viernes, 16 de diciembre de 2011

"La Internet versus la biblioteca" - Por César Boyd Brenis - Diario "La Industria" (15/12/11)



Padres, no se engañen: no es lo mismo. Desde la aparición de Internet —como supuesto instrumento omnisciente— lo que ha sucedido en la educación no es un hecho de “reemplazo”, ni un cambio de variable algebraica (Internet por biblioteca); sino más bien, se ha llevado a cabo la institución de un conjunto de creencias que la tecnología ayuda a imponer y las expectativas humanas quieren agudizar.

La creencia que la tecnología mejora el aprendizaje no es cierta en su totalidad. Si Internet facilita los negocios —incluido el triste negocio de la educación—, no está siendo efectivo tal como se había esperado con la labor de enseñanza-aprendizaje, sino más bien está llevando a los estudiantes a senderos peligrosos: el plagio (la actividad de copiar-pegar tal cual se encuentra un texto), el escamoteo (extraer varios párrafos de diferentes trabajos intelectuales y presentarlos como suyos), el vicio tecnológico y, por último, el acto de “hacer el mayor esfuerzo en no hacer ningún esfuerzo”, como lo describiría el polígrafo Marco Aurelio Denegri.

No hay dicho popular más aplicado a este problema como el siguiente: “Internet te facilita todo” (otra creencia arraigada). Pero la educación no debe “facilitar” tan abiertamente en el sentido ocioso de la palabra. Pues el proceso de aprender es un camino arduo, agotador, donde se necesita concentración, entrega e inclusive amor. El fin último de la educación es crear ideas, superar complicaciones, formar personas de bien; y esto se consigue con esfuerzo y pasión, no con rapidez y embotamiento.

Las bibliotecas dan, hasta ahora y sin reemplazo, una mejor idea de lo que es la “dificultad” del aprendizaje, que conlleva al estudiante a la satisfacción de haber hecho un buen trabajo, a sentirse orgulloso de él mismo por haber superado un agotamiento que, en el fondo, es también un aprendizaje del buen carácter y de su función como ser humano en camino a su madurez, en tanto ayude a fortalecer el ideal de vida, de aquella vida dura pero susceptible de ser asumida y superada.

¿Por qué la biblioteca supera a Internet? A parte de agotar las vistas —al pasar horas frente a los dañinos rayos de la computadora—, este instrumento de la modernidad está plagado de errores ortográficos, de sintaxis terroríficas, de anzuelos peligrosos. Estos últimos podrían justificar, indiscutiblemente, la supervisión imperecedera de algún tutor que siempre acompañe a los alumnos a utilizar los beneficios de este instrumento, como lo es el correo electrónico para el envío de trabajos, el Facebook para compartir intereses y pensamientos, el Wikipedia, entre otros.

La biblioteca es y será siempre el lugar que representa el estudio por excelencia, es un ambiente de silencio, es un reducto colectivo donde uno hace de la investigación un ritual compartido con todos los que la pisan; pues, implícitamente, se sabe que las personas que se dan cita a esas casas del saber, son seres sociales que desean compartir el interés por los libros, por la cultura, por la buena “dieta” diaria de lectura.

La manipulación de los libros, el abrirlos, deshojarlos, olerlos, remarcarlos, ficharlos, saborearlos, todo ello es una misa divina de la paz y el estudio, no comparada jamás con la abundancia escalofriante de Internet, que promueve el empacho informativo y genera la falta del esfuerzo necesario para saberse estudiante eficiente.

miércoles, 14 de diciembre de 2011

Algunos textos del poemario "Persistencia del alarido" (2010) - De César Boyd Brenis

Utopía del vuelo

En el bosque
y en otras atmósferas de ansia,
pero especialmente en el bosque,
el aleteo del ave se ha vuelto dócil
como una garúa naciente:
ella desciende sin gorjeos,
sin distinciones, como otra garúa del ser.

La sangre gotea sin el fulgor de las ofrendas
desde sus alas entorpecidas
y su voltereta máxima de muerte.

El aleteo del ave es necio
entre las ramas que sueltan latigazos,
entre los vientos
que matan el honor.

Luego, no se ve más a la redonda
que una simple estela imaginaria
y un pensamiento regresivo.

Nunca se sabe de dónde viene la bala
que la derriba,
que la reconstruye en el aire
como un poema difícil,
sólo entre agujeros clandestinos, un poeta
arregla la muerte
cuando la sangre de diferentes tiempos
señala predilectos condenados.


Último aliento de un gigante

Ah, nunca me gustó el sol,
quiero decir
que así imagino al sol condenado
a un trecho final:
un gas tortuoso se le desgaja
como la epidermis de los magos negros
y apunta a las legiones de sequedad
y brillo
como la partida de una aventura de globo
hacia su descomunal cementerio.

Mas sigue intacto.
Sigue horrible.

Ah, el sol
Con su mitad de ruina y su mitad de reino
arderá prolífico
como el tiempo que cumple en un conjuro solitario,
su fuego indiferente de sí mismo;
y para mí que concierto la jugada,
que imagino la fecha de las posibilidades,
sólo es un linaje cósmico que no se resuelve
porque la perfección consiste
en tumbarse el equilibrio.


Autopacto

Lo contrario de arreglármelas solo
es estar más solo
en el indudable cuerpo de un nombre propio.

El fracaso fue pactar cerrar los ojos,
llegar al cuerpo,
adherirme.

Ahora, para justificar mi marcha,
ausculto un remoto favor de ser de alguien
y una identidad me es permitida.

Tengo que buscarme en las preferencias ajenas,
en mis soledades restantes
para permanecer en algún lado

(en cualquier paz muy intentada)

con la ceguera de estar detenido,
con la visión de llamarme algo.


Crimen concedido

Tu ventaja es que no estás en mis sueños
para poder matarte:
apareces siempre tan cerca de lo permitido.

Mi búsqueda se basa en soñarme solo,
en no ensuciar mi mano que te espera.

Ah, no puedo fracasar despierto
ni despertar sin nada:

Debo asignarte una pesadilla
y deslizarme insomne hasta pasar los ojos
por lo desangrado
y quedarme inmóvil como en el peor sueño,
donde mi ira te inventa,
te mantiene lista,
para que tu perdición purifique
estas paredes de nada y de tiempo,
esta cortina de sangre y ausencia.

domingo, 11 de diciembre de 2011

"Las respuestas del fanatismo" - POR: César Boyd Brenis - Diario "La Industria" (11/12/11)

Hace mucho tiempo que el Perú ya no es un país de mundiales de fútbol. Más bien, muy a su pesar, se ha convertido en un territorio de guerra deportiva, en donde el conflicto central está en los estadios y en donde la piedad es una palabra borrada del mapa (del mismo mapa que nos pertenece a todos).

Este ambiente bélico, instituido a gritos y en romance báquico, tiene como protagonista a un personaje ficcional, cuyo heroísmo es sobrevalorado por su propia conciencia, y cuyo estandarte lo identifica como fiel escudero de un club real-maravilloso. El protagonista es el fanático, un ser emocionalmente abstraído, un tenor de haylli militar, un compositor de su propia perdición.

No hay fanatismo sin enemigos, y no hay enemigos sin demarcaciones. Entonces, estos protagonistas se van creando fronteras cercadas por colores definitivos, por rondas urbano-belicosas, por armas blancas y del matiz de la muerte. Por mi parte, como fanático retirado y un observador pacifista, siempre me pregunté por qué ser hincha colinda con un extremismo religioso, fundamentalista y suicida. Todavía trato de buscar respuestas, aún cuando yo mismo he caído en la trampa del tumulto, que sin lugar a dudas, es la trampa más justificada de todas: “perdonen la tristeza”, diría Vallejo.

De esa forma, en todas las edades de la vida, pero especialmente en la adolescencia, casi todas las personas se aferran a una camiseta que les “devuelve una emoción”, pero que en el fondo, dicha emoción nunca fue devuelta, porque nunca se liberó de uno mismo, pues solamente dio una rotación en la única trayectoria conocida: la del propio pensamiento, donde se mantuvo acalorada en el cuerpo demencial. Así, en una tribuna abarrotada de cantarines bajos, no se mostraría nada más que individuos aislados y juntos a la vez, cantándole a un dios que no existe y a un cristo sin profecía ni promesa.

Por otro lado, de acuerdo con la frase “el fanatismo es la fantasía sexual más lograda”, tendremos que adjuntar que el tope de dicha fantasía es interminable, es un infinito arraigado, un crucero de amor que no llega a puerto. Así, el fanatismo tiene tormentas oscuras. Una de ellas es el odio a lo distinto, a lo que no comulga con su propia expresión de la realidad. Esto desencadena bien en la frase “El caos es el elemento del fanático”, ya que la reacción siempre será un constante desequilibrio, pues fundamenta y perpetúa la mal llevada rebeldía. Sin embargo, el caos —como el desparpajo de la mente— y el odio —como respuesta coherente con la desdicha— son dos efervescencias muy humanas que hay que saber educar y sobrellevar.

¿Por qué en los estadios la muerte es el límite? Existe una creencia casi inconsciente e impenetrable en un mundo enfermo, y es que el amor que todos los seres humanos queremos y deseamos se consigue con sangre, con la lucha concreta que alguien inventa en una mañana inspirada o alguien recoge de una sociedad terrible. Este amor paga su entrada, sube a la tribuna, canta por horas, celebra los goles, lanza las piedras y, cuando se vuelve a su casa, suspira, porque cree que hizo bien, cree que el amor se forma con sus propias manos, equivocada y desesperadamente.

"El celular, ¿qué es?" - POR: César Boyd Brenis - Diario "La Industria" (10/12/11)

No es lo que creemos. A simple vista, la pregunta podría parecer superficial, no despertaría dudas en nadie que se la formule y, deliberándola, hasta se podría pensar en un simple contenido semántico que el diccionario solucionaría. Sin embargo, en ella se esconde una de las incógnitas más enigmáticas de la naturaleza del ser. Pues el celular constituye un instrumento digital del cual sabemos cada vez menos en tanto más se amplían sus cualidades y sus usos.

¿Es una minicomputadora?, ¿un intercomunicador?, ¿un simple circuito? Pues no. Obviamente, una computadora (por más “mini” que sea) es siempre una computadora (otro enigma ontológico). ¿Un circuito? Pues sí y no, ya que un circuito es también una instalación eléctrica casera, así que sería insuficiente para definir al celular. Dado esto, a veces la historia ayuda a saber la naturaleza de los objetos viendo las circunstancias y/o las finalidades con que se creó.

El dato más lejano de la telefonía celular lo tenemos en el año 1973, en el que Martin Cooper se convertiría en el pionero de este invento revolucionario, del cual ya no se puede prescindir en ninguna esfera de la sociedad, por la importancia que ha adquirido en los negocios, en las relaciones sociales y hasta sentimentales. Su utilización influye directamente con la vida humana. Pero ¿qué es, esencialmente, el celular?

A todo esto se ha unido un sinfín de frases y bromas que van de boca en boca, calándose en la sociedad; tales como: “me compré un celular con sala-comedor y baño incluido”, llegando algún día tal vez a hablarse de un celular-casa. Pero, fuera de la ironía, todo este asunto quizá se relacione con un problema del lenguaje mismo o, tal vez, con un enigma filosófico.

Para irrumpir en la incógnita del “ser” del celular, nos tendríamos que colocar en un escenario muy particular. Tomaré una frase de Jean-Paul Sartre para poder dar cabida a lo que me propongo: “La existencia precede a la esencia”. Por esta afirmación, los entes (seres) no serían nada, esencialmente, antes de existir. Es decir, cuando el ente ya existe es que se va haciendo en el camino y, en general, nunca termina de hacerse hasta que deja de existir, es decir, hasta que fenece: su esencia está en su muerte. Cabe destacar que Sartre sólo ponía al ser humano como existente, por ser el único con conciencia de vida. Pues para él, por ejemplo, la piedra no existía.

A pesar de ello, me pareció pertinente aplicar al celular la interesante frase de dicho filósofo francés, ya que este aparato nunca termina de ser algo fijo, siempre está contradiciéndose y ampliándose. En esencia, el celular será “algo” cuando ya no exista, cuando esté concluido su ser. Sin embargo, si nos ponemos escépticos, ¿alguna vez existió el celular? Lo que utilizábamos en un tiempo sólo para hablar con otro, luego para escribir mensajes, luego para sacar información de Wikipedia, etc., ¿cuándo terminará?

Por otro lado, podríamos pensar que es un juego del lenguaje, tal como el maestro Luis Jaime Cisneros refería a sus alumnos: “Hemos sufrido con el problema del verbo al escuchar que es lo que refiere directamente a la acción. Pero lo que refiere directamente a la acción es la palabra “acción”, y, ésta, no es un verbo”. El lenguaje puede tener esos despistes. ¿Y qué hacer? Tener cuidado con él, tratarlo con estima y recelo, con cordura y escepticismo. Pero es el único instrumento que tenemos los seres humanos para el análisis de este tipo, exista o no el celular en este mundo tecnologizado.

Tal vez en el fondo, todo lo que el ser humano inventa es potencialmente existente y esencialmente circunstancial. En esta sociedad, las máquinas, las súper computadoras, los celulares hipermodernos, todo ello tiene algo que ni el lenguaje completa: lo inacabable.

miércoles, 7 de diciembre de 2011

"Gestación íntima de Estética de las revelaciones” - Discurso de César Boyd en la presentación del libro de Cromwell Castillo- Diario LA INDUSTRIA



La universidad la estudié por las mañanas. En ocasiones, luego de mis clases, me iba a casa de Pierre para conversar de poesía, en donde su madre —caritativa con un estudiante hambriento— me ofrecía deliciosos almuerzos. Cierto día, él me compartió dos poemas en una hoja arrugada. Después de leerlos, dije una de las frases más parodiadas dentro de la intimidad del grupo Signos: ¡Es lo mejor que te he leído!


Cromwell me había dado a leer dos poemas del segmento “Agua”, y para mí, efectivamente, era la dicha entera poder apreciar lo que después serviría, en palabras del mismo autor, como base para forjar un poemario con los cuatro elementos de la naturaleza. Elementos que, dentro de la concepción presocrática del mundo, eran lo que constituía a todo lo existente: el agua, el aire, la tierra y el fuego.


Yo estaba presenciando el germen de “Estética de las revelaciones” en esos dos poemas que aprecié aquella tarde con una atrevida emoción. Y pasaron a ser después —ya completos los diez textos— catalogados por el poeta Jimmy Marroquín como el mejor poema-libro que había leído en su vida, dentro de la poesía del nuevo siglo.


Eran tiempos de incipiente juventud. Corría la mitad del año 2006 y planeábamos recién, con los demás compañeros Ronald Calle y José Abad, publicar lo que después sería “Signos”, nuestro primer poemario colectivo. Cromwell ya se había retirado de la carrera de Historia y Filosofía, pero eso no fue impedimento para planear un viaje, con todos los gastos pagados, a Cajamarca, donde se llevaría a cabo el congreso de educación en ese estupendo año de 2006.


La poesía no puede gestarse sin musas. Y fue justamente en Cajamarca en donde Cromwell logró hacer suspirar a innumerables mujeres con los versos de Agua o de otro poemario que también adquirió una parodia interesante dentro del grupo. Me refiero a Brevedad, cuyo título tomamos para relacionarlo, en pura broma, a su duración en los procesos amatorios.


Otro de los viajes que el recuerdo alcanza fue a Trujillo. Después del recital organizado por el Grupo Legión, conoceríamos a una amiga que lanzaría una frase memorable en pleno centro de la Ciudad de la Eterna Primavera: “ese gordito mueve bien la pluma”. Sentencia espectacular dentro del compartir íntimo, que ampliaría nuestro anecdotario y alegraría nuestras reuniones internas.


Sin embargo, en la cabeza de Cromwell se seguía formando la idea de ese libro total, y fueron sin duda los distintos viajes con el grupo lo que le iba alimentando el verbo, acompañados de las lecturas que hacía de nuestros amigos poetas contemporáneos, los cuales siempre se mostraron respetuosos de la poesía del autor de “Estéticas de las revelaciones”.


Como se puede apreciar, es difícil separar la constitución de un poemario de los avatares del grupo en donde el autor es parte. Las lecturas compartidas, los libros descubiertos, las conversaciones endiabladas, las críticas lacrimógenas, los autores gigantescos, las comparaciones inevitables, todo ello estuvo presente dentro de un funcionamiento colectivo que el grupo dio y sigue dando. Cromwell tiene la poesía que razona, que elabora conceptos, tal vez por ello es esperanzadora, porque los conceptos crean la realidad, y los nuevos mundos que trae el libro suavizan la dura gracia de vivir.