domingo, 25 de febrero de 2018

"Genealogía de la Literatura" - Por: César Boyd Brenis - Diario La Industria (25/02/18)

En la actualidad, no existe un tratado de más obligatorio análisis —en torno al origen y génesis de la Literatura— que el capítulo tres del libro “Contra las musas de la ira” de Jesús G. Maestro; libro que ha dado un paso más allá de las teorías posmodernas del siglo XX y cuya inclusión en los estudios universitarios debería ser —a estas alturas— un hecho consumado.

Consciente de la importancia de su tratado, el profesor Maestro abre el capítulo con una frase dantesca: “Nadie ha surcado el agua que navego”. Pues a través de las décadas de teoría, “el agua de los otros” ha enlodado y oscurecido el tema hasta escamotearlo una y otra vez o —en su defecto— volverlo una patraña. En cambio, apoyado en el espacio antropológico del sistema de Gustavo Bueno, el autor encuentra una forma ordenada de dar explicación a este asunto, sin el cual ni siquiera se podría dar una definición exacta de Literatura.

El espacio antropológico, es decir, la realidad que envuelve al hombre, se divide en tres ejes fundamentales. En primer lugar se tiene el eje circular, el cual consiste en la relación que los seres humanos tienen entre sí. En segunda instancia se encuentra el eje radial, que implica la conexión que posee el hombre con el entorno inanimado. Y finalmente, el eje angular es la relación del hombre con la dimensión metafísica, es decir, con los númenes o los dioses (lo animado e inhumano).

A partir de esa clasificación, la Literatura se ha materializado en personas como los autores, los lectores, los críticos, etc. (eje circular); también se ha plasmado en tablillas, papiros, papel, etc. (eje radial); y, ha afirmado —para aceptarlos o burlarse— la sacralidad de sus contenidos (eje angular). En ese contexto, el tratado expone tres tesis: 1) la Literatura nace en el eje angular; 2) se desarrolla en el eje radial; y 3) alcanza su máxima dimensión en el eje circular.

Nacimiento y desarrollo

Desde Grecia, lo esencial de la Literatura es el racionalismo, a pesar que sus orígenes están dados entre saberes irracionales y acríticos. Pues la magia, el mito y la religión han tenido sobre ella una influencia capital. Es decir, a partir del eje angular, la Literatura se ha ido relacionando con la magia (la creencia numinosa), el mito (la creencia mitológica) y la religión (la creencia teológica); sin embargo, sobre la base de un entorno filosófico ha adquirido su independencia material.

A través de los siglos, la magia y el mito no han desaparecido, pero adquieren otras características, de carácter lúdico, que desde la crítica (es decir, desde la filosofía) llevan el nombre de “ficciones”. El concepto de ficción también es desarrollado ampliamente en el libro (capítulo siete), en donde derrumba muchas creencias ingenuas acerca de la definición del término. Maestro —en pocas palabras— la toma (a la ficción) como una realidad no operatoria, o sea, aquella que actúa hasta los límites de la obra, y no en la realidad del mundo (“nadie se puede tomar un café con el Quijote, aunque muchos creen que sí”).

Por otro lado, la Literatura ha ampliado su radio de acción con los materiales que han servido para propagar sus contenidos. Desde el papiro hasta el libro electrónico, la Literatura se empodera del eje radial e influye en las políticas editoriales y económicas, desde las cuales su desarrollo no podría explicarse.

Literatura y racionalismo

Lo realmente original de este tratado es la consonancia que el autor imprime entre la Literatura y la historia del racionalismo, vista aquella como la máxima expresión de este. Es decir, no se podría entablar un estudio coherente de la Literatura, sin un “mapa” que nos ayude a entender cómo la razón ha ido cambiando nuestra visión del mundo, sino solamente apelando en última instancia a la ideología, la teología o la seudociencia.

Esta especie de “mapa” se muestra en la imagen donde constan los tipos y los modos de conocimiento literario. Como se aprecia, a partir de la intersección de un tipo con un modo de conocimiento, resulta una especie o familia de literatura. A saber, son cuatro: Literatura primitiva o dogmática (tipo pre-racional y modo acrítico), Literatura crítica o indicativa (tipo racional y modo crítico), Literatura programática o imperativa (tipo racional y modo acrítico) y Literatura sofisticada o reconstructivista (tipo pre-racional y modo crítico).

El orden de aparición de estas cuatro familias no es arbitrario, pues siguen un patrón histórico muy preciso. La conexión de una con otra posee un sentido en su devenir. Solamente el crítico (el filósofo), desde la actualidad, puede interpretar no solo la intencionalidad del autor en su tiempo (emic), sino también la perspectiva presente de los lectores, autores en vida o de otros críticos (etic), apoyado en la dialéctica a favor de una separación objetiva de estas familias.  

Los libros de la Literatura primitiva o dogmática —en un inicio— no se concebían como “literatura”, sino como texto sagrado. La Biblia y el Corán no fueron escritos para ser literatura de ningún tipo, pues tuvo fines sacros y morales (sobrevivencia de un gremio o pueblo). Sin embargo, desde la actualidad, reúnen las condiciones para ser tomados como textos literarios.

Por su parte (o contraparte), la Literatura crítica o indicativa desmitifica o desacraliza el texto sagrado, y si toma númenes o dioses en sus contenidos lo hace para burlarse o reprenderlos. “El Quijote” es la expresión máxima de esta familia de literatura, pues Cervantes asesina todos los idealismos, burlándose de estos a través de sus locos y sus excesos (también recuérdese “El licenciado Vidriera”). Pocos se dan cuenta de ello, porque pocos han leído críticamente “El Quijote”, pues —como dice Maestro— “es uno de los libros más terroristas de la historia”.

La Literatura programática o imperativa toma como referencia a las ideologías, las seudociencias, las teologías y las tecnologías; pues su contexto político es muy avanzado. Es propia de los imperios. Aquí están todas las literaturas comprometidas con un gremio —de los que ahora abundan— o con un Estado, y casi siempre sustentadas en algún manifiesto o proclama que los adeptos han de abrazar acríticamente.

Mientras que la Literatura sofisticada o reconstructivista utiliza tipos de conocimiento pre-racionales, es decir, retóricos, arcaicos, lúdicos y seductores; aunque críticos. Es la literatura más abundante, donde entra Borges, Cortázar, Kafka, Aleixandre, Rilke, etc. Tal vez es la literatura que más se hace actualmente, desde los Harry Potter y las historias misteriosas, mágicas, fantasiosas, hasta la poesía de los libros importantes, de los premios insignes, de las imaginaciones que amontonan palabras. Hasta aquí el mapa está servido.

domingo, 18 de febrero de 2018

"Nietzsche y la moral" - Por: César Boyd Brenis - Diario La Industria (18/02/18)

 “Lo que yo exijo al filósofo es que se coloque más allá del bien y del mal; que ponga por debajo de sí la ilusión del juicio moral”. El crepúsculo de los dioses – Nietzsche.

Hablar de Nietzsche desde Nietzsche es perder el tiempo. La filosofía crítica exige pensar desde el presente, con las nuevas herramientas que contamos y con las nuevas ciencias que se van elaborando. Pues han pasado 117 años de su muerte y no podemos congraciarnos con su filosofía —por una parte, crítica en su época— sin actualizar (o superar) sus postulados más esenciales, sobretodo en torno al tema que le quitaba el sueño: la moral.

Desde la universidad nos han propuesto leer —creo que para bien— casi todas las obras de Nietzsche y sobre Nietzsche que puedan caer en nuestras manos (tal vez es el filósofo del que más cuento con libros). Sin embargo, a mi parecer, antes de ser un filósofo es más bien un poeta, y hay que tomarlo también como tal. La línea retórica que lo encierra posee un estilo muy novedoso para los fines radicales que este alemán perseguía.

A propósito de la frase de Nietzsche que encabeza el artículo, me he permitido realizar una clasificación de los elementos que aparecen en ella, con el fin de develar la intensión y la supuesta profundidad que la envuelve. Además, sigo la línea de una de las conferencias del profesor Jesús G. Maestro cuando afirma: “Muchos dicen que leen a Nietzsche porque es profundo y no lo entienden; pues en casi la mayoría de casos no hay nada que entender”.

Para empezar, el apotegma se puede dividir en tres ideas: el filósofo, la articulación bien-mal y la moral. En general, la exigencia que Nietzsche impone al filósofo es reductible a un mero consejo —por lo demás, obvio—. Sin embargo, la expresión está ajustada al estilo que lo caracteriza, es decir, a una forma estética de presentar su pensamiento; por ello, puede hacer que se infiera algo más allá de lo literal.    

El filósofo

Si la filosofía —la legítima filosofía— debe ser sistemática, racional y crítica; entonces el filósofo debe encarnar esa envoltura sin el más mínimo desvío. Dado esto, lo que Nietzsche afirma es que el filósofo no debe renunciar a la labor para la cual ha nacido. Pues como Gustavo Bueno sostiene: “Pensar es pensar contra alguien”, así lo políticamente correcto lo condene a muerte. Y esta realidad ya era notoria desde Grecia (solo pensemos en Sócrates).

Ese requerimiento de Nietzsche no es otra cosa que la reivindicación del filósofo que ha perdido un poco el rumbo de su faena, es decir, se ha vuelto un “intelectual”, en otras palabras, un impostor que se ha vendido al que mejor paga (“Los intelectuales: los nuevos impostores”, Bueno, 1987). Sin embargo, este planteamiento riñe con la propia idea de Nietzsche cuando afirma que no existen hechos sino interpretaciones.

¿Por qué? Pues si los hechos varían con respecto a las interpretaciones que se puedan hacer de ellos, entonces ¿qué se le puede reclamar al filósofo si la realidad se ajusta a las interpretaciones que él impone? Tal vez Nietzsche —en cierto sentido— dio pie a la construcción del “intelectual”, como figura impostora que puede ajustar las interpretaciones a las reglas del momento, aunque él no seguía esas reglas, es decir, esa moral.

El bien y el mal

La idea del bien y del mal se materializa necesariamente en las reglas concretas que las culturas, es decir, los sectores con ciertas tradiciones y costumbres diferenciadas, han impuesto a través de sus políticas (“política”, en términos muy generales) y que son el motor de la sociedad (preestatal o estatal) que las cumple. Esta definición implica un relativismo en torno al bien y al mal, que solamente puede ser resuelto por la filosofía.

No en vano Bueno afirma que la única manera de enfrentar el fundamentalismo islámico es a través de la razón. Frase esta que no se puede entender como pacifista, sino como la lucha que la filosofía —no la escéptica ni la espiritualista, sino la crítica— realiza con el mundo para transformarlo, pues no solo desde Marx (famosa Tesis XI sobre Feuerbach) el filósofo intenta “transformar”, sino desde que la filosofía es tal (¿qué es acaso La República?).

La moral

Sobre este tema se han realizado en el país congresos filosóficos espectaculares, y se han publicado libros que más que críticos parecen moralistas y proselitistas. Dada la circunstancia, los he tenido que repasar para darme cuenta del vacío conceptual en que incurren. Por ejemplo, siempre confunden “relativismo moral” con “relativismo ético”, sin tener una idea clara ni de la moral ni de la ética, y ni siquiera del relativismo.   

Sin embargo, la explicación más rotundamente organizada la encontré en el libro “Contra las musas de la ira” (2014) de Jesús G. Maestro, quien a su vez la extrajo de “El sentido de la vida” (2006) de Gustavo Bueno. Afirma el primero: “Las normas éticas (defensa de la vida humana) y las normas morales (defensa de la unidad del grupo) están en conflicto, e incluso pueden llegar a ser incompatibles entre sí”.

Así: “La moral designa el conjunto de normas destinadas a preservar la cohesión del grupo, y no la vida de los seres humanos, sino la unidad del gremio, cuya expresión más inmediata puede ser la pareja (matrimonio), la familia, el clan, el pueblo, la nación, y también una empresa, una organización terrorista o un grupo mafioso, así como sectas, iglesias, congregaciones, etc., y su expresión más amplia y compleja es el Estado” (Maestro, p. 38).

Conclusión

Desde la actualidad, o sea desde el tiempo necesario en que se debe mover la filosofía, la frase de Nietzsche representa un proverbio, un consejo o un verso, desde el cual las personas se podrían obnubilar con los sonidos que despide o con el nombre “Nietzsche” tan bien popularizado; pero como los versos, la poesía, la literatura, son trampas para el que no sabe razonar (Maestro); entonces pasemos de “lo sublime” a lo interpretativo, sin perder la brújula.  

domingo, 11 de febrero de 2018

"El mito de la cultura" - Por: César Boyd Brenis - Diario La Industria (11/02/18)

Del filósofo Gustavo Bueno aprendí que la idea de cultura que se nos vende a diario está más cerca de una mitología que de una realidad. Su libro “El mito de la cultura” (1996) lo explica. Libro que, por cierto, no se encuentra disponible en Internet; pero que gracias a los bibliófilos del Materialismo Filosófico discurre por la red si se tiene la certeza de pedirlo al portador que lo puede enviar. Un portador soy yo.

A través de mi red social, he repartido la obra a todo el que me la ha solicitado, incluso con el riesgo de ser inoportuno e injusto con la editorial que la vende en España. Sin embargo, me es imposible no compartir este libro por dos motivos. El primero es que —siendo objetivos— en Perú ¿quién pide que le envíen un libro? Recordemos que somos un país que en promedio lee medio libro al año. Así que darlo llega a ser incluso un acto moral.

El segundo motivo es que la obra posee una importancia capital. En ella se discierne lo que se ha entendido por cultura a lo largo de los siglos, y cómo se ha modificado dicha palabra hasta volverla metafísica. Con tal preciso estudio, es faltar al sentido común no compartir el libro con colegas, estudiantes o curiosos, incluso con el riesgo de tocar puntos muy sensibles de la tradición y de lo políticamente correcto.

A pesar de ello, el asunto es no tomar acríticamente lo que se impone desde diversos medios acerca del tema. En ese sentido, el autor enfatiza que no se necesita mitificar más la cultura, sino desmitificarla. Es decir, no se requiere sostener con insistencia que la cultura es lo más maravilloso que tenemos, sino pensar la cultura de forma crítica y escarbar —por ejemplo— los actos más horrendos que se han cometido en su nombre.

El mito

Según Bueno, hablar del mito en general no tiene sentido. Muy dispuesto en su enfoque de filósofo crítico (“criticar”, etimológicamente, es “clasificar”), divide a los mitos en “luminosos” y “tenebrosos”. Entonces, el “mito” al que se refiere el título del libro está dirigido a su segunda clase, ya que desde esta posición la cultura se oscurece, se retuerce y se desvirtúa: he ahí su tenebrosidad.  

Por su parte, el mito luminoso tiene como fin aclarar una realidad. El más rescatable es el de la caverna de Platón. Al respecto, existe un documental titulado “Gustavo Bueno: La vuelta a la caverna” (ver en YouTube), en donde se explica la importancia que Bueno dio al “regreso”. Volver a la caverna para advertir de la sombra a los hombres que viven en ella es la finalidad de la filosofía.

Bueno comenta que en la actualidad lo más cercano a la caverna es la televisión, y es ahí desde donde el hombre libre y racional debe decirles a los prisioneros cuál es la verdadera realidad. La televisión o, ahora más que nunca, la Internet son dos cavernas que merecen la intervención inmediata del pensador. Porque regresar a la caverna, es decir, a las posiciones de la ignorancia —para revertirla—, es una obligación y una responsabilidad.

Hay una expresión popular de gran arraigo: “cuando muere el hombre, nace el mito”. Entonces podemos ajustar dicha frase a nuestros fines explicativos y decir: “cuando muere la cultura, nace el mito de la cultura”. ¿En qué sentido murió el reino de la cultura? Y más precisamente, ¿cuándo nació este reino para morir después?

La cultura

La palabra “cultura” llegó muy tardíamente al idioma español, pero en la forma de un compuesto lexical: la agri-cultura. Etimológicamente, pues, las culturas serían los cultivos. Por ello, la expresión “hombre culto” en el siglo XVII o XVIII no era utilizada, y en su lugar equivalía a “hombre letrado”. ¿De dónde nace entonces la idea de cultura como ahora la entendemos?

El invento —como tantos otros “modernos”— fue alemán. No en vano, Bueno combate la filosofía alemana (“de carácter luterano y subjetivista”) y reinventa un sistema que puede explicar mejor la realidad desde el presente. Por lo tanto, el escenario del “reino de la cultura” puede enfocarse mejor desde el Materialismo Filosófico que —como he referido en artículos anteriores—  no es el Materialismo Dialéctico, ni el Histórico, ni el “grosero”.

Para los griegos, hubiese sido muy complicado que entendieran la cultura como la constituyeron los idealistas alemanes. La explicación es simple; para aquellos (los griegos), los animales poseían cultura. El hombre sencillamente era un imitador de la cultura —siempre “cultura animal”, por antonomasia—. Entonces el ser humano solo copiaba lo que el animal ya había creado “culturalmente”.

Por tal motivo —en la carrera de la evolución— nuestra especie fue creándose ciertas actividades que le sirvieron para sostenerse y enriquecerse. Así, salieron de las cavernas y edificaron chozas imitando el nido de las aves o castores; o, aprendieron a tejer observando a las arañas; o, cantaron por rito o diversión escuchando a los pájaros, etc. Lo que los cavernícolas creaban aquí era la técnica, que después de milenios devino en ciencia.

Sin embargo, desde el pensamiento alemán se define el “reino de la cultura” como aquello que el hombre se ha fabricado para vivir cómodamente, en lugar de vivir en el “reino de la naturaleza” que es hostil. La palabra “reino” aquí no está puesta artificial ni impositivamente, sino deviene de la secularización de la idea del “reino de la gracia”. Porque se logró extraer de la teología la idea de “reino” y ponerlo en la filosofía: la cultura.

Una de las explicaciones de este salto es que la filosofía quería superar el pensamiento de la Edad Media y, en especial, el relato del Génesis. Pues Adán y Eva no tenían cultura, ya que vivían en “gracia”. Entonces el “reino de la gracia” debía tomar ribetes más humanos, para lo cual, la cultura fue la idea que mejor se ajustaba. En esa transformación nace el mito de la cultura. Mito que, por lo demás, se debe seguir develando. El libro está en sus manos.

domingo, 4 de febrero de 2018

"La Ciencia y la Filosofía" - Por: César Boyd Brenis - Diario La Industria (04/02/18)

El concepto tradicional de ciencia está dado más o menos así: conjunto de conocimientos ordenados y sistematizados, que implica un objeto de estudio y una metodología. Con tal definición, cualquier ideología o doxografía puede reclamar como “científicos” sus tratados, más aún si existe presión de ciertos gremios o lobbies, tal es el caso de la muy conocida seudociencia del siglo XX: el psicoanálisis.

Dada tal insuficiencia conceptual, el Materialismo Filosófico de Gustavo Bueno (que no es el materialismo dialéctico ni tampoco el materialismo histórico y, mucho menos, el llamado “materialismo grosero”) se pregunta por la ciencia como un saber que surge en ciertas condiciones y se va desarrollando con particulares criterios.

Así, antes del surgimiento de la ciencia, el saber más poderoso fue la técnica. Por eso Bueno afirma que la ciencia es hija de la técnica, mas no de la filosofía; porque el saber filosófico es posterior y se nutre de las formas exactas de la ciencia (los conceptos) para organizar sus ideas. Por tal motivo, en la puerta de la Academia de Platón había un letrero que decía: “Aquí no entra nadie que no sepa Geometría”, porque no se puede filosofar —al menos seriamente— sin ciencia.
 
Entonces la técnica —cuyo ámbito es el taller— dio paso a la ciencia —cuyo ámbito por excelencia es el laboratorio—. De esta manera, los seres humanos notaron que los materiales de la realidad con los que trabajaban poseían ciertas formas puras, y crearon los conceptos (como el de “triángulo”) y, a su vez, las categorías (como el campo de la Geometría); y así la técnica devino en ciencia.  

Las categorías son los segmentos de la realidad, es decir, los ámbitos, las parcelas, los lotes o las partes necesariamente separadas de la realidad para su estudio. No hay ciencias sin categorías, ya que no existe una ciencia de todo. Por eso, dada su naturaleza, las ciencias son plurales, diversas, numerosas (ahora cada día más), porque los lotes de la realidad están en constantes divisiones.

La denominación de “ciencia categorial” posee un sentido moderno. Por excelencia, las ciencias son las Matemáticas, la Física y similares (al resto de saberes se les decía —se les dice por tradición— “Humanidades”). Desde el siglo XIX, con la explosión de las ciencias positivas, el Materialismo Filosófico denomina “ciencias categoriales ampliadas” a la Historia, la Antropología, etc., incluida, ahora, la Teoría de la Literatura.

Las ciencias no son —en primer lugar— “un conjunto de conocimientos”, dado que antes del “conocimiento” está la operatoriedad del que las realiza, del que las categoriza, del que las conceptualiza. Es decir, en primer lugar está la operación, luego continúa el conocimiento. A partir de esta aclaración, la ciencia sería un saber operatorio y categorial del que se desprende ciertos conocimientos, y nunca sistematizados todos entre sí, es decir, el concepto científico de triángulo no se puede ordenar con el concepto científico de soneto, porque pertenecen a categorías distintas y divorciadas absolutamente.

La Filosofía

Desde su nacimiento en Grecia, la filosofía es y debe ser considerada como un saber de segundo grado, en consonancia con la ciencia que es un saber de primer grado. La Filosofía (crítica, racional y que tiende a un sistema) jamás hubiese surgido sin el saber científico que la antecedió. Porque la ciencia da la “forma” (Platón la llamó “idea”) para sintonizar con rigor crítico un planteamiento filosófico (“la teoría de las ideas no es otra cosa que la teoría de las formas”, afirmó recientemente un profesor en un canal de España).    
 
Por ello, la Filosofía de la Academia de Platón no hubiese sido posible sin la ciencia de Euclides o Pitágoras; ni la de Kant, sin la de Newton; ni la de Nietzsche, sin la de Linneo o Darwin. La Filosofía siempre se ha movido en consonancia con la ciencia, porque el apoyo “formal” que la segunda le impregna a la primera brinda una “seriedad” a la hora de elaborar las ideas filosóficas. Sin embargo, también existe un pensamiento —aparentemente de filosofía crítica— que se divorcia de la ciencia, y que surgió incluso antes que esta, y se perpetúa hasta nuestros días: la doxografía.

La doxografía es un saber vulgar, acrítico, asistemático y espontáneo que desde tiempos inmemoriales rodea al ser humano para darse ciertas explicaciones a hechos que no entiende. Este saber generalmente se apoya en palabrerías proverbiales, retóricas improvisadas, creencias disparatadas, aberraciones conceptuales, verdades reveladas, sueños divinos, etc. Es decir, la doxografía está unida íntimamente al saber popular y acrítico, cuyo fin es práctico y muy convenido.

Además, la doxografía tiende a estar situada o aislada en un pasado. Sin embargo, “la Filosofía es un saber del presente y desde el presente”, como afirmaría Gustavo Bueno. Por eso, no se puede leer a Aristóteles desde Aristóteles, ni a Hegel desde Hegel, ni a Marx desde Marx, ni a Nietzsche desde Nietzsche. La Filosofía —por su principio dialéctico— tiene la obligación de superarse desde la actualidad más próxima.

La Filosofía —dice Bueno— no se podría definir con exactitud sin mostrar los saberes a los que se enfrenta. Estos saberes (vulgares) que la Filosofía debe derribar dan la complejidad a su concepto. Para tal fin, Gustavo Bueno elaboró el extenso artículo “¿Qué es la Filosofía?”, publicado en la revista virtual Catoblepas (ver en Internet) y en un libro para ser expuesto en un Congreso en Granada a mediados de los años noventa. Sobre este tema, hace unos días (17 de enero) se ha dado inicio a unos “Diálogos filosóficos” en el Centro Riojano de Madrid, por la importancia que implica el tema, y todos los conversatorios estarán colgados en el canal de la Fundación Gustavo Bueno en YouTube. Tenemos para rato.