lunes, 29 de septiembre de 2014

"La corrección y un verbo: Respuesta a un lector avisado" - Por: César Boyd Brenis - Diario "La Industria" (28/09/14)

En el cuento “García Márquez y yo” del distinguido y premiado escritor peruano Jorge Ninapayta —desaparecido lamentablemente este año— encontramos un tema poco usual: la corrección de textos; esta noble faena representa una sombra detrás de cada libro, pues es el corrector el que se lleva las palmas o el desprecio según el producto de la edición.
En resumen, el protagonista del relato había encontrado un error en una novela-borrador de García Márquez: le faltaba una coma —un vocativo—. Luego, agradecido, el autor de “Cien años de soledad” modificó el yerro. Eso hizo crecer en el corrector un afán por observar todos los libros que encontraba en los estantes, de todas las ediciones ya publicadas, y deshojarlos e ir hacia la página justa de esa legendaria coma; aquella que había cumplido una función trascendental, como todos los demás signos que le brindan un sentido más preciso al lenguaje escrito. El respeto por esos signos, la entrega por su trabajo y el singular modo de colaborar en una obra de un Nobel, le hizo concluir en esa frase rotunda que da fin al cuento: “Y este es el libro que escribimos García Márquez y yo”.
Sin duda, los correctores de estilo o de detalles a veces imperceptibles, ayudan a mejorar las publicaciones, y más aún si no son pagados; y apostar por decir algo —en la era del silencio— es invalorable. Salvando las distancias con el inmortal Gabo, aquí en este diario, este servidor publicó el pasado domingo 21 de setiembre un modestísimo artículo acerca de la muerte de Gustavo Cerati; seguramente, entre tantos deslices en el escrito, saltó uno en especial, el cual un lector acucioso me hizo ver a través de un correo electrónico. Un verbo en la siguiente expresión estaba incorrecto: “si el autor de “Rayuela” hubiese vivido su niñez o adolescencia en los años 80s, hubiese escrito su obra al ritmo de rock y no de jazz, como lo hizo”.
El amigo remitente se cercioró con agudeza que el segundo “hubiese” estaba incorrecto, y más bien debería estar el “habría”. Preciso. Y ese detalle me da pie a recordar un poco las reglas gramaticales que demarcan el lenguaje.
En sus modalidades compuestas, los verbos suelen ayudarse con el “haber” (he amado, habré comido, etc.). Si nos centramos en las expresiones utilizadas en el fragmento errado, tenemos que el “hubiese vivido” se encuentra en modo subjuntivo. ¿Cómo me doy cuenta de eso? Recordemos que este modo nos brinda la acción de la manera cómo el hablante (el sujeto) afirma desde lo que sucede en su subjetividad, en su fuero interno, en su deseo, en su ilusión; más no en lo que ha pasado objetivamente.
De esa manera, el “hubiese vivido” o el “hubiera vivido” (“hubiera” y “hubiese” se usan de forma indistinta, es decir, cumplen la misma función de intencionalidad) son parte del pretérito pluscuamperfecto del modo subjuntivo, porque muestra una acción pasada condicionada por otra pasada también.
Por otro lado, en la segunda parte del fragmento, el “hubiese escrito” sería incorrecto porque la precisión estaría en colocar ese verbo compuesto en modo potencial, es decir, en afirmar algo que no ha ocurrido pero que pudo ocurrir si se cumplía la condición. Es decir, la expresión quedaría de la siguiente forma: “si el autor de “Rayuela” hubiese vivido (modo subjuntivo) su niñez o adolescencia en los años 80s, habría escrito (modo potencial) su obra al ritmo de rock y no de jazz, como lo hizo”. Extrañas son las precisiones del idioma.

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