Cuando
se cae en una crisis existencial, no hay mejor aliciente que ver a tu alrededor
lo que está pasando en el mundo, para darse cuenta que el problema que se cree
tener no es nada comparado a los terribles sufrimientos que muchas personas
padecen.
La
noche del viernes fui invitado como jurado a un concurso de declamación en el
corazón de Cruz de la Esperanza. El evento estaba organizado por la Iglesia
Impacto Cristiano, con el fin de concientizar a los adolescentes acerca del
terrible mal del siglo: la violencia.
Hace
muchos años fui corrector de textos teológicos en dicha institución, así que
regresar después de más de un lustro a este centro poblado fue reencontrarme
con jóvenes que luchan día a día por abrirse un camino en la vida y que, en esta
oportunidad, iban a emitir su mejor voz y su genuina mímica para representar lo
que significaba la violencia para ellos.
Me
quedé gratamente sorprendido del talento indiscutible de los chicos para crear
versos y reflejar sus vivencias en torno a la “violencia de género”, “violencia
familiar”, “violencia en las calles”, etc., con textos sacados de su propio
puño y letra. Un escrito que me impresionó fue el del joven Kevin Ágreda, marcado
para siempre tras un accidente que casi le cuesta la vida, quien en su poema
“La abandonada” decía: “De lejos, tras una estela/ de polvo, se dibuja/ una
silueta que se acerca/ cada vez más”. Luego de la descripción de una mujer despojada
de su honor, agrega: “¿Cuántas Marías he visto en este miserable barrio?” (Me
trajo a la mente el “tú no tienes Marías que se van” de César Vallejo.)
Kevin
y los demás jóvenes son testigos permanentes de la burla hacia las mujeres. Es
el reflejo de esta triste estadística mundial en donde sitúan al Perú como uno
de los países más machistas del orbe, después de México. Hasta parece una trama
tan tristemente repetida que nos llegamos a asquear: un hombre enamora,
embaraza y abandona su responsabilidad.
La
jovencita que se llevó el segundo puesto, Lucía Capuñay, escribió: “¡Mujer, ya
no te permitas/ que el dolor rasgue tu alma!/ Si tu vida se marchita,/ yo te
ofrezco una esperanza”. Estoy seguro que los jóvenes de Cruz de la Esperanza (¡el
nombre los acompaña!) y de otros barrios aquejados por la violencia tienen esa
fe, tan definida como en el capítulo 11 de Hebreos: “la certeza de lo que se
espera, la convicción de lo que no se ve”. Pues es la esperanza lo que nos
permite vivir, más aún en un entorno hostil y muchas veces crudelísimo. Y saben
que los acompaña ese gigante Jesucristo, testigo eterno que observa sus calles
y sus acontecimientos, y se conduele con cada hecho regido por la maldad.
Sarita
Torres, casi una niña, se llevó las palmas al ocupar el primer puesto, por la
entonación decidida de sus versos: “No te abras sobre el fango,/ no desistas a
sus ruegos,/ sabes que sigue pensando/ cómo humillarte de nuevo”. Ella, tan
jovencita, ya tiene la idea marcada del sojuzgamiento de una mujer ante las estratagemas
de un soldado de la mentira. Y agrega, tan rítmicamente, “intentas esconder
marcas/ que él va dejando en tu piel,/ aunque aquellas más amargas/ nadie te
las puede ver”. Ingeniosa rima asonante.
Cuando se pensaba que
solamente faltaba el veredicto del jurado, nació del público un joven que se
animó a darnos una muestra de su arte, y selló la noche con un rap —a capela—acerca
de la violencia familiar. Me dejó con un nudo en la garganta y con las ganas de
cambiar el mundo, como un Quijote presto a dejarlo todo por un ideal.
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