En gran síntesis, el maniqueísmo es una posición
filosófica que sostiene que la realidad está dividida entre lo bueno y lo malo.
Esa idea la asume con singular vehemencia el Dr. Luis Rivas Rivas, autor del
libro “Personajes, libros, debates: Hacia lo trascendente”, presentado el
jueves pasado. El texto resulta una prueba latente que la identidad religiosa
de su autor está sustentada, maniqueístamente,
en una poderosa creencia que él nunca ha ocultado y que, contra todo, ha puesto
a funcionar en aquello que piensa, escribe, analiza y profesa.
Su nombre (“Lucho Rivas”) me sonó por primera vez a
los veinte años en la boca de Alfredo José Delgado Bravo, quien me aconsejó
llevarle mi modestísimo primer libro a sus manos para que tenga un mejor
destino; algo absolutamente improbable en la Edad de Piedra de mi poesía. “Es
lo mejor en crítica”, me dijo el autor del himno a Chiclayo. Con una obediencia
férrea, un día de hace quince años toqué la puerta de la calle Carrión y me
recibió un profesor serio, con aura otoñal y de erudición constante. Cuando me
presenté y recibió mi libro, mostró su generosidad al decirme: “Lo consideraré si
hay otra edición de un estudio publicado acerca de la literatura lambayecana”. Lo
tomé como un elegante cumplido.
En casi una hora de charla, caminando por Elías
Aguirre, me habló de tantos temas que apenas a mi memoria retorna uno: su
opinión sobre el mejor poema que a su juicio —de aquel tiempo— escribiera
Vallejo en Los heraldos negros: “A mi
hermano Miguel”. Sin duda, me hizo revisar muchas concepciones que, en mi
adolescencia, tenía de la literatura y de muchos autores, pero todavía yo no
notaba su perenne solemnidad hacia lo trascendente y su maniqueísmo confeso en
todos los asuntos que rodeaban su vida. Años después lo descubrí más
claramente.
En el 2006 lo vi por segunda vez. Le llevaba ahora
bajo el brazo un nuevo libro: “Signos”, del grupo literario que tuve la
oportunidad de fundar junto con varios compañeros de batalla literaria. Me
acerqué, acompañado del poeta Cromwell Castillo, a la oficina de la universidad
en donde hasta ahora trabaja, y nos recibió el mismo profesor atento, aunque
ahora él tenía una inquisición que hacer. Miró la contraportada del libro y
distinguió una frase del Apocalipsis (capítulo 7, versículo 1) que refería al
número cuatro, pues hubo una intención sesgada de mi parte para colocar y
estetizar aquel dígito, y relacionarlo con el número de integrantes del grupo.
“¿Acaso has leído la Biblia?”, me interrogó. “Totalmente”, le respondí.
“Entonces no la has entendido”, sentenció apabullante. Fue ahí cuando comprendí
su ética y la actitud defensiva de un devoto soberano. Su maniqueísmo no solo
era conceptual, sino el sentido de su vida y su tema preferido.
Dos días antes de la presentación de su libro
recibí una llamada. Leía en casa “El grito silencioso” de Oé y me invitaban a
cubrir el comentario del libro y el evento. Miré a Janet y le dije: “Tu
profesor preferido presentará un nuevo libro”. La fama del Dr. Luis Rivas de
ocasionar impacto al narrar historias en sus clases de Literatura había dejado
en sus alumnos universitarios recuerdos imperecederos.
A pesar de haber leído al profesor en un sinnúmero
de artículos, encontré en este libro en particular una posición que no dejaba
dudas desde el título después de los dos puntos: “Hacia lo trascendente”. Sus
análisis literarios poseen, algo más o algo menos, lo que se afirma en la
página 371, en un artículo titulado “La dimensión ética en la literatura
contemporánea”. El profesor dice: “Un rasgo frecuente en la literatura
universal ha sido —protagónico o subyacente— el milenario conflicto entre el
bien y el mal; y el componente ético ha contribuido en gran medida a potenciar
la calidad estética de obras maestras”. La división de la realidad entre el
bien y el mal, como dije, es el maniqueísmo que recorre en esta nueva
publicación las líneas de casi todo lo descrito: personajes, libros, debates.
Otro ejemplo son los títulos escogidos. Existen
diez artículos que explícitamente tienen ya la etiqueta cristiana en su
encabezado, y la mayoría del resto resalta en su contenido la figura del Bien
como criterio mayor en el análisis. De esa forma, enfrenta la idea de Dios en
composiciones de José Carlos Mariátegui y César Vallejo contra los posteriores
libros marxistas ateos de ambos autores; a Gabriela Mistral “predicando los
mensajes de Cristo” contra las demoníacas circunstancias de la guerra; a los
autores paganos que afirman la historicidad de Jesús contra los que la niegan
(de igual forma, acerca de la resurrección); a los “pensamientos de raíces
bíblicas” del Principito contra la incredulidad de los adultos; al Mensajero
del Rey contra los Césares “paganos, homicidas, inescrupulosos”; “A Cristo
crucificado” contra “El infierno tan temido”; a la inspiración de Pasternak en
“pasajes memorables de los Evangelios” contra el “oscurantismo ruso”; a las universidades
católicas contra “una industria deshumanizada” (muy apropiado lo de
“industria”); a los “recursos formales de Graham Green contra su “tradición
nada teologal”; a la crítica cristiana de Charles Moeller contra toda otra
posición que asume “el silencio de Dios” en el siglo XX o en cualquiera.
Existen dos temas tangenciales que también se
pueden destacar: la historia y la política. El dato biográfico como móvil para
los tópicos de algunas obras o la importancia del proceso del tiempo en el enriquecimiento
de las ciudades, son muestras innegables de la biblioteca viviente de anécdotas
y relatos que es el profesor Luis Rivas, tal vez su más fuerte atractivo en el
aula de clase. Los autores antitotalitarios que en el mundo han sido son mencionados en la defensa de una
democracia, tal vez no muy bien entendida, dada las variantes conceptuales del
término en el siglo XX; solo recuérdese que en la construcción del Muro de
Berlín, la Alemania Comunista era catalogada “democrática” (curiosa paradoja).
El conocimiento profundo de la política para un
cristiano puede resultar alarmante. Solamente hay que recordar lo que Max Weber
escribió del tema, y que Vargas Llosa coloca de epígrafe en El pez en el agua: “También los cristianos primitivos sabían muy exactamente que el mundo
está regido por los demonios y que quien se mete en política, es decir, quien
accede a utilizar como medios el poder y la violencia, ha sellado un pacto con
el diablo, de tal modo que ya no es cierto que en su actividad lo bueno sólo
produzca el bien y lo malo el mal, sino que frecuentemente sucede lo contrario.
Quien no ve esto es un niño, políticamente hablando”. Demoledor.
La última vez que vi —antes de la presentación— al
profesor Rivas, yo iba con Janet por la avenida Luis Gonzáles. Se le veía
sonriente y bromeó con algo muy de moda por ese tiempo: “Voy a ser mi tesis en
la Complutense de Madrid”, nos dijo. Nos hizo sonreír y asumir algo marcado en
su personalidad, pero que no se nota con frecuencia: su sentido del humor. La
presentación del jueves estuvo llena de esos detalles certeros e inteligentes
que arrancan una sonrisa. Y este escrito debe terminar pues, como él refirió al
final de sus palabras, los gritos de una tribu cuando el orador habla demasiado
pueden aparecer: “¡Ya basta! ¡Ya basta!”.
No hay comentarios:
Publicar un comentario