lunes, 6 de octubre de 2014

“Los otros dicen: ¡Es la peste, ha habido peste!” - Por: César Boyd Brenis - Diario "La Industria" (06/10/14)

El libro “La peste” de Albert Camus (Premio Nobel de Literatura) nos trae desde su fondo prodigioso un paralelismo con un pueblo (¿fantasma?) esclavizado por la mafia, y en casi su última página se puede leer: “En la noche ahora liberada, el deseo bramaba sin frenos y era un rugido lo que llegaba hasta Rieux”. Sí, un rugido todavía tenue se levanta por las calles del pueblo desde aquella noche de la dignidad; pues los tentáculos todavía firmes podrían silenciar —en venganza— a las voces que lanzan a los vientos las arengas de la justicia, y hacerlos pasar como suicidas.

Desde el inicio de la peste —desde el primer mes de un periodo que quiso ser eterno— ya se notaba esa epidemia que iba creciendo sin control: los culpables más débiles iban a las mazmorras para ser juzgados: chivos expiatorios de la decadencia. Por su parte, la novela retrata en las ratas el símbolo de la desgracia, así el viejo español le diría al doctor Rieux: “Salen muchas, se las ve en todos los basureros, ¡es el hambre!”. Sí, era el hambre de las ratas las que hizo su destino y su espectáculo espantoso. El riesgo de la ilegalidad se hace más tentador en un pueblo en donde la impunidad acaba por malgastar las esperanzas más firmes.

Como suele suceder, nadie pensó en las consecuencias antes de que se instale el virus. Por esa inocencia brutal es que seguimos siendo tan culpables. En una de las páginas del libro de Camus hay una pregunta de la esposa del doctor Rieux: “¿Qué historia es esa de las ratas?”. Y se encuentra con la respuesta que tal vez todos nos damos en nuestras conciencias para tranquilizarnos: “No sé, es cosa muy curiosa; ya pasará”. El pueblo se adormece, no sé piensa mal porque no se piensa a secas. Alguna vez, cuando las conciencias no se compren con regalos ni con becas de estudio, se podrá estructurar una democracia; porque lo que quiere vender “la voz del poder” (en el sentido de Foucault) es un “lenguaje” sin fondo. La democracia, en el sentido estricto, nunca ha tenido lugar y, tal vez, nunca lo tendrá.

En todo este embrollo de la perdición, hay personas en el pueblo que pueden encontrar positiva a la peste. Cuando Rieux al cruzar la escalera se encuentra con Jean Tarrou, le dice que el asunto de las ratas “va terminando por ser irritante”. El joven Jean le contesta mientras miraba una rata agonizando: “En cierto sentido, doctor, sólo en cierto sentido. No habíamos visto nunca nada semejante, esto es todo. Pero yo lo encuentro interesante, sí, positivamente interesante”. Como dentro de las rarezas humanas se instala el raudo masoquismo, la insana persecución, las míseras hambrunas, la detestable violencia; así también a veces esos golpes a la dignidad se aceptan, como una maldición china, para ser más “interesante” la existencia: el mundo acaba por romperse.

Pero hay momentos como estos, de una luna clara, de una justicia alentadora, en donde cualquiera de nosotros puede ser un personaje principal, como el doctor Rieux, y hacer propia aquella frase que también ha rugido como un corazón premonitorio: “En la desgracia había una parte de abstracción y de irrealidad. Pero cuando la abstracción se pone a matarle a uno, es preciso que uno se ocupe de la abstracción”. Nos están matando, es una muerte lenta, una epidemia a la que se le puede quitar los autos, el dinero, las joyas, los licores finos y penetrar en sus fauces inaccesibles, pero que todavía no manejamos, porque en la abstracción nos perdemos, porque no ubicamos el rigor de la cólera y, entre tanta catástrofe, desmerecemos un ideal. No estamos preparados, pero hay que intentar algo y no dejarnos apabullar por esa frase que reluce un pesimismo existencialista en el libro: “Pero ¿qué quiere decir la peste? Es la vida y nada más”. ¿Es la vida y nada más?

El último párrafo del libro es tan contundente que el comentario resulta innecesario: “Oyendo los gritos de alegría que subían de la ciudad, Rieux tenía presente que esta alegría está siempre amenazada. Pues él sabía que esta muchedumbre dichosa ignoraba lo que se puede leer en los libros, que el bacilo de la peste no muere ni desaparece jamás (…) y que puede llegar un día en que la peste, para desgracia y enseñanza de los hombres, despierte a sus ratas y las mande a morir en una ciudad dichosa”. Esperemos que la ciudad jamás vuelva a ser esta.

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