Mantenemos
todos los días nuestras armas listas. Peleamos. Acudimos al resplandor de una
buena idea, un lugar mejor o una pretenciosa fantasía. Y, entre tanto, leemos
un diario; en especial, un libro, dos, tres, cuatro. Y cuando se hacen todas
las lecturas a la vez resulta tan fascinante que buscamos perdernos y no
encontrarnos nunca. Porque hay otros lugares de este mundo tan concreto —tan
botánico y citadino— que nos tumban a la primera embestida de la mañana, cuando
el sol tímidamente nos visita.
La
televisión nos informa desde las 5:30 de todos los días. Nos dice que el
planeta apenas soporta pero que los eventos no languidecen: que capturaron en
Colombia a un Caracol de la mafia peruana, que por una mujer cayó como un Paris
troyano y mitológico, que sus lujos lo rodeaban con destino de asfixia, que
lloró magdalénicamente al saberse perdido; que todos los días la policía hace
su trabajo y vence, que los jueces y fiscales sueltan otra vez a los
malnacidos, que los psicólogos o pedagogos no saben si los sicarios son todavía
personas o si lo fueron, o que los políticos ya quieren darle muerte a tiempo
o, al menos, cadena perpetua; que los hermosos derechos humanos son cada vez
más poéticos. Ya ni se sabe.
Entonces
me cae en las manos otra vez la novela “Los detectives salvajes” de Roberto
Bolaño y resucitan los juegos rufianescos de Ulises Lima y Arturo Belano (los
protagonistas), y las pataletas vicerrealistas de Juan García Madero, aquel
narrador que no quería ser abogado y soñaba con ser escritor, pero que se chocó
con la realidad insoslayable de lo patético que es el oficio de poeta.
Por
su soledad angustiante, el pobre Ulises había caído en un terrible vicio de
hierba y la vendía en el D. F. mexicano para publicar revistas de literatura. Entonces
me imagino a Ulises Lima y Caracol en una misma escala, en un mismo púlpito
sombrío. Imagínense. Caracol hecho un personaje de ficción que ya no mata, solo
escribe y quema lo que no puede aguantar sin encender, y que entona el poema de
la pobreza y suspira la razón de su próxima obra de filantropía literaria.
Y
por su parte, Ulises Lima hecho carne y sangre de la mafia del Callao,
olvidando las calles surrealistas de su lejano D. F. y a sus enemigos más
íntimos como Octavio Paz; liderando una masacre cobarde en un puerto que tal
vez algún día puede ser el de Pimentel, que todos queremos. Y contactando a la
fila de sicarios que llevarán metralletas listas por si algún enemigo (que no
es la policía) se atreva a romper con un comercio perfecto; este Ulises Lima de
las especulaciones más perversas se entregará a la compra inescrupulosa de los
jueces y fiscales subterráneos y de los policías que faltan al honor de la ley
de leyes y de la ley de la conciencia.
Leer
cuatro o cinco libros a la vez tiene sus desventajas. Y con un programa
político en el aire, el engendro de los insultos se trasmuta en vicios. Ya es
tan delirante el rostro de la ficción que entre las derechas de las candidaturas,
golpistas o pacíficas, restructuradas o intactas, se escabullen las amenazas de
los países de las novelas “Un mundo feliz” de Huxley y “1984” de Orwell; y se
transmite lo que alguna vez afirmó un crítico acerca de esas dos obras maestras
de la literatura. Ambas tienen escondidas dos razones opuestas de dominio: la
complacencia y el autoritarismo, respectivamente. La primera brinda todo, asume
libertades, muestra bellos laberintos; la segunda, no enseña, limita,
restringe, golpea al que desea saber.
En
las conclusiones de semejantes realidades —según este crítico—, la peor forma
de gobierno es la permisiva (“Un mundo feliz”), la que da todo; porque al dar
todo, no brinda nada, no guía, no señala caminos; sino confunde, hastía,
sobreabunda, y al ser humano lo abruma, y ante este enredo espiritual el
individuo quiere salirse, divertirse, encantarse. Con esas características del hombre,
ya no es necesario la violencia para el ciudadano, sino darle todo lo que
quiere en cantidades ingentes: información y datos, libros y retóricas, modas y
monadas; de esa forma el pensante se volverá oveja y buscará pastores en todos
lados.
Por
otra parte, está el régimen autoritario de la novela “1984”. El ambiente que se
respira en cada rincón es tan parecido al de las dictaduras que ha tenido el
Perú. Sin embargo, estas sombras tiranas, que quieren volver estático al
hombre, tienen un efecto contraproducente. Convierten a las personas en indagadoras,
curiosas y temerarias; saca de ellas la astucia escondida e intenta dar brote a
la sed de justicia que solo es realizable de una forma única: el compromiso
social, donde los seres humanos se vuelven mejores, atesoran sus proyectos y visiones,
comparten la ira de los disconformes, se unen para el cambio y la libertad.
Por
el lado de las lejanas tierras tenemos también nuestros ruidos: que Dilma Rousseff
cayó en limbo político y dantesco, que los sirios siguen huyendo por las
cornisas del mundo, que el pueblo alemán no quiere TLC con Estados
Unidos que alguna vez fue de América y ahora es del Más Allá, que el
capitalismo tiene que crecer invadiendo territorios del oriente para crear
nuevos mercados antes que colapse otra vez la economía, que las conspiraciones venidas
de los grandes del mundo son tan evidentes que rayan en la falsedad.
Esto
último, sin duda, rememora la gran novela “El hombre que fue Jueves” de
Chesterton. Es el talento de los hombres para armar conspiraciones que terminan
siendo ruidosas y, por ende, montadas. Un homenaje al suspenso de la historia y
a la sorpresa de datos que van apareciendo en una secuencia temeraria. Imagino
al personaje que hace de poeta en un espacio y tiempo de este mundo, para
desmentir los asuntos ocultos, pues en el fondo lo que verdaderamente existe es
el arreglo práctico bajo la mesa, para no perder protagonismos; en la novela
los anarquistas y la policía secreta se confundían para que cada uno haga su
trabajo sin tocarse, pues todos se hacían pasar por todos y nadie sabía si era
policía o era del partido anarquista. ¡La genialidad de Chesterton!
Ante esta realidad,
ahora pensamos si la foto de la felicidad en el Facebook todavía sigue rodeada
de imagen, de forma, de escondrijo; si la frase del día en el muro social
trasciende nuestra vida, para transformar la idea de que las tragedias y
desventuras existen tanto o menos que lo que queremos ignorar.
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