso pueden llegar a ser incompatibles entre sí”.

Así: “La moral designa el conjunto de normas destinadas a preservar la cohesión del grupo, y no la vida de los seres humanos, sino la unidad del gremio, cuya expresión más inmediata puede ser la pareja (matrimonio), la familia, el clan, el pueblo, la nación, y también una empresa, una organización terrorista o un grupo mafioso, así como sectas, iglesias, congregaciones, etc., y su expresión más amplia y compleja es el Estado” (Maestro, p. 38).

Conclusión

Desde la actualidad, o sea desde el tiempo necesario en que se debe mover la filosofía, la frase de Nietzsche representa un proverbio, un consejo o un verso, desde el cual las personas se podrían obnubilar con los sonidos que despide o con el nombre “Nietzsche” tan bien popularizado; pero como los versos, la poesía, la literatura, son trampas para el que no sabe razonar (Maestro); entonces pasemos de “lo sublime” a lo interpretativo, sin perder la brújula.  

domingo, 11 de febrero de 2018

"El mito de la cultura" - Por: César Boyd Brenis - Diario La Industria (11/02/18)

Del filósofo Gustavo Bueno aprendí que la idea de cultura que se nos vende a diario está más cerca de una mitología que de una realidad. Su libro “El mito de la cultura” (1996) lo explica. Libro que, por cierto, no se encuentra disponible en Internet; pero que gracias a los bibliófilos del Materialismo Filosófico discurre por la red si se tiene la certeza de pedirlo al portador que lo puede enviar. Un portador soy yo.

A través de mi red social, he repartido la obra a todo el que me la ha solicitado, incluso con el riesgo de ser inoportuno e injusto con la editorial que la vende en España. Sin embargo, me es imposible no compartir este libro por dos motivos. El primero es que —siendo objetivos— en Perú ¿quién pide que le envíen un libro? Recordemos que somos un país que en promedio lee medio libro al año. Así que darlo llega a ser incluso un acto moral.

El segundo motivo es que la obra posee una importancia capital. En ella se discierne lo que se ha entendido por cultura a lo largo de los siglos, y cómo se ha modificado dicha palabra hasta volverla metafísica. Con tal preciso estudio, es faltar al sentido común no compartir el libro con colegas, estudiantes o curiosos, incluso con el riesgo de tocar puntos muy sensibles de la tradición y de lo políticamente correcto.

A pesar de ello, el asunto es no tomar acríticamente lo que se impone desde diversos medios acerca del tema. En ese sentido, el autor enfatiza que no se necesita mitificar más la cultura, sino desmitificarla. Es decir, no se requiere sostener con insistencia que la cultura es lo más maravilloso que tenemos, sino pensar la cultura de forma crítica y escarbar —por ejemplo— los actos más horrendos que se han cometido en su nombre.

El mito

Según Bueno, hablar del mito en general no tiene sentido. Muy dispuesto en su enfoque de filósofo crítico (“criticar”, etimológicamente, es “clasificar”), divide a los mitos en “luminosos” y “tenebrosos”. Entonces, el “mito” al que se refiere el título del libro está dirigido a su segunda clase, ya que desde esta posición la cultura se oscurece, se retuerce y se desvirtúa: he ahí su tenebrosidad.  

Por su parte, el mito luminoso tiene como fin aclarar una realidad. El más rescatable es el de la caverna de Platón. Al respecto, existe un documental titulado “Gustavo Bueno: La vuelta a la caverna” (ver en YouTube), en donde se explica la importancia que Bueno dio al “regreso”. Volver a la caverna para advertir de la sombra a los hombres que viven en ella es la finalidad de la filosofía.

Bueno comenta que en la actualidad lo más cercano a la caverna es la televisión, y es ahí desde donde el hombre libre y racional debe decirles a los prisioneros cuál es la verdadera realidad. La televisión o, ahora más que nunca, la Internet son dos cavernas que merecen la intervención inmediata del pensador. Porque regresar a la caverna, es decir, a las posiciones de la ignorancia —para revertirla—, es una obligación y una responsabilidad.

Hay una expresión popular de gran arraigo: “cuando muere el hombre, nace el mito”. Entonces podemos ajustar dicha frase a nuestros fines explicativos y decir: “cuando muere la cultura, nace el mito de la cultura”. ¿En qué sentido murió el reino de la cultura? Y más precisamente, ¿cuándo nació este reino para morir después?

La cultura

La palabra “cultura” llegó muy tardíamente al idioma español, pero en la forma de un compuesto lexical: la agri-cultura. Etimológicamente, pues, las culturas serían los cultivos. Por ello, la expresión “hombre culto” en el siglo XVII o XVIII no era utilizada, y en su lugar equivalía a “hombre letrado”. ¿De dónde nace entonces la idea de cultura como ahora la entendemos?

El invento —como tantos otros “modernos”— fue alemán. No en vano, Bueno combate la filosofía alemana (“de carácter luterano y subjetivista”) y reinventa un sistema que puede explicar mejor la realidad desde el presente. Por lo tanto, el escenario del “reino de la cultura” puede enfocarse mejor desde el Materialismo Filosófico que —como he referido en artículos anteriores—  no es el Materialismo Dialéctico, ni el Histórico, ni el “grosero”.

Para los griegos, hubiese sido muy complicado que entendieran la cultura como la constituyeron los idealistas alemanes. La explicación es simple; para aquellos (los griegos), los animales poseían cultura. El hombre sencillamente era un imitador de la cultura —siempre “cultura animal”, por antonomasia—. Entonces el ser humano solo copiaba lo que el animal ya había creado “culturalmente”.

Por tal motivo —en la carrera de la evolución— nuestra especie fue creándose ciertas actividades que le sirvieron para sostenerse y enriquecerse. Así, salieron de las cavernas y edificaron chozas imitando el nido de las aves o castores; o, aprendieron a tejer observando a las arañas; o, cantaron por rito o diversión escuchando a los pájaros, etc. Lo que los cavernícolas creaban aquí era la técnica, que después de milenios devino en ciencia.

Sin embargo, desde el pensamiento alemán se define el “reino de la cultura” como aquello que el hombre se ha fabricado para vivir cómodamente, en lugar de vivir en el “reino de la naturaleza” que es hostil. La palabra “reino” aquí no está puesta artificial ni impositivamente, sino deviene de la secularización de la idea del “reino de la gracia”. Porque se logró extraer de la teología la idea de “reino” y ponerlo en la filosofía: la cultura.

Una de las explicaciones de este salto es que la filosofía quería superar el pensamiento de la Edad Media y, en especial, el relato del Génesis. Pues Adán y Eva no tenían cultura, ya que vivían en “gracia”. Entonces el “reino de la gracia” debía tomar ribetes más humanos, para lo cual, la cultura fue la idea que mejor se ajustaba. En esa transformación nace el mito de la cultura. Mito que, por lo demás, se debe seguir develando. El libro está en sus manos.