
El
maestro, sintiendo la impotencia del alumno, lo detiene y le muestra todo lo
que había aprendido sin saberlo; pues en todos esos días, la limpieza y el pintado
le habían servido para adquirir los reflejos básicos que le permitirían
plantear su defensa ante cualquier ataque. A partir de ahí, el joven entraría a
un estado de deslumbramiento y de fe ante lo que le podría brindar su maestro
en situaciones inverosímiles. La lectura tiene la misma lógica. Cuando se lee
con constancia y dedicación, la mente y el cuerpo adquirieren caracteres más
sólidos, más activos y más notables. Todo aquel que se ha entregado a la
lectura, lo ha hecho con el espíritu más noble, y en el transcurrir del tiempo
se ha ido dando cuenta que la vida ya no es la misma; pues la perspectiva de
las cosas da un giro sorprendente, y la posición que se tenía de algunos temas
empieza a profundizarse, tal vez a cambiar o a fortalecerse con argumentos más
elocuentes.
La
lectura, por su naturaleza, también podría ser peligrosa. Y para muestra de
ello están todos los adolescentes y jóvenes que son envenenados con doctrinas
violentistas. Se ha visto en el mundo cómo el fervor adquirido por un dogma,
trasciende por encima de la propia vida. Y si a eso le agregamos un contexto
hostil y represor, las sociedades se reducen al guión que les dictan aquellos
interesados en que nunca despierten.
Es
preciso agregar que el concepto de lectura, como tradicionalmente se entiende,
es el acto de asimilar un contenido que un texto escrito nos brinda. Sin
embargo, existen otras acepciones que enriquecen su naturaleza. De esa forma,
también se le puede llamar “lectura” a todo aquello que se extrae de un
determinado texto, ya sea oral, escrito o de otro tipo de simbología; es decir,
es una interpretación que ordenamos en nuestra mente y que se establece como un
aprendizaje.
Entonces, con esos
conceptos de lectura, la peligrosidad de “leer” los programas basura, el arte
light o a los charlatanes metidos en todos lados, es evidente. En un mundo en
donde los buenos libros son cada vez menos leídos, más olvidados y más
vapuleados por ser considerados como “aburridos”, “anticuados” o
“innecesarios”; en un mundo así, el acto soberano de leer “lo duro” ha sido
sustituido por asimilar “lo ligerito”, e influenciado por los medios de
comunicación, la libertad soberana y constitutiva de leer se ha convertido en
un remolino que no deja discernir lo importante de lo abyecto; y si agregamos a
eso el mal uso de la tecnología, la idiotez humana ya está garantizada.
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