miércoles, 10 de septiembre de 2014

"Peruanidad: Mitad orgullo, mitad rencor" - Por: César Boyd Brenis - Diario La Industria (28/07/14)

En el fondo sabemos que es cierto lo expresado alguna vez por César Hildebrandt: es huachafo decir que el Perú es el mejor país del mundo. Pero seguiremos repitiendo esa expresión de orgullo mientras sea posible, aún cuando veamos con cierto celo a la cocina francesa, el fútbol brasileño, la literatura argentina, el idioma inglés, la fuerza alemana, la técnica japonesa, la política China, la temeridad medio-oriental, los rascacielos gringos, los palacios de Europa, las bodas reales, la historia de Cuba, el nacionalismo mexicano, la España colonial, los diamantes africanos, la filosofía griega, los misiles de la OTAN, el petróleo árabe, la música de Beethoven, las playas de Miami, las mujeres colombianas, a Hollywood, a Londres, a Buenos Aires, a Bogotá y a Santiago de Chile. 

Hay cosas dignas de envidia, otras no. Nosotros tenemos nuestro Nobel, nuestro Machu Picchu y nuestro Gastón Acurio; pero poseemos una herencia huérfana. Sabemos poco de nosotros mismos y, en la actualidad, sólo en la identidad y el color de un partido de fútbol llegamos —en algo— a definirnos (unirnos) mejor. El racismo, esa lacra que poco a poco se va extirpando, le hace mucho daño al Perú, porque como ideología a puesto los cimientos más poderosos para separar un peruano de otro.

Ya desde Mariátegui se hablaba de “la herencia colonial”, de ese racismo clasista que en nombre de la dominación y el poder servía para establecer la diferencia a través de los sentidos; es decir, si veían a un blanco sin duda era poderoso, si se olía mal se era un indio, si se escuchaba un castellano con destellos de quechua se era ignorante, etc. Así, la indefinición del espíritu humano, de lo inmaterial, pasó a centrar la atención en lo material, en lo que se puede ver, oler u oír. Sin embargo, en la actualidad estas diferencias se han ido disolviendo. En algunos casos esa herencia racista ha cambiado de tónica. En ocasiones las etnias antes dominadas han apostado, en cierta parte, por excluir en el mismo sentido material a otras etnias; tal vez por protección, defensa o prevención, sin tener justificación alguna; sin embargo, cada vez se toma más conciencia de ese esperpento llamado racismo y se convive con menos prejuicios.

El Perú ha visto pasar tantas fuerzas divisoras, tantos ingratos personajes, tantas ideologías detestables; pero debe emprender un vuelo diferente. Pues es en lo inmaterial en donde se encuentra su verdadero orgullo, y es ahí en donde se debe construir su identidad para —por reflejo inmediato— ver su historia y enaltecerla; y desde la educación empezar a sentirnos una nación que respeta y se respeta; desde la religión, empezar a ennoblecer nuestra condición de seres limitados; desde el civismo, a cultivar un trato amable y de conciencia social; desde la historia, redefinirnos como una nación de un territorio inmenso y de una espiritualidad portentosa.

Sentir orgullo de ser peruano tendría que estar en relación directa con nuestras fortalezas internas, propias y distinguibles; como lo que se expresa en nuestro arte que, siendo cosmopolita, también posee el divino rol de pertenecer a la historia de mentes bien peruanas.

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