Hay
docentes que ante las paredes de una escuela ven el paraíso; hay docentes que laboran
en purgatorios de autoritarismos y temores. Hay docentes que están predestinados
a reír; hay docentes con una tristeza poética en un país de sinvergüenzas
alegres (perdón, Hildebrandt, te robé la frase). Hay docentes de rituales y esperanzas,
docentes resignados y pujantes. Hay docentes que planean una revolución; hay
docentes que enseñan su curso. Hay docentes que hacen lo que dicen; hay docentes
que colocan la nota. Hay docentes de madera que se tallan con el tiempo y se
queman con el mismo tiempo que mejora el fuego.
Hay
docentes que lloran por el mundo; hay docentes que cobran por lo bajo. Hay
docentes que regalan su fatiga; hay docentes que se guardan el enojo. Hay
docentes que leen a Vallejo; hay docentes que creen admirarlo. Hay docentes que
se niegan a sí mismos; hay docentes que recurren a la hambruna. Hay docentes
sin trabajo, con anhelos, sin título, con “experiencia laboral”. Hay docentes
muertos que todavía viven.
Hay
docentes eternos que decidieron morir y docentes que deciden vivir engañados.
Hay docentes que no pretendieron serlo y lo disfrutan; hay docentes que nunca
quisieron serlo pero les da dinero. Hay docentes políticos y rudos; hay
docentes jubilados sin júbilo, docentes con la fortuna del asilo o la desdicha
de una muerte en ciernes. Hay docentes que cuentan historias tan bellas; hay
docentes que su vida la vuelven historia.
Hay
docentes que leyeron El Emilio pero que la naturaleza todavía no los convence.
Hay docentes que creen que Pestalozzi es un actor de cine; hay docentes que se
atreven a negarlo. Hay docentes que recitan a Sartre: “Yo no puedo mandar
porque jamás obedecí”. Y hay docentes que no se hacen problemas. Hay docentes
cobardes; hay valientes que se volvieron docentes. Hay docentes que se paran en
las mesas; hay docentes que expulsan a docentes. Hay docentes que al
controlarlo todo, controlan su sueño que no es de todos. Hay docentes que dicen
“carpe diem” para la clase; hay docentes que lo dicen y lo olvidan.
Hay
docentes que no saben etimológicamente qué es pedagogía; hay docentes que
todavía son esclavos. Hay docentes que logran liberarse; hay docentes que la
etimología les queda corta. Hay docentes intelectuales, y docentes que creen
que eso es bueno. Hay docentes que han escrito un libro; hay docentes que
venden libros por error.
Hay
docentes pederastas y docentes todavía más malditos. Hay docentes que seducen falsamente
o hay fieles hidalgos de la Mancha. Hay docentes que postulan a una tórrida
selva y docentes que huyen a una ilusoria costa. Hay docentes que se creen el
mito griego del efebo y docentes machistas que dictan la política de sus
jurisdicciones.
Hay
docentes matemáticos que aman los números en la pizarra; hay matemáticos que
aman los números en sus cuentas. Hay docentes pedantes y humildes; hay docentes
soñadores y realistas. Hay docentes que odian la libertad de la poesía pero
enseñan Literatura; hay docentes todavía más ingenuos. Hay docentes rigurosos y
docentes que improvisan. Hay docentes que todavía jalan y aman; hay docentes
que ni jalan ni aman.
Hay
docentes máster de menciones inauditas y hay doctores con menciones de la vida.
Hay locos, filmadores, cosmetólogas, peluqueros, lustrabotas, que honran la
docencia; hay docentes que salen en sociales y no entienden el racismo. Hay
presidentes que se volvieron docentes; hay ladrones que custodian la educación.
Hay
docentes de primaria que fueron escritores (Cortázar) y que partieron a París a
escribir “Rayuela”. Hay docentes que salen recién de las universidades y ya no
quieren ser docentes. Hay docentes que gritan su verdad ante cuarenta
corazones; hay docentes que callan su verdad ante su hijo. Hay docentes ateos
que creen en Jesús; hay docentes cristianos que no creen en nadie.
Hay
docentes famosos como el lambayecano Russo Delgado, Luis Hernán Ramímez, Karl Weiss,
Milton Manayay o Andrés Díaz Núñez; y hay docentes como Norka Zuñe, la
profesora de primaria, llorada por tantas generaciones ferreñafanas, que murió
tan querida que mi llanto se juntó al de todos los que no la vieron en su féretro,
y en vida le prometieron la grandeza de una ayuda que nunca se cumplió.
¡Miseria humana!
Hay
docentes que reciben las Palmas Magisteriales y aún son infelices; hay docentes
que no las reciben y perdonan al peor director del mundo. Hay docentes que hablan
de sus logros; hay docentes que logran enseñar. Hay docentes que ruegan el
perdón; hay docentes que se perdonan a sí mismos. Hay docentes tajantes de la
antigua escuela; hay docentes empáticos de las formalidades empresariales. Hay
docentes que renuncian a su sueño; hay docentes que no tienen sueños. Hay
docentes que se acoplan; hay docentes que todavía no sucumben.
Hay
docentes que mienten de verdad y aciertan de mentira. Hay docentes que filtran amistades;
hay docentes que son amigos de verdad. Hay docentes que compran su tumba; hay
docentes que les regalan la vida. Hay docentes que no trastabillan y hay
docentes que resbalan alegres. Hay docentes que cantan en las mesas; hay
docentes que callan en los tribunales. Hay docentes que remesen las escuelas;
hay docentes que las quieren normales.
Hay docentes-padres
que no ven a sus hijos; hay docentes-hijos que no ven a sus padres. Hay
docentes que no tienen padres; hay docentes que no encuentran hijos. Hay
docentes del día y de la noche; hay docentes de todos los días y de ninguno. Hay
docentes que escriben artículos y merecen compasión. Hay docentes que por la
calle entienden mejor la vida.
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