
El
rock en español tiene un nombre en su centro, con una imperiosa virtud que
pocos han alcanzado: Soda Stereo, grupo nacido en el país de Borges y de
Cortázar (estoy seguro que si el autor de “Rayuela” hubiese vivido su niñez o
adolescencia en los años 80s, habría escrito su obra al ritmo de rock y no de
jazz, como lo hizo), nos ha dado el privilegio de entonar sus maravillosas
letras para alienarnos, no a la manera de la que Marx incidía sino con la plena
libertad que te brinda el disfrute del arte.
Soda
Stereo y Gustavo Cerati son sinónimos absolutos. Él era un poeta y un músico
fenomenal. Su tránsito por este mundo llegó a su fin después de cuatro años en
estado de coma. Sólo su madre lo acompañó hasta su último aliento. La soledad
de los grandes siempre será conmovedora e inevitable, como un temblor que pasa:
“Nadie me vio partir, lo sé, nadie me espera”.
“En
sus caras veo el temor / en la ciudad de la furia”. La ciudad, la creación del
hombre moderno, el centro de la desesperación y la violencia como la que Buenos
Aires —y Argentina— enfrentaba con sus innumerables gobiernos militares, y por
la que los contemporáneos de Cerati y él mismo escribían canciones con mensajes
ocultos; una de ellas era “Trátame suavemente”, dedicada a un militar de la
época: “Alguien me ha dicho que la soledad / se esconde tras tus ojos, / y que
tu blusa adora sentimientos que respiras”.
No
voy a hablar de por qué Soda caló tanto en toda una generación, pues de eso ya
han discutido ampliamente los melómanos, pero voy a acercarme a esta banda
desde mi pequeño lugar en el mundo. Cuando era niño mis tíos Chela y Jano
sintonizaban en una vieja radio las canciones del rock en español. “Persiana
americana” y “Cuando pase el temblor” sonaban implacables para hacer de mí un indagador,
pues la combinación de palabras y las metáforas empleadas en sus letras me
dejaban con un infinito espasmo y tenía que enfrentar las canciones con una
mente más avisada, pero fue recién en la primera juventud donde intenté
penetrar en los sentidos de sus versos y logré estremecerme por descubrir
cuestiones que durante tanto tiempo habían estado esperando por acrecentar mi
sensibilidad.

Compré
un casette de Soda Stereo en mi adolescencia, y llegó a mí la canción que más
me ha marcado, incluso en mi vida literaria: “Signos”, nombre aquel cogido para
nombrar al grupo literario que formamos con algunos amigos poetas en aquel año
de 2006. “Signos” fue nuestro himno y escucharlo fue ese primer paso para la
penetración al estado poético en las rotundas reuniones que organizábamos. Después
del preludio de ensueño que se oye en la canción, llegan los primeros versos:
“No hay un modo, no hay un punto exacto. Te doy todo y siempre guardo algo. Si estás
oculta, cómo sabré quién eres…”. Esta canción y todas las demás que acompañan
al disco del mismo nombre fueron hechas por Cerati con una velocidad poco usual,
cuando se ausentó del mundo ayudado por las sustancias de las que él tanto
abusaba en su juventud y que, lamentablemente, lo llevaron a la muerte.
Por
esos tiempos universitarios, recuerdo que siempre le comentaba a mi hermano que
haría un artículo acerca de la canción “Signos”, lo cual nunca tuvo lugar. Creo
que sólo avancé cinco líneas que después confundí entre tanto papel. No era el
momento. Nunca lo será. Ahora Cerati ha muerto y deja un hondo vacío. A pesar
que los primeros días después de su deceso escuchaba a Cerati por tantos lados
de Chiclayo, prueba ésta que la muerte —su verdadera muerte— sólo llegará con
el fin de la historia de la humanidad.
Gracias, Gustavo, por
darme esa línea magistral sacada de una canción y que coloqué de epígrafe en un
poema dedicado a mi grupo literario: “Signos, bajo la luna hostil, Signos…”.
Gracias por aquel gran concierto que grabaste con la sinfónica y que
escuchábamos con mi madre cuando todavía compartíamos la misma mesa, y siempre
después de oírla decir durante el almuerzo: “¡Pon la música del argentino!”.
Gracias por traer a mi memoria una niñez ausente pero que relaciono con lo más
sublime de toda mi existencia, pero a pesar de eso repetir una de tus
canciones: “¡No quiero soñar mil veces las mismas cosas, ni contemplarlas
sabiamente, quiero que me trates suevamente!”. Gracias por las innumerables
veladas a través de los años en compañía de mis amigos más queridos entonando
tu eterna música. Gracias por los tres días posteriores a tu muerte en donde,
junto a los más allegados nostálgicos, profundizamos en tu música y, como
esperando una resurrección, llegamos al domingo creyendo que estabas vivo y que
tus palabras ahora eran nuestras: ¡gracias totales, Gustavo, totales!
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