Si la poesía es también filosofía, con sus rasgos particulares y su envestidura, resulta adecuada —y hasta comprobatoria— la formulación de Luis Eduardo García al denominar a su libro “Filosofía vulgar”.
El calificativo “vulgar” puede entenderse en una acepción para este caso: “lo que más abunda”. Aquí está implícito que, en sus estados de “pureza”, filosofía y poesía adquieren una separación.
Por un lado privilegiado está la filosofía llamada “académica”, buscadora de la verdad, criticadora del entorno antiguo y venidero, y que es vista a priori por encima de la filosofía “vulgar” en tanto poesía, ocupadora de un lugar de menos relevancia.
En “Filosofía vulgar”, la poesía conjuga experiencia subjetiva muy latente con elegancia versificadora. Esa combinación refleja lo que el libro quiere acumular: la línea proverbial, que es “lo que más abunda” en el imaginario de la cultura.
Ya el poema de título homónimo advierte: “El sentido común no es obra de la razón,/ sino de la experiencia” (p. 137). El yo poético nutrido de experiencia es el arma mejor construida, pues no necesita del lado “académico” para elevar sus ideas.
Por su parte, el imaginario popular entiende “filosofía”, entre otras formas, como proverbio, cuyo motor es concebido desde el rigor de la sabiduría, hija de la experiencia y fuente de la poesía, es decir, fuente de la filosofía “vulgar”.
La experiencia de cada persona está petrificada en un proverbio, es decir, en la construcción de un mapa que guía las acciones futuras y trasciende en los procederes de los otros (en segunda persona): “Has amado a la bestia equivocada” (p. 34), “Tú eres tal vez el legado” (p. 75) y “Nada puede escapar de ti” (p. 104).El libro se asienta en lo proverbial a pesar que posee tres partes (poemarios) relativamente separadas por temáticas y por tiempos de publicación. Así tenemos: “Teorema del navegante” (TN), “La unidad de los contrarios” (UC) y “Filosofía vulgar” (FV).
El autor ha propuesto una línea discursiva unitaria en dichas partes al articular tres grandes temas filosóficos envueltos muchas veces en la cotidianidad y la acción mundana. En TN se identifica la libertad; en UC, el amor; y en FV, la realidad. En las tres partes la línea proverbial (filosófica-vulgar) no perece. Esta permanencia actúa como explicación para que la última parte (FV) dé el título al conjunto entero.
En TN, lanza la primera estocada: “Estar atado de manos no es el fin,/ es el comienzo de la libertad”. La idea de libertad empieza por anular el maniqueísmo: “No existe el bueno y el malo,/ únicamente existimos porque el espejo nos refleja”.
A partir de esa disolución poética, el ir y venir del “navegante” sin límites desemboca en un proverbio furibundo: “El viaje fidedigno es arribar a ninguna dársena” (p. 69). Es decir, no estar en calma. En otras palabras: ser libre. La libertad no se entiende sin el desorden y el riesgo.
En UC, se apela a una ley física conocida: los polos opuestos se atraen. Esa atracción no solo se establece en el vínculo hombre-mujer, sino que amplía su proyección en su forma abstracta a lo que rodea al amor o a las pasiones: “Entre lo muerto y lo vivo,/ entre el caos y el orden,/ entre el olvido y la memoria,/ entre el accidente y la causa,/ entre el amor y el odio” (p. 94).
El tono de esta segunda parte se ensambla perfectamente con las máximas inapelables que emite el yo poético: “Amar sin ser amado/ es una catástrofe de la especie,/ aunque le ocurra a un solo hombre” (p. 73), “Por los ojos entra el amor/ y por allí mismo sale” (p. 74), “Lo austero es la riqueza/ de los solitarios” (p. 75).
En FV, los epígrafes de Cioran y Kant podrían ubicarse incluso al comienzo del libro, y no desencajarían. El primero reclama la lucidez para sacarnos de lo vulgar. Sin embargo, existe otra frase del francés —no aparecida en el libro— que reza: “La filosofía no es posible más que como fragmentos”. Lo que significa que no son necesarios los sistemas filosóficos de los académicos, sino la reflexión aislada, fragmentaria, es decir, la filosofía “vulgar”.
Por su parte, el epígrafe de Kant afirma que no se aprende filosofía, sino a filosofar. Así, el libro no trata de ubicarse en un sistema, sino empuja la experiencia como circuito para la reflexión.
La osadía del libro es haberse ubicado en ese limbo de las ideas. En un tiempo en que la poesía está inundada de descripciones metafóricas donde solo se insinúa la realidad sin ideas, “Filosofía vulgar” se detiene en el aparato crítico y se arriesga a filosofar en verso.