Desde hace dos años, el poeta César Boyd (Ferreñafe,
1981) combate por publicar una Muestra que reuniría lo más rescatable de su
obra. Al parecer saldría publicada la primera semana de noviembre, para ser
presentada en la Feria Internacional del Libro de Trujillo.
-César, por fin alguien pudo
apoyarte en tu próximo libro.
Una llamada telefónica fue como el remate implacable de
un cuento. “Aló”, dije. Y en la línea contraria me estaban ofreciendo un apoyo
que no pedí, de una institución que jamás he sido parte, ofrecida por una
persona que ni siquiera es mi generación. Más agradecido no puedo estar.
-¿Qué libros incluyes en tu
antología?
Todos. Del libro “Heterónimos frente al espejo”,
incluiré el poema Obstinación, del cual tengo un grato recuerdo porque el
propio Marco Aurelio Denegri me corrigió un verso, muy a su estilo. De
“Persistencia del alarido”, incluyo Autopacto y Psicoanálisis. Astillas, poema tomado
para varias antologías, pertenece al libro “La misa del yo insaciable”. De “Dos
mil doce y otros poemas terminales” incluyo un poema extenso. Y otros más.
-Hubo un tiempo que dejaste
de escribir poesía.
Decepcionado. Frustrado. Pero la poesía me ha salvado
la vida muchas veces. Presionado por un entorno literario, tuve que dar un giro.
Ahora estoy terminando “Elegía de la normalidad”, creo que en este libro mi
poesía toma otro rumbo lo cual me contenta.
-¿Qué rumbo?
Trato de esclarecer el verso y construirlo en una
formalidad “clásica”, pero a la vez adjunto a cada poema un apartado donde el
discurso posee fuertes dotes psicológicos, la sintaxis es un enigma y la
fluidez un atributo.
-¿Influido por quién?
Son reminiscencias de Tomas Eliot y de José Emilio
Pacheco. En el primero hay una racionalidad, que no está clara porque lo impide
la compleja construcción de su poesía. En el segundo hay una sencillez
admirable, digna de imitar, sobretodo en la economía de recursos.
-¿Qué visión tienes sobre el
amor y la muerte?
El poeta a veces reduce estos temas a estados
psicológicos, pero se olvida del plano conceptual y del material, sin los
cuales esas palabras no tendrían ningún sentido. Amar o morir son temas
recurrentes en la poesía universal.
-La elección de la muerte
(el suicidio) está en un plano material; muchas veces hemos conversado sobre
esa carta de Maiakovski antes de su deceso… ¿qué frase dejarías tú?
Yo espero que ninguna en esas circunstancias (risas). Más
bien, las más poderosas frases que he escuchado de ese famoso “Club de los
poetas suicidas” han sido las de Thomas Chatterton (“Existir es no estar/ pero que alguien te
nombre”) o de Florbela Espanca (“Morir no es fácil, no/ pero es lo más correcto”).
Pero mejor hablemos del amor.
Van de la mano, como así lo establecieron los
románticos. Pero el amor también es vida, alegría, vigor. El amor siempre da un
sendero que seguir.
-¿Qué lees ahora?
Estoy leyendo como un demente. Aprovecho mi estado de
desempleado voluntario para viajar y leer mucho, dos actividades cuya
conjugación es una de las cosas más placenteras del mundo. Siempre leo algo
actual y lo intercalo con algo clásico. “El jugador” de Dostoievski ha sido casi
lo último. Acabé el libro “Ese camino existe” de Fernando Cueto, al que le debo
un artículo por esta novela que ganó el Premio Copé de Oro en el 2011. Estoy
internado ahora en las obras completas de Enrique Verástegui, pues preparo una
crónica sobre él.
-¿Crees en los concursos
literarios? ¿Hay fraude?
Siempre habrá una pizca de sospecha en muchos
concursos, sobre todo cuando no se muestran las obras ganadoras. No se puede
negar la existencia de pequeñas mafias que se reparten los premios, o se
prestan las obras inéditas, o se coluden con los jurados, o lo que es más escandaloso:
plagian a poetas mayores.
-¿Conoces un caso?
Los plagiarios en Chiclayo son conocidos. Pero por
otro lado están los “doctores” y “magísteres” que sacan tesis copiadas (por
supuesto, salvando las notables excepciones). Todo el mundo lo sabe pero nadie
lo dice. Pareciera que no es el estudio en sí lo que atrae a tanta gente, sino
más bien el cartón que darán para ejercer algún carguillo. Pero, como digo, ese
es otro tema.
-En un mundo de Internet, ¿para
qué los niños tienen que leer?
Ya muchos lo han dicho. En este sistema, para casi nada.
Alguien podría sobrevivir con el cerebro de un chimpancé e irle mejor que a un
tipo que se pasa la vida estudiando. ¿Quieren un ejemplo? Los chicos de los
reality, que es un fenómeno mundial. La lectura permanente te vuelve hipercrítico,
y la crítica en este sistema se paga con la marginación o el desempleo.
Sí, estoy llevando el Curso de Teoría de la Literatura,
de la Universidad de Vigo en España, y cuyo profesor es la eminencia en letras
el doctor Jesús G. Maestro. Este curso es gratuito, virtual y existe una
asesoría permanente, y lo solventa la Fundación Gustavo Bueno. Dicen que el
examen final de cien preguntas es durísimo, pero vale la pena. De paso, estoy
haciendo un proselitismo de ese curso. Necesito compañeros en Chiclayo para que
podamos seguir la línea de la asignatura y comentar sus excelentes libros
virtuales. Como se sabe, uno aprende más cuando lo conversa con otro.
-¿Qué libro quisieras que
pongan en tu lecho de muerte?
Ninguno, habrán mejores en el otro mundo.
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