Valgan
verdades. Año a año al Premio Nobel de Literatura lo esperamos por varios
motivos, y no tan “literarios” que digamos. Los lectores empedernidos lo
aguardamos para devorar con ansias los libros que se reproducirán
exponencialmente por el mundo; los editores, para explotar y vender cada húmero
de su cuerpo en el único afán fenicio y afamado de este tiempo: el negociazo;
los apostadores, para llenar las oficinas más emblemáticas de Londres o New
York (por ejemplo, la famosa Ladbrokes) con millones de euros pasando por sus
calculadoras y lanzando bombas tan maniobradas como que Roth, Murakami o Perico
de los Palotes es el favorito, tal como si de la UEFA Champions League
o del Mundial de fútbol se tratara (con los nervios de los ludópatas incluidos);
los periodistas lo esperan para indagar en las mentes de las masas, contraponer
opiniones, imprimir titulares y fastidiar al “picón” que quiere revancha; los
intelectuales, para inventar nuevos criterios posmodernos, sacudir los
gallineros de la retórica, reflexionar sobre la nada y apropiarse de la planta
más alta del edificio de naipes. Y así sucesivamente.
¿Cuál
es el criterio más exacto para otorgar el Premio Nobel de Literatura? Esa
pregunta ha ido dilucidándose de generación en generación para llegar a
concluir enfáticamente en algo que más linda con la magia que con la ciencia:
el misterio. Pues sí. En el mundo de las letras existen tantos buenos
escritores que sólo con un pacto con no se sabe muy bien quién, se pondrán en
la cima y recibirán el dinero. No hay otra forma ni criterio.
Para
compararlo con la ficción: ¿Recuerdan la mejor película del 2001? Estas son
unas palabras del protagonista: “solo en las misteriosas ecuaciones del amor
puede uno encontrar lógica o razón”, esto lo dijo John Nash en el film “Una mente
brillante”. Justamente era su discurso del Premio Nobel. Exaltaba su locura y
justificaba el psicologismo, pues su “razón” yacía en el “misterio”. En fin, si
Hollywood lo dice, algo de cierto habrá.
Muchas
objeciones se hacen al respecto, por ejemplo: ¿hay que creer en los premios? Las
personas no es que creamos en los
premios, sino solo los aguardamos como si esperáramos una intensa sorpresa subjetiva
(psicologismo puro y duro), para intentar unirnos más a la fauna (tercera
acepción de “fauna” según el DRAE: conjunto de gente caracterizada por
tener un comportamiento común y frecuentar el mismo ambiente) en una selva
oscura y dantesca. Solo podemos esperarlo
porque nuestra operatividad sobre él es igual a cero. No existe la posibilidad
de entregar un voto a lo lejos o crear presión sobre los jurados. Hasta parece
que los académicos jueces ya ni discuten, sino solamente hacen un sorteo y
luego publican la respectiva explicación del por qué se le otorga el premio, explicación
hecha por cierto desde los meses de las nominaciones y no después del veredicto
(es fácil pensar eso, creo yo).
Si
aguardamos tanto el premio es porque algo de esperanza nos brinda. Incluso los
más escépticos están atentos a cualquier noticia por los días del veredicto.
Mirando bien el asunto, la academia sueca solamente con nominar a alguien ya lo
da como posible ganador. Y, llegando al punto del Nobel 2016, Bob Dylan ha sido
nominado por muchos años, incluso ya se había llevado el Premio Príncipe de
Asturias de las Artes, el Premio Polar Prize (el “Nobel” de Música), entre
tantos otros reconocimientos. Es un “Nobel de tribuna”, como diría un poeta
peruano, y sí, nosotros estamos asistiendo a un partido de fútbol, aunque
viéndolo bien es un concierto de rock; en este contexto, prefiero esto último
que lo primero.
Ya
nos hemos olvidado lo que dijo Jean-Paul Sartre hace tantas décadas: “el Nobel
es un premio político”. Y con todo lo que ese aspecto implica (“la organización
del poder y la administración de la libertad”), estamos “condenados a ser
libres” para confiar, pero no en un fallo, sino en una justicia, una pericia,
una posible sinceridad de la Academia. Aunque suene a lugar común, todos los
nominados ya son ganadores (si es que algo vale eso). Solamente el veredicto
sirve para saber quién recibe el millón. Nada más.
Borges
fue un Nobel sin serlo. ¡Qué más da!, solamente el dinero no llenó su ya
abultada cuenta bancaria. Tal vez muchos podrán recordar a Kafka, a Vallejo o a
Tolstoi, como merecedores del máximo galardón de las letras; pero esa exclusión
no les quita lo que todos sabemos: su inmensa calidad. Hay otros que no
quisieron recibirlo: el autor de “La
náusea” por considerarlo “burgués”, y Boris Pasternak por presión política de
la URSS.
Por
otro lado, muchos dieron con palo a Bob. Uno de ellos fue el español Jesús G.
Maestro (al que considero un genio y mi guía académico), quien publicaría en su
cuenta de Facebook: “Aunque la mona se vista de Nobel, mona se queda”. Otros,
por su parte, se mostraron conformes con la asignación a Dylan porque el hijo
predilecto de Minnesota unía música y poesía. Salieron varios autores del canon
literario peruano y de otros horizontes para defender ese hecho, afirmando que
el ser músico no desmerece el galardón. Pero creo que el asunto no debe tomar
ese rumbo ni debemos empantanarnos con las descripciones sobre la historia de
los Cancioneros de los poetas o rememorar que La Ilíada y La Odisea fueron
cantadas, sino mostrar cuánta musicalidad poética tienen las canciones de Bob;
pues a mi entender, si acompaña una guitarra a un poema, entonces las palabras
sin “musicalidad” pueden ser elevadas para mantener un sentido rítmico que sin
el instrumento no tendría. Un ejemplo claro es Arjona, el cual imposta palabras
altisonantes y maltrechas que hace pasar por “poéticas”, porque están ayudadas
por periferias técnicas o instrumentales. Ahí está el asunto de fondo.
Por
mi parte, he celebrado el premio de Bob Dylan porque me agradan los misterios.
No se puede negar que es más músico que poeta. Entonces, ¿hay que leer sus
letras sin necesidad de escuchar sus canciones? Sería un buen comienzo para los
que somos adictos al rock en español: poder compenetrarnos con traducciones
fidedignas de los poemas musicalizados del Nobel 2016. Los que no sabemos
inglés, buscaremos traductores con pericia (los que traducen en YouTube son
aficionados). Solamente un poeta puede traducir a otro poeta. Nadie más.
Las llamadas telefónicas
de la Academia han sido rechazadas. Ese hecho hace crecer más el mito de Bob
Dylan. Al parecer no quiere saber nada con los casi 900 mil euros que se
llevaría en diciembre. Ya sería el tercero de la lista de los disidentes. Tal vez
a él mismo le podamos preguntar, parafraseando su mejor canción, “Like a
Rolling Stone”: ¿cómo se siente?, ¿cómo se siente rechazar el Nobel y seguir como
una piedra que rueda?
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