lunes, 29 de septiembre de 2014

"Gustavo Cerati: ¡Nada más queda!" - Por: César Boyd Brenis - Diario La Industria (21/09/14)

Para el hombre moderno, para aquel ser que se refugia en las ciudades, con sus filosofías de “progreso” y “éxito”, que no se da cuenta —en palabras de Erich Fromm— que su individualidad es una ilusión, para ese hombre que busca la fantasía para anestesiarse del fracaso; para ese, justamente, tal vez no exista mayor forma de enajenarse que el rock, y más aún en el idioma que le ha sido otorgado por el azar o por los extraños designios de la historia humana: el español.

El rock en español tiene un nombre en su centro, con una imperiosa virtud que pocos han alcanzado: Soda Stereo, grupo nacido en el país de Borges y de Cortázar (estoy seguro que si el autor de “Rayuela” hubiese vivido su niñez o adolescencia en los años 80s, habría escrito su obra al ritmo de rock y no de jazz, como lo hizo), nos ha dado el privilegio de entonar sus maravillosas letras para alienarnos, no a la manera de la que Marx incidía sino con la plena libertad que te brinda el disfrute del arte.

Soda Stereo y Gustavo Cerati son sinónimos absolutos. Él era un poeta y un músico fenomenal. Su tránsito por este mundo llegó a su fin después de cuatro años en estado de coma. Sólo su madre lo acompañó hasta su último aliento. La soledad de los grandes siempre será conmovedora e inevitable, como un temblor que pasa: “Nadie me vio partir, lo sé, nadie me espera”.

“En sus caras veo el temor / en la ciudad de la furia”. La ciudad, la creación del hombre moderno, el centro de la desesperación y la violencia como la que Buenos Aires —y Argentina— enfrentaba con sus innumerables gobiernos militares, y por la que los contemporáneos de Cerati y él mismo escribían canciones con mensajes ocultos; una de ellas era “Trátame suavemente”, dedicada a un militar de la época: “Alguien me ha dicho que la soledad / se esconde tras tus ojos, / y que tu blusa adora sentimientos que respiras”.

No voy a hablar de por qué Soda caló tanto en toda una generación, pues de eso ya han discutido ampliamente los melómanos, pero voy a acercarme a esta banda desde mi pequeño lugar en el mundo. Cuando era niño mis tíos Chela y Jano sintonizaban en una vieja radio las canciones del rock en español. “Persiana americana” y “Cuando pase el temblor” sonaban implacables para hacer de mí un indagador, pues la combinación de palabras y las metáforas empleadas en sus letras me dejaban con un infinito espasmo y tenía que enfrentar las canciones con una mente más avisada, pero fue recién en la primera juventud donde intenté penetrar en los sentidos de sus versos y logré estremecerme por descubrir cuestiones que durante tanto tiempo habían estado esperando por acrecentar mi sensibilidad.

Tal vez fui influenciado por el curso de Semiótica y de Interpretación de textos, que por esa época llevaba en la universidad, para ver con otros ojos las extrañas pero inquietantes letras de las canciones del grupo argentino. Era el caso de “Persiana americana”, canción en la cual descubrí a un personaje voyerista que se inquietaba hasta el extremo: “Yo te prefiero fuera de foco, inalcanzable; yo te prefiero irreversible, casi intocable. Tus ropas caen lentamente. Soy un espía, un espectador. Y el ventilador, desgarrándome…”. A pesar de ser una de las canciones más comerciales del grupo, el complemento con la música la hace penetrante.

Compré un casette de Soda Stereo en mi adolescencia, y llegó a mí la canción que más me ha marcado, incluso en mi vida literaria: “Signos”, nombre aquel cogido para nombrar al grupo literario que formamos con algunos amigos poetas en aquel año de 2006. “Signos” fue nuestro himno y escucharlo fue ese primer paso para la penetración al estado poético en las rotundas reuniones que organizábamos. Después del preludio de ensueño que se oye en la canción, llegan los primeros versos: “No hay un modo, no hay un punto exacto. Te doy todo y siempre guardo algo. Si estás oculta, cómo sabré quién eres…”. Esta canción y todas las demás que acompañan al disco del mismo nombre fueron hechas por Cerati con una velocidad poco usual, cuando se ausentó del mundo ayudado por las sustancias de las que él tanto abusaba en su juventud y que, lamentablemente, lo llevaron a la muerte.

Por esos tiempos universitarios, recuerdo que siempre le comentaba a mi hermano que haría un artículo acerca de la canción “Signos”, lo cual nunca tuvo lugar. Creo que sólo avancé cinco líneas que después confundí entre tanto papel. No era el momento. Nunca lo será. Ahora Cerati ha muerto y deja un hondo vacío. A pesar que los primeros días después de su deceso escuchaba a Cerati por tantos lados de Chiclayo, prueba ésta que la muerte —su verdadera muerte— sólo llegará con el fin de la historia de la humanidad.

Gracias, Gustavo, por darme esa línea magistral sacada de una canción y que coloqué de epígrafe en un poema dedicado a mi grupo literario: “Signos, bajo la luna hostil, Signos…”. Gracias por aquel gran concierto que grabaste con la sinfónica y que escuchábamos con mi madre cuando todavía compartíamos la misma mesa, y siempre después de oírla decir durante el almuerzo: “¡Pon la música del argentino!”. Gracias por traer a mi memoria una niñez ausente pero que relaciono con lo más sublime de toda mi existencia, pero a pesar de eso repetir una de tus canciones: “¡No quiero soñar mil veces las mismas cosas, ni contemplarlas sabiamente, quiero que me trates suevamente!”. Gracias por las innumerables veladas a través de los años en compañía de mis amigos más queridos entonando tu eterna música. Gracias por los tres días posteriores a tu muerte en donde, junto a los más allegados nostálgicos, profundizamos en tu música y, como esperando una resurrección, llegamos al domingo creyendo que estabas vivo y que tus palabras ahora eran nuestras: ¡gracias totales, Gustavo, totales!

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