Después
de cuatro años de larga y paciente espera, el poeta Harold Alva me envió desde
Lima la antología que —en sus palabras— servirá de provocación para que los
críticos de nuestro departamento puedan reunir los trabajos que mejor
representen el canon narrativo. Se trata, pues, del libro “Lambayeque” (Altazor,
2012), una edición de lujo que ha pretendido significativamente ser la
iniciadora del trabajo de recopilación y promoción de nuestra cuentística.
El mencionado vate, junto con la editorial limeña, se propuso en el 2011 viajar por las diferentes regiones e investigar acerca de los autores que han decidido incursionar en este género tan escaso en nuestra tierra. Tratándose de una zona de poetas, se vuelve complicado encontrar una linealidad en la tradición del cuento lambayecano. Sin embargo, el libro ha considerado incluir las diferentes generaciones —desde Enrique López Albújar hasta la actualidad— para dar un panorama de cómo se moviliza la temática y la técnica en el campo narrativo.
El
libro incluye a ocho escritores que, desde la perspectiva del antologador,
forman una base para hablar de un canon. Tenemos a Enrique López Albújar, Mario
Puga, Alfredo José Delgado Bravo, Rulli Falla, Carlos Bancayán, Max Palacios,
Harold Castillo y el que escribe estas líneas. Tal vez pudieron incluir a otros
autores más, dado el talento que en la última década y media ha ido surgiendo
poco a poco y en silencio, sobretodo en espacios tan diversos como recitales y
lecturas colectivas.
Harold
Alva, en su breve tratado incluido en el libro —titulado “Entre la tradición y
la modernidad: Un acercamiento a la narrativa lambayecana”—, señala que la
personalidad de la cuentística en esta región es joven en comparación con la de
otras latitudes, pues recordemos que muchos de los escritores “tradicionales”
no pertenecen a Lambayeque. Recordemos a Nicanor de la Fuente (Pacasmayo),
Mario Puga (Trujillo), Andrés Díaz Núñez (Cajamarca) o Winston Orrillo (Lima).
Además,
se afirma que la promoción de la literatura y de los nuevos valores ha ido de
la mano con el impulso a la creación artística. Por tal motivo, Alva rescata en
la labor de promoción cultural a Nixa, Tello Marchena, Stanley Vega, Nicolás
Hidrogo y el Grupo Literario Signos, del cual tuve el honor de ser parte en la
etapa universitaria.
Los
trabajos publicados están en el siguiente orden: el conocido cuento
“Ushanan-Jampi” (Enrique López Albújar), “Buenos días, señor prefecto” (Mario
Puga), “La conjura de los caballitos” (Alfredo José Delgado Bravo), “En la yema
del gusto” (Rulli Falla), “Las formas” (Carlos Bancayán), “Amor jubilado” (Max
Palacios), “Fraternidades en el séquito” (César Boyd) y “Ella y Maximiliano”
(Harold Castillo).
Los personajes de
estos relatos oscilan entre la desesperación y la fe, entre la muerte y la
vida; hay en sus contextos un aura generalmente urbana, donde los patrones de
conducta están desafiados por la moral. Después de cuatro años de publicada la
obra, ya se debe ir mirando el panorama lambayecano con otros ojos. ¿Qué
editorial, aparte de Altazor, se atreve a seguir con las propuestas? ¿Siempre
tiene que venir Lima a darnos lecciones? Queda abierta la polémica sobre los
antologados y el ruego común a los mecenas para su compromiso con la literatura.
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