domingo, 11 de abril de 2021

"Antonio Salerno y la búsqueda de la obra" - Por: César Boyd Brenis - Diario La Industria (11/4/2021)


No es casualidad que Antonio Salerno haya dejado Chiclayo y decidido alojarse en un pequeño departamento en Miraflores (Lima). Su búsqueda angustiante de la soledad ha sido complemento con un lugar especial para escribir.

Tampoco es casualidad que este centro de inspiración haya sido la modesta vivienda donde pasó los últimos días de su vida Georgette de Vallejo, la viuda de nuestro poeta universal. Estos condimentos del destino buscado llevaron a Salerno a tomar una decisión.

Después de una década de postergaciones y de prestar atención a otros trabajos que lo distraían del objetivo, el novelista decidió concluir de una vez por todas la historia de un grupo de personajes tan atípicos como reales.

Antonio, un pensador constante en la muerte, en su desaparición absoluta, se había propuesto dejar cuanto antes un legado que testifique los excesos sociales y políticos que muestran las universidades del Estado en su pretensión de sacar lo peor de sí.

Antes ya había publicado dos historias cortas en el libro “El ruido del silencio”. La primera es la versión aumentada y corregida de "La Joya y el eunuco", que el mismo autor publicó hace algunos años en su primer contacto novelístico.

Ese texto se ubica entre la novela policial y la histórica. Lo primero, por un dato sorpresivo que se reluce al final de la historia, en el que un personaje casi sin importancia toma vuelo para redondear la trama irresuelta.    

Lo segundo, por desear ajustarse al contexto post reforma agraria, en la ruina de una familia de hacendados, que el imaginario popular hubo alimentado, y que el autor escogió en un afán de plasmar esa condenación irreparable.

El autor ha pasado ya los treinta años y ha obtenido algunos pergaminos en concursos de cuento y poesía. Además, es un personaje que representa cierta contracultura que, alimentada por el análisis obsesivo, se ve reflejada en su obra.

El tiempo de encierro por la pandemia le ha sido propicio en cuanto a facilitar el ritmo de avance en su trabajo literario. Por eso que, entre el vigor y el desgano, terminó “Caza de cuervos”, la novela que engloba en su estructura y en sus ideas una visible madurez.

No es extraño este logro. Las obsesiones de Salerno se entremezclan con alejamientos prósperos y desenfrenos aislados. Estos ritmos de vida se condicen con las expresiones polémicas y viscerales que ha emitido en ciertos contextos.

La imagen de “chico malcriado” no lo libra de su responsabilidad de mejorar su obra cada día. Esta es sobre todo el centro de sus obsesiones, que pueden desembocar en inseguridades que apuntan hasta en la colocación de comas.

Estos detalles de perfeccionismo se aprecian además en el desprecio por ciertas palabras, la búsqueda de la regla actualísima de las mayúsculas o la restructuración de párrafos y oraciones. A todo esto se suma incluso la inversión económica para buscar nuevas miradas.

Antonio todo lo tamiza y lo pule. “Caza de cuervos” es la finalización de una ronda de permutaciones y pruebas en torno a las historias que se superponen y se complementan. El inicio y el punto final encierran un trabajo admirable.

Nada es casualidad en sus desenlaces, como tampoco que el libro sea publicado en este 2021. Las ideas de la historia se compactan con la actual situación social. En ese contexto de espejo perturbador, es sin duda la novela del Bicentenario.