jueves, 20 de marzo de 2014

"Leopoldo María Panero: El poeta que esculpió su existencia" - Por: César Boyd Brenis - Diario La Industria (20/03/14)

La muerte también le respira en la nuca a los genios. Ahora muerto el poeta, España llora a su máximo representante. Fue una de las voces más potentes de los últimos 50 años y su poesía tiene destinada la trascendencia, que llega tarde y nunca en vida. Muy a pesar de que la crítica lo tenía por encima de sus contemporáneos, estuvo marginado de toda denominación a un premio grande.   

El hijo de padre borracho —como él solía llamarse— encontró la quietud de su infatigable vida a los 65 años. El manicomio vio su último respiro y, en la más completa orfandad, los médicos no supieron qué hacer con su cuerpo, porque no tenía parientes vivos que decidieran su destino. Al final, se optó por incinerarlo. Y así terminó en cenizas esa mente que imaginó los versos más impecables y memorizó los libros más constitutivos.  

A los tres años y medio de edad hizo su primer poema. Su madre al verlo en trance hablando en poesía, quedó preocupada y decidió no fomentarle ese arte. Pero la poesía era él mismo, y desde esa base se construyó hasta quedar esculpido como un verso viviente. Leopoldo publicaba todo lo que escribía, decía todo lo que pensaba, repetía versos suyos y ajenos de memoria en momentos inesperados y se mostraba tan natural con su malditismo, que pudo decir: “Tengo un idiota dentro de mí, que llora,/ que llora y que no sabe, y mira/ sólo la luz, la luz que no sabe. (…) fue/ la vida un día antes/ de que allí en la alcoba de/ los padres perdiéramos la luz”.

Su padre, un gran poeta; su madre, una conocida actriz; sus dos hermanos, uno con paranoia y el otro con esquizofrenia, ninguno con hijos, sin propiedades, fueron muriendo poco a poco; así, su estirpe desapareció con Leopoldo María, el último de los Panero en el centro de una larga agonía, siguiendo escena a escena el ritmo de una magnífica película de tristeza: “Porque hiciste mi gesto eterno supe/ que eras la muerte: porque ella sólo podía/ amarme si no había/ hombres para mí, vivos:/ sólo ella podía amarme:/ y supe también que tú eras/ la muerte, y que me amabas”.

Se intentó suicidar varias veces sin conseguirlo. Tal vez en esas fallas vio su más extrema derrota, su más inútil mano, su ridícula voluntad de no poder. Le escribió a la muerte tantas veces, a Satán, a su madre y a su padre: “Pero no sólo los mendigos, padre, van al paraíso/ van también aquellos que aun más asco dan/ esos mendigos del ser que acezan/ a la puerta del manicomio…”.

Esquizofrénico, alcohólico, bisexual, drogadicto, en una palabra: maldito. Un ser humano que creó sus dioses dentro de su trance, un “renglón torcido de Dios”, un hombre que hace pensar —desde nuestra atalaya— la relación entre genialidad y moral, entre voluntad y descontrol, entre familia y personalidad, entre locura y poesía, entre lo maldito de su vida y lo bendito de su obra. Tal vez, en esta sociedad de espectáculo y escándalo, en honor a todos los artículos que vendrían por su muerte, pudo decir en acto profético: “Yo que todo lo prostituí, aún puedo/ prostituir mi muerte y hacer/ de mi cadáver el último poema”.

“Evasión de lo percibido” de Percy Vidal Chinguel: un poemario de sentencias y dolor - Por: César Boyd Brenis - Diario La Industria (23/02/14)

En el Perú, ser poeta y publicar el primer libro a los 34 años es muy raro. Pero lo raro y enigmático no es ajeno a Percy Vidal Chinguel (Chiclayo, 1979), quien en medio de su trasnochador trabajo, su fragilidad por las bellas damas, su quebrantable salud, su mermada economía y su aislamiento desesperado, ha encontrado en la literatura una maniobra de vida para acumular sus experiencias. “Evasión de lo percibido” (Ediciones Prometeo Desencadenado, 2014) ha visto la luz de una manera poco ortodoxa. El libro contiene 42 poemas lúcidos, cortísimos y con números como títulos, no tiene prólogo, ni biografía, ni fotografía y la redacción de sus textos es de una sencillez poco vista, pues estamos en el tiempo de los efectismos verbales y los acumulamientos de imágenes complejas.

El autor es uno de los “perfil bajo” más extraños. No cree mucho en su poesía y ni siquiera le llama poemas a sus escritos sino sus “evasiones”, título éste que, al parecer, quiere darle un juego interesante de significado, pues puede tomarse el nombre Eva como raíz léxica de la palabra, de esa forma, una “evasión” sería —de manera no categórica ni estricta— una fascinación por Eva, mujer oculta que ha perseguido al poeta por otros textos leídos en recitales bohemios de Chiclayo, y cuyo inédito libro de relatos también ostenta: “Evita el nombre”. Ese no apostar por su obra poética ha hecho que se demore 20 años en publicarla, pues su primer poema escrito a los 14 años, seguramente desaparecido en el tiempo, fue el inicio de esta perversión llamada “literatura”. Por toda esa modestia acumulada en el autor, la publicación de este libro ha sido por exigencia de sus amigos.

Percy Vidal Chinguel ha colaborado interrumpidamente en el diario La Industria durante más de un lustro, sus artículos han perseguido experiencias urbanas y lamentables situaciones de las calles chiclayanas; ha concedido entrevistas televisivas en donde ponía a prueba su talento con la composición de canciones tropicales, muchas de ellas tocadas por grupos conocidos de cumbia, con cierto éxito.

Lo más resaltante de Percy es que es autodidacto. Huyó del mundanal ruido de su calle en La Victoria y colonizó un bar que pasó a ser suyo, en cuya barra leyó todos los días, escribió sin cansancio, atendió a sus clientes con la misma cordialidad de un amigo y logró perfeccionar su técnica de escritura con mucha paciencia y derroche de entusiasmo, ayudado por Stanley Vega, poeta al que le agradece por ser su primer maestro. Su cordialidad es una constante entre todos sus clientes, que van desde periodistas televisivos, poetas, funcionarios públicos, hasta parejas disparejas, jovencitas sin remedio, personajes rufianescos, curiosos y desamparados, es decir, todos los protagonistas que se necesita para tomarlos en un relato.

El poema que abre el libro es “Eso a lo que llaman luna / no es más que un agujero / por el cual llegué a descubrir / que el cielo es blanco”. La visión cristiana del cielo está inscrita en el color blanco, que es el color de la pureza y de la transparencia del alma, y esa es la respuesta final a la que llega el yo poético. El retorno a la tradición de la observación de la luna para proponer algo, como un antiquísimo astro que responde en el horóscopo del pensamiento, tiene algo en particular, pues es a través de ella, en estado físico y no espiritual, que se le revela la realidad, es decir, descubre eso que se le ha mantenido oculto: el color de “aquel cielo que dicen las leyendas”, como escribiría Leopoldo María Panero.

En el poema número cuatro se lee: “Esa sabia lágrima / recorre tu mejilla / tratando de borrar / las huellas que dejaron / tantos besos falsos”. Esta es una imagen simple de un hecho que en la tradición literaria y religiosa empieza con Judas Iscariote, con el falso beso a su maestro. La personificación de la lágrima, atribuyéndole un calificativo muy honroso (sabia), es muestra de que ha trocado su simbología, pues el acto de arrojar lágrimas que está ligado a la pena, es ahora un signo de sabiduría; por lo tanto, de dicha, de cierta perfección.

Me llamó la atención el poema nueve: “Si cogiera de almohada una piedra / sólo así, a través del sueño / descubriría el porqué de su silencio, / de su soledad, / de su (mi) provocación por patearla”. Lo que descubre el yo poético a través del sueño y del contacto físico con la piedra (más que como un instrumento para la comodidad funciona como un instrumento para el pensamiento) es, por un lado, un estado que la piedra posee como ser inanimado (silencio y soledad); y por otro lado, el deseo súbito de violencia, tal vez de venganza: patear la piedra por no significar nada. Pero eso que descubre no lo dice explícitamente, es decir, no se sabe lo que ve en el sueño, aunque sí, eso que ve es el fundamento de sus diferentes estados de la piedra.  

Existen poemas que fortalecerían la tesis de que “Evasión” (una palabra del título del libro) posee como raíz léxica “Eva” (que puede ser la Eva bíblica reencarnada en todas las mujeres), como lo denuncia el poema número 41: “¿Quién fuiste? / ¿El fruto prohibido? / ¿La ingenua serpiente? / ¿El infierno disfrazado de paraíso? / No existe respuesta. / El amor de la primera mujer / es una gran interrogante”. Otro poema de la misma línea es el 29: “En verdad, / lo siento mucho por Adán / quien no pudo saborear / el dulce placer que se siente / al desnudar a una mujer”.

La sensualidad se deja sentir también en el poema 40: “Cada vez que abro un libro / por la mitad / me recuerda a ti, / a aquella noche en que devoré / tu página inédita”. El romanticismo es el espíritu del libro cuando apela a signos como “corazón”, “amor”, “primavera”, así: “Mi corazón / es un viejo balcón / por donde asoma el amor / cada vez que lo despierta / el silbido de una nueva primavera”; o en el poema: “Mi corazón / inexperto bailarín / desde que te conoció / hoy danza contento / al ritmo del amor”.

Percy Vidal Chinguel sabe que el arte y la poesía en particular poseen un número infinito de posibilidades. Como es permitido en la fauna literaria (tercera acepción de “fauna”, según el DRAE, “conjunto o tipo de gente caracterizada por un comportamiento común que frecuenta el mismo ambiente”), es común arrepentirse del primer libro, la mayoría de poetas reconocidos lo han hecho, pero dentro del aprendizaje infinito de Percy, está su dedicación y su abertura a la “bacteria de la vida”, como reza en un verso suyo. Para que ello se concretice más, Percy quemó un ejemplar de su libro en un acto de purificación. Siguió la recomendación que Julio Cortázar haría, aunque al revés: un libro menos es un libro más.

"¡Serranos!" - Por: César Boyd Brenis - Diario La Industria (23/01/14)

(Inspirado en el ritmo de un artículo de César Hildebrandt)

Serrano mi padre que me legó la soledad. Serrana mi abuela que sus ojos verdes la denuncian sin pudor. Serrano nuestro premio Nobel con atisbos de europeo, serrano el poncho (aunque español), serrana la queja de los incomprendidos y revolucionarios.

Serrano nuestro alcalde que conoció la derrota de la aceptación, serrana la mayoría que lo eligió, serrano Mochoqueque entero y la peluquera que en su religión busca a Dios y encuentra las tijeras de la dicha. Serrana mi profesora de literatura de la secundaria que todos amábamos sin compasión.

Serrano nuestro presidente y su ascendencia entera. Serrano Toledo (aunque hecho trizas por sí mismo). Serranos mis amigos choferes que escuchan chicha; serrano “El provinciano” de Chacalón (mi preferida), serrano el taxista que llamo por teléfono en emergencias nocturnas, serranos muchos apellidos pitucos de Santa Victoria.

“Serrano” el apodo que me puso mi tía, serrana mi esposa, serranos mis hijos por herencia parcial, serrana la “s” final que adoro en las palabras serranas; serrano nuestro poeta universal Vallejo, serrana su dulce Rita y su hueso húmero, serrano nuestro magnífico Arguedas de todas las sangres, serrana nuestra mejor cineasta, serranos nuestros incas inmortales, serrano el maestro Díaz Núñez (nuestro novelista), serranos nuestros únicos chiclayanos adoptivos que ganaron el Premio Nacional Horacio Zevallos (Javier Villegas y Dandy Berrú), serrana la mayoría de restaurantes de Chiclayo.

Serrana la idea de nación, el rescate abanderado, el tropiezo, el nuevo comienzo, la empresa espontánea de las lanas, el cóndor más pomposo, la vicuña del escudo y la flor de retama. Serrano Mariano Melgar y sus tristezas, serrana su Silvia que tuvo muchos nombres y está encarnada en todas las mujeres.

Washington Delgado, serrano y profesor, serranos sus “Días del corazón” (1956) y su “Parque” (1965). Serrano el club chigriripano, el chotano, el cajamarquino, el cutervino, el santacruceño, el de Lajas y el de Llama. Serrano el embajador “chiclayano” Guely Villanueva. Serrano Hernando de Soto, Cornejo Polar, Honorio Delgado, Alberto Hidalgo, Clorinda Matto, Antenor Orrego, José Sabogal y el remanso de una colina.  

Serranos los proverbios de la valentía y de la pugna, serrano el Inca Garcilaso, serranos los poetas José Abad y Ronald Calle (cofundadores del Grupo Literario Signos), serrano mi mejor amigo de la universidad (Jorge Cáceres), serrano el maestro Reynoso y serrano el espíritu de su novela “En octubre no hay milagros”, serranos el presidente Belaúnde y Víctor Andrés (el escritor y orador muerto en el 66), serrano el drama Ollantay y sus amores, serrana la historia del Perú con sus dotes de tristeza, y yo, mitad serrano y mitad ferreñafano, en una eterna pugna solitaria.