sábado, 9 de octubre de 2010

"El pesimismo y la educación" - POR César Boyd Brenis - DIARIO "LA INDUSTRIA" (8 DE JULIO DE 2010)

En honor al 6 de julio ya pasado, Día del Maestro, quise reflexionar sobre dos temas que generalmente, dentro de una realidad de análisis, permanecen disjuntos, pues la “educación” y el “pesimismo”, y aún más las finalidades de dichas nociones, son dos extremos que no pueden y no deben juntarse ni en la acción ni en la idea, y todo esto por el bien del más débil entre ambos, como lo es, la educación.

Profundizar en el tema del pesimismo, en el cual muchos de los seres humanos se ven reflejados, y aún más, muchos de los profesores, es dar algo de luz para evitar actitudes y conductas, y sobre todo ideologías, que no hacen bien a la labor docente en acto.

El pesimismo es una reacción que cualquier ser humano puede llegar a tener en condiciones normales, y cuyo derecho a sentirlo y expresarlo podría ser totalmente legítimo. Sin embargo en la profesión de maestro, al parecer el asunto toma otro sendero, pues si el maestro cae, entonces el mundo cae con él. Y en consecuencia, se cierran las puertas y los ojos de la libertad, del análisis y del progreso, entendido este último como fortalecimiento de las finalidades de cada entidad social.

Pero no se puede olvidar que los batalladores de las aulas son seres humanos de carne y hueso, es decir, hombres y mujeres de conflictos, de decepciones, de miedos, de interioridades sensibles. Por ello los maestros también caemos en contrariedades y disgustos catastrofistas cuando vemos que el mundo nos traiciona, en pocas palabras, caemos en pesimismo ante la vida.

Ser pesimista es concretamente no encontrar ninguna salida para un problema; o es, extensamente, encontrar salidas ineficientes, ralas o inútiles, desde donde parten las concepciones casi entendibles de “patear el tablero”, de maldecir a todos los gobiernos, de reclamarle a Dios por su inercia.

En general, creo que el pesimismo en los maestros puede manifestarse en dos ramas. Una de ellas más vivencial, concreta y personal, y otra rama, más ideológica, intelectual y cultural.

La primera de ellas, se puede identificar y simplificar en la frase: “no puedo pensar en enseñar bien porque mi sueldo ni siquiera me alcanza para comer”. Aquí, el pesimismo está manifestado en la realidad de la vida de un maestro de bajos recursos, que podría ser un profesor de escuela rural (difícil y digna tarea) o alguien que tiene que viajar muchos kilómetros de distancia asumiendo su propio pasaje, y cuya fuerza para el trabajo está debilitada por el trajín. En esas condiciones, el maestro no le queda más remedio que sobrevivir con lo que el estado le ofrece, y con justa razón, quejarse.

La segunda rama es el pesimismo de tipo ideológico, en donde caen muchos maestros. Ellos ven el mundo en pleno, lo analizan, hacen cálculos estadísticos, y sacan conclusiones al estilo sartreano (recordemos que Jean-Paul Sartre fue el pesimista más grande del siglo pasado).

Estas conclusiones están sometidas a la frase: “el mundo es un desastre”. Entonces, descubren todos los males irreversibles que aquejan a la humanidad, es decir, descubren que las ventas y el consumo de drogas en el mundo van en un aumento exponencial; descubren que el ser humano tiene cada vez más enfermedades llamadas “mentales” y serios problemas genéticos; descubren que el sistema es manejado por un grupo de súper poderosos desalmados, inhumanos e invencibles; descubren que la súper población alguna vez nos hará matarnos por comida y por agua; descubren que es posible que Dios no exista (como está escrito en los autobuses londinenses) y que no habrá más justicia que la nuestra, que es la del más fuerte (absurdo descrédito).

Con toda esa masa de pesimismo, a los maestros nos toca gritar a causa de la desesperación y la angustia. Ser expectantes de la desvalorización de absolutamente todo, y junto a ello, rendirnos a los problemas cotidianos.

En estos casos, es cuando traemos nuestras antiguas ideas románticas, nos empapamos de la herencia de pensamientos que nos han dejado los escritores no realistas, encontramos en el acto de enseñar un valor absoluto, disfrutamos de las ideas de libertad, de patria y de amor, que la literatura de Bécquer o de Goethe nos ha dejado, para justo en momentos como estos, en tiempos de Apocalipsis, emerjan como lo único que nos salva en este mundo de guerras y mercado.

En el Día del maestro, recordemos lo que nos hablaba Aristóteles sobre la “Teoría del justo medio”, donde planteaba el peligro de los extremos. Por eso el sueño diurno del amor ensimismado podría ser tan terrible como ver la realidad tan radicalmente exacta para maldecirla. Aún así, quedan en el aire tantas incógnitas. Educación, ¿quo vadis?

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