El
concepto tradicional de ciencia está dado más o menos así: conjunto de
conocimientos ordenados y sistematizados, que implica un objeto de estudio y una
metodología. Con tal definición, cualquier ideología o doxografía puede
reclamar como “científicos” sus tratados, más aún si existe presión de ciertos gremios
o lobbies, tal es el caso de la muy conocida seudociencia del siglo XX: el
psicoanálisis.
Dada
tal insuficiencia conceptual, el Materialismo Filosófico de Gustavo Bueno (que
no es el materialismo dialéctico ni tampoco el materialismo histórico y, mucho
menos, el llamado “materialismo grosero”) se pregunta por la ciencia como un
saber que surge en ciertas condiciones y se va desarrollando con particulares criterios.
Así,
antes del surgimiento de la ciencia, el saber más poderoso fue la técnica. Por
eso Bueno afirma que la ciencia es hija de la técnica, mas no de la filosofía;
porque el saber filosófico es posterior y se nutre de las formas exactas de la
ciencia (los conceptos) para organizar sus ideas. Por tal motivo, en la puerta de
la Academia de Platón había un letrero que decía: “Aquí no entra nadie que no
sepa Geometría”, porque no se puede filosofar —al menos seriamente— sin
ciencia.
Entonces
la técnica —cuyo ámbito es el taller— dio paso a la ciencia —cuyo ámbito por
excelencia es el laboratorio—. De esta manera, los seres humanos notaron que
los materiales de la realidad con los que trabajaban poseían ciertas formas
puras, y crearon los conceptos (como el de “triángulo”) y, a su vez, las
categorías (como el campo de la Geometría); y así la técnica devino en ciencia.
Las
categorías son los segmentos de la realidad, es decir, los ámbitos, las
parcelas, los lotes o las partes necesariamente separadas de la realidad para su
estudio. No hay ciencias sin categorías, ya que no existe una ciencia de todo.
Por eso, dada su naturaleza, las ciencias son plurales, diversas, numerosas
(ahora cada día más), porque los lotes de la realidad están en constantes
divisiones.
La
denominación de “ciencia categorial” posee un sentido moderno. Por excelencia,
las ciencias son las Matemáticas, la Física y similares (al resto de saberes se
les decía —se les dice por tradición— “Humanidades”). Desde el siglo XIX, con
la explosión de las ciencias positivas, el Materialismo Filosófico denomina
“ciencias categoriales ampliadas” a la Historia, la Antropología, etc.,
incluida, ahora, la Teoría de la Literatura.
Las
ciencias no son —en primer lugar— “un conjunto de conocimientos”, dado que
antes del “conocimiento” está la operatoriedad del que las realiza, del que las
categoriza, del que las conceptualiza. Es decir, en primer lugar está la
operación, luego continúa el conocimiento. A partir de esta aclaración, la ciencia
sería un saber operatorio y categorial del que se desprende ciertos
conocimientos, y nunca sistematizados todos entre sí, es decir, el concepto científico
de triángulo no se puede ordenar con el concepto científico de soneto, porque
pertenecen a categorías distintas y divorciadas absolutamente.
La Filosofía
Desde
su nacimiento en Grecia, la filosofía es y debe ser considerada como un saber
de segundo grado, en consonancia con la ciencia que es un saber de primer
grado. La Filosofía (crítica, racional y que tiende a un sistema) jamás hubiese
surgido sin el saber científico que la antecedió. Porque la ciencia da la “forma”
(Platón la llamó “idea”) para sintonizar con rigor crítico un planteamiento filosófico
(“la teoría de las ideas no es otra cosa que la teoría de las formas”, afirmó
recientemente un profesor en un canal de España).
Por
ello, la Filosofía de la Academia de Platón no hubiese sido posible sin la
ciencia de Euclides o Pitágoras; ni la de Kant, sin la de Newton; ni la de
Nietzsche, sin la de Linneo o Darwin. La Filosofía siempre se ha movido en
consonancia con la ciencia, porque el apoyo “formal” que la segunda le impregna
a la primera brinda una “seriedad” a la hora de elaborar las ideas filosóficas.
Sin embargo, también existe un pensamiento —aparentemente de filosofía crítica—
que se divorcia de la ciencia, y que surgió incluso antes que esta, y se perpetúa
hasta nuestros días: la doxografía.
La
doxografía es un saber vulgar, acrítico, asistemático y espontáneo que desde
tiempos inmemoriales rodea al ser humano para darse ciertas explicaciones a
hechos que no entiende. Este saber generalmente se apoya en palabrerías
proverbiales, retóricas improvisadas, creencias disparatadas, aberraciones
conceptuales, verdades reveladas, sueños divinos, etc. Es decir, la doxografía
está unida íntimamente al saber popular y acrítico, cuyo fin es práctico y muy
convenido.
Además,
la doxografía tiende a estar situada o aislada en un pasado. Sin embargo, “la
Filosofía es un saber del presente y desde el presente”, como afirmaría Gustavo
Bueno. Por eso, no se puede leer a Aristóteles desde Aristóteles, ni a Hegel
desde Hegel, ni a Marx desde Marx, ni a Nietzsche desde Nietzsche. La Filosofía
—por su principio dialéctico— tiene la obligación de superarse desde la
actualidad más próxima.
La Filosofía —dice
Bueno— no se podría definir con exactitud sin mostrar los saberes a los que se
enfrenta. Estos saberes (vulgares) que la Filosofía debe derribar dan la
complejidad a su concepto. Para tal fin, Gustavo Bueno elaboró el extenso artículo
“¿Qué es la Filosofía?”, publicado en la revista virtual Catoblepas (ver en
Internet) y en un libro para ser expuesto en un Congreso en Granada a mediados
de los años noventa. Sobre este tema, hace unos días (17 de enero) se ha dado
inicio a unos “Diálogos filosóficos” en el Centro Riojano de Madrid, por la
importancia que implica el tema, y todos los conversatorios estarán colgados en
el canal de la Fundación Gustavo Bueno en YouTube. Tenemos para rato.
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