Sonando
las campanadas de las ocho, llegadas desde la Catedral de Chiclayo que frente
al auditorio se levantaba íntegra, comenzó con exactitud inglesa la
presentación del libro “Con olor a papel y tinta” de Larcery Díaz Suárez. El
evento del mes abría sus puertas.
Todos
los días no tenemos el privilegio de apreciar auditorios abarrotados, en donde
ya comenzada la ceremonia, tenían que seguir cargando las sillas para las
personas que no terminaban de llegar, agitadas y calurosas, a este recinto del
Club Unión; por ello, sentía que ingresaba a una rotunda misa de Acción de
Gracias.
Cuando
me asomé, ya se divisaban personalidades del quehacer cultural de la región.
Tres filas delante de mí, se apreciaba al decano de la facultad en donde
estudié (FACHSE), Néstor
Tenorio, acompañado de su elegantísima esposa, una dama pelirroja que le
hablaba al oído por breves momentos. Más adelante, se notaba la cabeza
brillante de Raúl Ramírez Soto, cabeza que ya tal vez había improvisado una
décima. La poeta Matilde Granados, quien me brindó a lo lejos una sonrisa y un
saludo con la mano, también se daba cita en nombre de la amistad que le profesa
al autor. El escritor Rully Falla llegó acompañado de Nicolás Hidrogo; y
sorpresivamente y muy aplaudido llegó el hijo de Nixa, don Nicanor de la Fuente
Silva.
Minutos
antes de que comience el evento, me acerqué para presentarme. Era la primera
vez que al señor Larcery le estrechaba la mano. Su serenidad y sencillez me
dieron buena impresión. “Ya te llegará tu libro; regalaremos toda la edición”, esas
fueron sus palabras ante mi curiosidad de saber cómo conseguiría un ejemplar.
Me dejó; pues un canal de televisión ya tenía la cámara prendida para comenzar
una entrevista. Mientras el tímido joven le hacía las preguntas de rigor, preguntas
que se les hacen a todos los escritores del mundo cuando aún no han leído sus
libros, las fotografías llovían alrededor de la luz del reflector que iluminaba
las respuestas.
Sentados
a la mesa de honor estaba el autor, la señora Cecilia Cabrejos y el
representante de los hijos de Larcery, el señor L. Díaz Barrantes. Los valses
“A ti Chiclayo” y “Zenobia” abrieron la noche desde la mano prodigiosa de los
maestros de la peña Amistad Norteña de Ciudad Eten, siendo uno de ellos, suegro
del anfitrión. Con ese ambiente chiclayanísimo, la abogada Cecilia Cabrejos dio
sus primeras palabras de amistad y respeto ante la nueva obra de su gran amigo.
Posteriormente, se dio lectura al prólogo, realizado por la periodista Jesús
León Ángeles, esposa del homenajeado. En esas sentidas palabras nos pudimos
enterar un poco más de la vida de Larcery Díaz.
Nacido
en la tórrida Sullana, arribó a Chiclayo a los cinco años para quedarse a hacer
historia. Periodista, poeta, cuentista, abogado, profesor, cronista, premiado
en nueve oportunidades por su labor periodística y en tres por su actividad
literaria, Larcery se convierte en un referente importante para las letras
lambayecanas. Con esta voluminosa obra de casi cuatrocientas páginas, el autor
nos comparte sus crónicas y cuentos realizados a lo largo de los años. Su obra
constituye también un homenaje a los periodistas que hicieron de esta loable
labor un estilo de vida y pusieron una valla muy alta para todo aquel que
pretenda incursionar en esa actividad.
El
libro también comprende una galería variada de fotografías con personalidades
de todos los ámbitos. Se puede apreciar a Larcery con el Premio Nobel de
Literatura Mario Vargas Llosa; además, con Javier Pérez de Cuéllar, Alan
García, Morales Bermúdez, y personalidades nacionales del periodismo, la
iglesia, el arte, la literatura, el folclore, la política, entre otras variadas
ramas de la cultura.
Casi
a mitad de la ceremonia, las palabras del autor fueron una muestra de su
sensibilidad inquebrantable. Durante años buscó un auspicio para la publicación
de su obra y le cerraron todas las puertas, hasta que, como él dice, “llegó el
ángel que me envió la virgen de Guadalupe”. Larcery se refería a Cecilia
Cabrejos, quien a través de las muchas instituciones que ella precede en México
y Perú, pudo darle la oportunidad para que “Con olor a papel y tinta” vea la
luz, y por si fuera poco, también para que el libro sea repartido gratuitamente
a todo aquel que quiera acercarse a la producción de Díaz Suárez.
Su
discurso también hizo remembranza al casi medio siglo que él tiene en la labor
periodística y del respeto a todos los entrevistados que han pasado por sus
micrófonos y grabadoras. Una actitud muy particular al ver que existen hombres
de prensa cuya consideración y respeto al entrevistado es casi nulo, sobretodo
en un contexto político, asumiendo la frase popular: “¿Se merece respeto un
corrupto?”. Pero Larcery lleva sus principios, para bien o para mal, al máximo
nivel.
“Siempre
he querido que mis escritos lleguen a las masas”, dijo el autor, engrandeciendo
su responsabilidad social y criticando a los periodistas que hablan “en
difícil”, para que no los entienda la gente. Citó a Gabriel García Márquez a
propósito de la ética en el periodismo, considerando que el Nobel colombiano
estuvo muchos años trabajando en ello, y tenía como máxima “La ética es la
calidad”.
Larcery
es el que cree que el lenguaje bien expresado en los medios escritos puede
superar a la imagen televisiva; esa actitud romántica me hizo estremecer y me
llevó a pensar en la poca fortuna que han tenido los diarios en las últimas
décadas a partir de la televisión y, posteriormente, la Internet. Pero de esto
último tampoco está distante, pues Díaz Suárez tiene un espacio en una conocida
página web. Él es de las personas que se han ido adecuando al paso del tiempo y
a las nuevas tecnologías.
El brindis de honor
fue hecho por su hijo. Él recordaba que desde niño lo veía a su padre en un
rincón de su biblioteca, pegado a la máquina de escribir, y así fue creciendo,
escuchando sus historias, pegado a los libros que lo hacían mejor. Entonces
después de libar el pisco sour, para no olvidar que estábamos en Chiclayo, la
peña Amistad Norteña nos conmovía con la marinera “El huaquero”, y todos
empezamos a entonar “cova, cova, cova al amanecer; cova, cova, cova al
anochecer”; y en la ciudad anochecía más, para covar (excavar) una amistad con
un nuevo libro.
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