domingo, 4 de febrero de 2018

"La Ciencia y la Filosofía" - Por: César Boyd Brenis - Diario La Industria (04/02/18)

El concepto tradicional de ciencia está dado más o menos así: conjunto de conocimientos ordenados y sistematizados, que implica un objeto de estudio y una metodología. Con tal definición, cualquier ideología o doxografía puede reclamar como “científicos” sus tratados, más aún si existe presión de ciertos gremios o lobbies, tal es el caso de la muy conocida seudociencia del siglo XX: el psicoanálisis.

Dada tal insuficiencia conceptual, el Materialismo Filosófico de Gustavo Bueno (que no es el materialismo dialéctico ni tampoco el materialismo histórico y, mucho menos, el llamado “materialismo grosero”) se pregunta por la ciencia como un saber que surge en ciertas condiciones y se va desarrollando con particulares criterios.

Así, antes del surgimiento de la ciencia, el saber más poderoso fue la técnica. Por eso Bueno afirma que la ciencia es hija de la técnica, mas no de la filosofía; porque el saber filosófico es posterior y se nutre de las formas exactas de la ciencia (los conceptos) para organizar sus ideas. Por tal motivo, en la puerta de la Academia de Platón había un letrero que decía: “Aquí no entra nadie que no sepa Geometría”, porque no se puede filosofar —al menos seriamente— sin ciencia.
 
Entonces la técnica —cuyo ámbito es el taller— dio paso a la ciencia —cuyo ámbito por excelencia es el laboratorio—. De esta manera, los seres humanos notaron que los materiales de la realidad con los que trabajaban poseían ciertas formas puras, y crearon los conceptos (como el de “triángulo”) y, a su vez, las categorías (como el campo de la Geometría); y así la técnica devino en ciencia.  

Las categorías son los segmentos de la realidad, es decir, los ámbitos, las parcelas, los lotes o las partes necesariamente separadas de la realidad para su estudio. No hay ciencias sin categorías, ya que no existe una ciencia de todo. Por eso, dada su naturaleza, las ciencias son plurales, diversas, numerosas (ahora cada día más), porque los lotes de la realidad están en constantes divisiones.

La denominación de “ciencia categorial” posee un sentido moderno. Por excelencia, las ciencias son las Matemáticas, la Física y similares (al resto de saberes se les decía —se les dice por tradición— “Humanidades”). Desde el siglo XIX, con la explosión de las ciencias positivas, el Materialismo Filosófico denomina “ciencias categoriales ampliadas” a la Historia, la Antropología, etc., incluida, ahora, la Teoría de la Literatura.

Las ciencias no son —en primer lugar— “un conjunto de conocimientos”, dado que antes del “conocimiento” está la operatoriedad del que las realiza, del que las categoriza, del que las conceptualiza. Es decir, en primer lugar está la operación, luego continúa el conocimiento. A partir de esta aclaración, la ciencia sería un saber operatorio y categorial del que se desprende ciertos conocimientos, y nunca sistematizados todos entre sí, es decir, el concepto científico de triángulo no se puede ordenar con el concepto científico de soneto, porque pertenecen a categorías distintas y divorciadas absolutamente.

La Filosofía

Desde su nacimiento en Grecia, la filosofía es y debe ser considerada como un saber de segundo grado, en consonancia con la ciencia que es un saber de primer grado. La Filosofía (crítica, racional y que tiende a un sistema) jamás hubiese surgido sin el saber científico que la antecedió. Porque la ciencia da la “forma” (Platón la llamó “idea”) para sintonizar con rigor crítico un planteamiento filosófico (“la teoría de las ideas no es otra cosa que la teoría de las formas”, afirmó recientemente un profesor en un canal de España).    
 
Por ello, la Filosofía de la Academia de Platón no hubiese sido posible sin la ciencia de Euclides o Pitágoras; ni la de Kant, sin la de Newton; ni la de Nietzsche, sin la de Linneo o Darwin. La Filosofía siempre se ha movido en consonancia con la ciencia, porque el apoyo “formal” que la segunda le impregna a la primera brinda una “seriedad” a la hora de elaborar las ideas filosóficas. Sin embargo, también existe un pensamiento —aparentemente de filosofía crítica— que se divorcia de la ciencia, y que surgió incluso antes que esta, y se perpetúa hasta nuestros días: la doxografía.

La doxografía es un saber vulgar, acrítico, asistemático y espontáneo que desde tiempos inmemoriales rodea al ser humano para darse ciertas explicaciones a hechos que no entiende. Este saber generalmente se apoya en palabrerías proverbiales, retóricas improvisadas, creencias disparatadas, aberraciones conceptuales, verdades reveladas, sueños divinos, etc. Es decir, la doxografía está unida íntimamente al saber popular y acrítico, cuyo fin es práctico y muy convenido.

Además, la doxografía tiende a estar situada o aislada en un pasado. Sin embargo, “la Filosofía es un saber del presente y desde el presente”, como afirmaría Gustavo Bueno. Por eso, no se puede leer a Aristóteles desde Aristóteles, ni a Hegel desde Hegel, ni a Marx desde Marx, ni a Nietzsche desde Nietzsche. La Filosofía —por su principio dialéctico— tiene la obligación de superarse desde la actualidad más próxima.

La Filosofía —dice Bueno— no se podría definir con exactitud sin mostrar los saberes a los que se enfrenta. Estos saberes (vulgares) que la Filosofía debe derribar dan la complejidad a su concepto. Para tal fin, Gustavo Bueno elaboró el extenso artículo “¿Qué es la Filosofía?”, publicado en la revista virtual Catoblepas (ver en Internet) y en un libro para ser expuesto en un Congreso en Granada a mediados de los años noventa. Sobre este tema, hace unos días (17 de enero) se ha dado inicio a unos “Diálogos filosóficos” en el Centro Riojano de Madrid, por la importancia que implica el tema, y todos los conversatorios estarán colgados en el canal de la Fundación Gustavo Bueno en YouTube. Tenemos para rato.

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