domingo, 28 de enero de 2018

"Crítica de la razón literaria" - Por: César Boyd Brenis - Diario La Industria (28/01/18)

En diferentes lugares de Hispanoamérica se sigue presentando un libro que por el título nos recuerda a Kant, pero está tan lejos de Kant (“no es nuestro colega”, repondría el autor). Se trata, pues, de “Crítica de la razón literaria” de Jesús G. Maestro, quien en tres imponentes volúmenes y desde el idioma español ha construido una teoría originalísima sobre la base del Materialismo Filosófico.

Si Kant no es nuestro colega (“y Aristóteles tampoco”, añadiría Maestro), sí lo es indudablemente el filósofo español Gustavo Bueno Martínez (1924-2016), pues desde los años setenta ha escrito obras fundamentales que han ayudado a reconstruir el pensamiento crítico y racionalista, lejos de una filosofía metafísica o de una filosofía escéptica.

De Bueno se rescatan más de una veintena de libros, tales como “Ensayos materialistas” (1972), “El animal divino” (1985), “Teoría del cierre categorial” (1993) y una obra que hasta el momento me ha fascinado por su revolucionaria originalidad: “El mito de la cultura” (1997). Desde esta base es que “Crítica de la razón literaria” se alimenta y levanta su edificio teórico y aplicativo.   

Con una beligerancia nunca vista —mucho menos en estos tiempos de las “teorías que dialogan”—, este libro enfrenta a la posmodernidad no solo desde sus páginas sino también desde su tribuna virtual. De esta manera, el autor se encarga a través de su canal de YouTube, de brindar las clases más adictivas que se hayan visto en el rubro de la Teoría de la Literatura.

Lo que resulta más original y atractivo es que el profesor Jesús ha puesto en funcionamiento desde la Universidad de Vigo (España) una serie de cursos exhaustivamente ordenados y planificados, donde pone de manifiesto la aplicación de su teoría. Las asignaturas que resaltan son “Filosofía de los poetas”, “Obra de Miguel de Cervantes” y, por supuesto, “El Materialismo Filosófico como Teoría de la Literatura”. 

El libro “Crítica de la razón literaria” es como el compendio de las diez publicaciones que en más o menos quince años ha tenido el autor. Dentro de ese marco, sobresalen títulos como “Contra las musas de la ira”, libro que releo con denuedo, porque es como la base de su obra magna. Este fue conseguido gratuitamente hace unos meses, de forma heroica, por un primo mío a través de una página web de bibliófilos.

De la misma manera, he podido afianzarme de ocho libros de Gustavo Bueno y tres libros más de Jesús G. Maestro, que ofrecí brindárselos a cualquiera que me los pida a través de mi cuenta de Facebook. Y es una satisfactoria sorpresa que me hayan escrito estudiantes universitarios de distintos lugares del Perú para leer —algunos por curiosidad, algunos por estudio— la obra que está tomando por asalto el mundo de habla hispana.

Entre tantas otras ideas, para el estudio de la Literatura el autor dispone de cinco principios fundamentales, como son la Ciencia, la Dialéctica, la Crítica, el Racionalismo y la Symploké; principios propuestos por Bueno que riñen con la filosofía de tradición alemana, francesa y anglosajona; por eso existe un énfasis especial en el idioma español, pues es tratado como la tecnología más potente y adelantada en comparación con otras lenguas.

Por un lado, la Symploké es un principio rescatado por Bueno para superar la idea que “todo está relacionado con todo” (tal como afirmaban los presocráticos cuando sostenían que “todo es aire”, o agua, etc.; pero siglos después —y siguiendo la misma lógica—, Marx afirmaría que “todo es dinero”; Freud, que “todo es sexo”; Derridá, que “todo es texto”, y así sucesivamente). Entonces, para solucionar estas trabas, la symploké plantea que “unas ideas están relacionadas con otras, pero jamás una lo está con todas, ni ninguna prevalece desconectada de las demás” (Platón).

Por su parte, la Ciencia es tomada como un saber de primer orden, y la Filosofía como un saber de segundo orden. ¿Por qué? Porque desde su nacimiento en Grecia, la Filosofía institucionalizada en la Academia de Platón fue estudiada y organizada desde las formas exactas que la Geometría les brindaba. Es decir, la Geometría —ciencia por excelencia en la antigua Grecia— daba las pautas para el análisis de las ideas de la Filosofía. Es por eso que en la puerta de la Academia de Platón se podía leer un cartel vistoso que decía: “Aquí no entra nadie que no sepa Geometría”. He ahí la explicación de por qué la Ciencia tiene un carácter de primer orden, ya que antes de la Idea (Filosofía) está el concepto (Ciencia), sino todo sería divagante.

En el libro se distinguen cuatro acepciones de Dialéctica, y es la cuarta la que asume el Materialismo Filosófico como Teoría de la Literatura. Un ejemplo para entender la Dialéctica está en que la idea de pobreza es opuesta a la idea de riqueza porque hay algo que codetermina a ambas: la idea de dinero. Por ello, se define como “un proceso de codeterminación del significado de una idea (A) en su confrontación con otra idea antitética (B), pero dado siempre a través de una idea correlativa (C) a ambas, la cual codetermina, esto es, organiza y permite interpretar, en symploké, el significado de tales ideas relacionadas entre sí de forma racional y lógica, y, en consecuencia, crítica y dialéctica”.
 
Aparte de estos principios, que sería difícil explicarlos con amplitud en un corto espacio, están los materiales literarios con que trabaja esta teoría. Son cuatro: el autor, el texto, el lector y el intérprete o transductor. En este punto, Jesús G. Maestro también muestra una originalidad importante, pues las teorías del siglo XX, incluso del XIX, han trabajado amputando o eliminando a alguno de los cuatro mencionados elementos. Por ejemplo, para el positivismo el autor era el centro del análisis; o, para los formalismos el punto capital era el texto; o para la Estética de la recepción, el lector era el amo y señor del hecho literario.

Sin embargo, el Materialismo Filosófico como Teoría de la Literatura adjunta un material más: el intérprete. Y sin anular al resto, los adhiere y analiza de manera “circularista”, esto es, organizando los sistemas como multiplicidades de elementos relacionados entre sí, según su orden circular, donde por ejemplo los efectos pueden desempeñar la función de causas. El tema, sin duda, da para más.

Desde la Región Lambayeque, existe un acercamiento y una curiosidad por estas nuevas ideas. En la Universidad Nacional Pedro Ruiz Gallo, ya se puede escuchar en clase a profesores como Mario Sabogal utilizar términos propios de esta teoría; también a Milton Manayay, compartiendo enlaces de conferencias del profesor Jesús G. Maestro a través de su red social. Por mi parte, tengo un grupo con el que me reúno periódicamente para conversar de estos planteamientos, por lo demás polémicos y creadores de divisiones en varios puntos, pero que ya no se pueden tapar ni dejar de lado por el rigor y la potencia de las ideas que “Crítica de la razón literaria” vierte en todos sus análisis.

lunes, 8 de enero de 2018

"La Paisana Jacinta y la ficción" - Por: César Boyd Brenis - Diario La Industria (16/12/17)

(Artículo publicado con el riesgo de ser una interpretación errónea con respecto a la idea de ficción en la Literatura.)

“Pantaleón no sabe lo que es la ficción”. J. Benavides


Sí, el Ministro desconoce lo que es la ficción. Pero Benavides también. Este último cree que la ficción se contrapone con la realidad, porque posee un concepto posmoderno de ficción. Lo peor de todo es que cree que la ficción no desemboca en la realidad, no la golpea y no tiene su sustento en ella.

Ambos deben saber que la ficción es una realidad no operatoria. Pues no podemos esperar encontrar a Platero en algún rancho español o, como diría Jesús G. Maestro —del cual tomo el concepto—, no podemos tomarnos un café con el Quijote. Pero sí podemos entender a personajes como estos, porque en la realidad operatoria existen asnos o porque existen esquizofrénicos que se creen lo que no son, respectivamente.  

En el caso concreto, la ficción en el teatro (o el “cine”) necesita tocar la realidad operatoria. Es, tal vez, el género que mejor la representa. Pues pasa como Hamlet de Shakespeare, quien tuvo que levantar una obra teatral, dentro de la propia ficción (es decir, dentro de su realidad no operatoria), para que los asesinos de su padre se vieran reflejados en ella. Hizo una “subficción” en la ficción, pero siempre tuvo claro que la primera realidad (la “subficción”) debía reflejarse en la segunda realidad (“la ficción”) para que alcance su máximo sentido. Este ejemplo no es más que una recreación de lo que sucede entre la realidad operatoria y la no operatoria.

Sin embargo, el autor de “La paisana Jacinta” cree que no apunta a ninguna materialidad o realidad operatoria, y que el racismo de sus personajes no tiene una injerencia directa en los comportamientos de la sociedad. Es decir, cree no estimular la marginación hacia las personas de escasos recursos económicos venidos del campo. Y su argumento está basado en mencionar una y otra vez que la paisana Jacinta no existe. Grave error.

Jorge Benavides no comprende que su “paisana” sí existe, pero su existencia es estructural, y se condiciona dentro de los patrones de su argumento; pero sería absurda si la saca de “la realidad” y la traslada a algún “mundo posible” (concepto posmoderno). Pero no existen “mundos posibles”. Para bien o para mal, solo tenemos este mundo en el que todos nos movemos operatoriamente y en el que unas leyes nos rigen gracias a un Estado político. No hay otro mundo desde el cual interpretar la ficción en el arte (o en el teatro en particular). No hay otro, y el que dice lo contrario es un charlatán o ha perdido el juicio. ¿Cuál es el caso de Benavides? Tal vez la simple ignorancia, o tal vez no.  

Suele pasar que tanto los autores como los narradores de las obras llegan a ser unos grandes cínicos. Si pasó con Miguel de Cervantes (ver vídeo en YouTube “Nueve criterios para interpretar El Quijote” de Jesús G. Maestro), entonces puede pasar con cualquier hijo de vecino. Para salvar las distancias, de lo que Cervantes hacía gala en el cinismo del narrador del Quijote (que ningún crítico pudo ver hasta siglos posteriores), no puede compararse con el claro motivo del cinismo de autores como Benavides: la fama fácil y el dinero. ¿Hay otras razones acaso?