Meter
un gol en un clásico del fútbol peruano es casi un poema; pero hacerlo al
último minuto tiene que serlo absolutamente. Así, entre un ambiente de “realities”,
“zorros zupes” y futbolistas vinculados con las orlas de lo vacío, emerge desde
las praderas de la humildad y el amor por su familia, un individuo cuya curiosa
manifestación de orgullo es tan contradictoria con su especial condición de
ganador. Es un lunar mediático en medio de un mundo de competencias desleales y
cinismos: nunca halaga su trabajo.
En
la novela “El túnel” de Ernesto Sábato, el personaje Juan Pablo Castel se
quejaba de los individuos que nunca declaraban orgullosos su talento (lo que él
llamaba “la vanidad de la modestia”); sin embargo, si yo no hubiese tratado
unas cuantas veces con Hernán Rengifo (Chachapoyas, 1983) no podría dar
testimonio de tan profundo recato para nunca disparar una palabra que
conmocione su ego. Él prefiere la sencilla descripción de una jugada, para él,
azarosa, y puesta por el Dios que todo lo
puede, que decir algo acerca de su buen juego y olfato goleador. Tiene una
sinceridad de acero.
Nunca
alardea de sus grandes goles. En el 2014 jugó para el Juan Aurich de Chiclayo y
fue un vecino digno de mencionar. Por ser yo el profesor de su hijo, lo cité a
él y a su esposa para hablar de la situación académica de Sebastián Rengifo. Y entre
las formalidades que requiere el caso, se coló un inevitable halago mío: “El
gol de fuera del área contra Inti Gas fue de otro planeta”. Mas tuve como
respuesta: “A veces sale, el equipo jugó bien”. Siempre con el impersonal
“sale”, nunca con “me salió”. Siempre con la primera persona del plural:
“nosotros”, nunca con “yo”.
Jorge
Luis Borges siempre menospreciaba su literatura por considerarla deficiente y
decía ya viejo, ciego y genio: “tal vez a los doscientos años pueda aprender
algo del arte de escribir”. Su segunda esposa, “la Kodama”, publicó alguna vez
en un libro en conmemoración al gran maestro que todos los actos de modestia de
Jorge Luis eran absolutamente sinceros, y nunca sacados de un baúl de falsas
modestias o simuladas honestidades. Algo de esto tiene Hernán Rengifo.
Revisando
todas sus entrevistas (exceptuando las de Polonia, Chipre y Turquía, que estoy
seguro fueron del mismo rigor), siempre está negándose a sí mismo, no viéndose
nunca como un protagonista, no aceptándose jamás, al menos solamente como
elemento de un todo que lo determina. Así sucedió a comienzos de este año, cuando
anotó un gol que compararon con uno del argentino Kun Agüero. Ante esto,
Rengifo (“Renyifo” le decía un comentarista de Fox Sport cuando jugó la Copa
Libertadores en el 2013), Rengifo afirmó, con su cara tímida, su voz pausada y
su rostro sincero: “No… yo no hago ese tipo de goles, tuve la fortuna que el
defensa se resbala y por ahí pues… salió”.
En esa misma
entrevista, rescata conmovedoramente, con tono pausado y voz parecida a un
poeta cuando lee en un recital, sin esa máscara que le cubre el rostro por
lesión, rescata que él siempre será el jovencito que jugaba Copa Perú y que,
terminado el colegio, iba a jugar por el equipo de sus amores (la “U”) y que
eso late en él tanto que no podría pensar jamás que ya es otro.
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