“Lo que yo exijo al filósofo es que se coloque más
allá del bien y del mal; que ponga por debajo de sí la ilusión del juicio moral”.
El crepúsculo de los dioses –
Nietzsche.
Hablar
de Nietzsche desde Nietzsche es perder el tiempo. La filosofía crítica exige
pensar desde el presente, con las nuevas herramientas que contamos y con las
nuevas ciencias que se van elaborando. Pues han pasado 117 años de su muerte y
no podemos congraciarnos con su filosofía —por una parte, crítica en su época— sin
actualizar (o superar) sus postulados más esenciales, sobretodo en torno al
tema que le quitaba el sueño: la moral.
Desde
la universidad nos han propuesto leer —creo que para bien— casi todas las obras
de Nietzsche y sobre Nietzsche que puedan caer en nuestras manos (tal vez es el
filósofo del que más cuento con libros). Sin embargo, a mi parecer, antes de
ser un filósofo es más bien un poeta, y hay que tomarlo también como tal. La
línea retórica que lo encierra posee un estilo muy novedoso para los fines radicales
que este alemán perseguía.
A
propósito de la frase de Nietzsche que encabeza el artículo, me he permitido
realizar una clasificación de los elementos que aparecen en ella, con el fin de
develar la intensión y la supuesta profundidad que la envuelve. Además, sigo la
línea de una de las conferencias del profesor Jesús G. Maestro cuando afirma:
“Muchos dicen que leen a Nietzsche porque es profundo y no lo entienden; pues
en casi la mayoría de casos no hay nada que entender”.
Para
empezar, el apotegma se puede dividir en tres ideas: el filósofo, la articulación
bien-mal y la moral. En general, la exigencia que Nietzsche impone al filósofo
es reductible a un mero consejo —por lo demás, obvio—. Sin embargo, la
expresión está ajustada al estilo que lo caracteriza, es decir, a una forma estética
de presentar su pensamiento; por ello, puede hacer que se infiera algo más allá
de lo literal.
El filósofo
Si
la filosofía —la legítima filosofía— debe ser sistemática, racional y crítica;
entonces el filósofo debe encarnar esa envoltura sin el más mínimo desvío. Dado
esto, lo que Nietzsche afirma es que el filósofo no debe renunciar a la labor
para la cual ha nacido. Pues como Gustavo Bueno sostiene: “Pensar es pensar
contra alguien”, así lo políticamente correcto lo condene a muerte. Y esta realidad
ya era notoria desde Grecia (solo pensemos en Sócrates).
Ese
requerimiento de Nietzsche no es otra cosa que la reivindicación del filósofo
que ha perdido un poco el rumbo de su faena, es decir, se ha vuelto un “intelectual”,
en otras palabras, un impostor que se ha vendido al que mejor paga (“Los
intelectuales: los nuevos impostores”, Bueno, 1987). Sin embargo, este
planteamiento riñe con la propia idea de Nietzsche cuando afirma que no existen
hechos sino interpretaciones.
¿Por
qué? Pues si los hechos varían con respecto a las interpretaciones que se puedan
hacer de ellos, entonces ¿qué se le puede reclamar al filósofo si la realidad se
ajusta a las interpretaciones que él impone? Tal vez Nietzsche —en cierto
sentido— dio pie a la construcción del “intelectual”, como figura impostora que
puede ajustar las interpretaciones a las reglas del momento, aunque él no
seguía esas reglas, es decir, esa moral.
La
idea del bien y del mal se materializa necesariamente en las reglas concretas
que las culturas, es decir, los sectores con ciertas tradiciones y costumbres
diferenciadas, han impuesto a través de sus políticas (“política”, en términos
muy generales) y que son el motor de la sociedad (preestatal o estatal) que las
cumple. Esta definición implica un relativismo en torno al bien y al mal, que
solamente puede ser resuelto por la filosofía.
No
en vano Bueno afirma que la única manera de enfrentar el fundamentalismo
islámico es a través de la razón. Frase esta que no se puede entender como
pacifista, sino como la lucha que la filosofía —no la escéptica ni la
espiritualista, sino la crítica— realiza con el mundo para transformarlo, pues
no solo desde Marx (famosa Tesis XI sobre Feuerbach) el filósofo intenta
“transformar”, sino desde que la filosofía es tal (¿qué es acaso La
República?).
La moral
Sobre
este tema se han realizado en el país congresos filosóficos espectaculares, y
se han publicado libros que más que críticos parecen moralistas y proselitistas.
Dada la circunstancia, los he tenido que repasar para darme cuenta del vacío
conceptual en que incurren. Por ejemplo, siempre confunden “relativismo moral”
con “relativismo ético”, sin tener una idea clara ni de la moral ni de la
ética, y ni siquiera del relativismo.
Sin
embargo, la explicación más rotundamente organizada la encontré en el libro
“Contra las musas de la ira” (2014) de Jesús G. Maestro, quien a su vez la
extrajo de “El sentido de la vida” (2006) de Gustavo Bueno. Afirma el primero:
“Las normas éticas (defensa de la vida humana) y las normas morales (defensa de
la unidad del grupo) están en conflicto, e incluso pueden llegar a ser
incompatibles entre sí”.
Así:
“La moral designa el conjunto de normas destinadas a preservar la cohesión del
grupo, y no la vida de los seres humanos, sino la unidad del gremio, cuya
expresión más inmediata puede ser la pareja (matrimonio), la familia, el clan,
el pueblo, la nación, y también una empresa, una organización terrorista o un grupo
mafioso, así como sectas, iglesias, congregaciones, etc., y su expresión más
amplia y compleja es el Estado” (Maestro, p. 38).
Conclusión
Desde
la actualidad, o sea desde el tiempo necesario en que se debe mover la filosofía,
la frase de Nietzsche representa un proverbio, un consejo o un verso, desde el
cual las personas se podrían obnubilar con los sonidos que despide o con el
nombre “Nietzsche” tan bien popularizado; pero como los versos, la poesía, la
literatura, son trampas para el que no sabe razonar (Maestro); entonces pasemos
de “lo sublime” a lo interpretativo, sin perder la brújula.
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