sábado, 9 de octubre de 2010

"Sartre, un simpático enrevesado" - POR César Boyd Brenis - DIARIO "LA INDUSTRIA" (23 DE JUNIO DE 2010)

Cuando al filósofo Bernard-Henri Lévy le preguntaron en una entrevista televisiva quién era Sartre para él, indicó sin detenerse a pensar: “¡El siglo XX!”. Para este estudioso, todos los caminos del siglo pasado conducían a Jean-Paul Sartre (Francia, 21 de junio de 1905 – 15 abril de 1980), y no se equivocó.

De niño, geniecillo en evolución y huérfano de padre. Este simbólico episodio de muerte a su corta edad, hizo cumplir la idea que algunos teólogos tienen: “si no ha tenido un padre, es probable que nunca vea a Dios como tal”. Y así fue. Sartre se convirtió en un no creyente famoso, el más conocido ateo de su época. Tal vez la ausencia de la imagen paternal, adherido a su complejo de fealdad, hayan hecho de él, el gran pesimista que fue.

Él planteó una filosofía donde más precauciones hay que tener al leérsela. Para él no funcionaba la frase platónica: “La verdad es bella y sencilla”. Su verdad tenía enredos que llevaban a reflexiones de gran fortaleza filosófica y no pocas contradicciones.

Un ejemplo de ello es la idea de la imposibilidad de deducir la libertad del otro, contrapuesta con la libertad planteada por el comunismo, al que él se adscribió y también defendía. ¿Cómo se entienden estas contrapartes?

En su frase “el hombre está condenado a ser libre”, Sartre establece que el ser humano al ser absolutamente conciente de todos sus actos, tiene la responsabilidad directa de lo que hace y dice. Cada uno de los seres concientes, tendrá que vérselas consigo mismo en las fronteras de su libertad. Es decir, nadie puede saber cómo el otro define su libertad en el mundo. Así lo apuntó en su novela La Náusea: “Un existente no puede deducir a otro existente”.

No obstante, renueva sus conceptos cuando se hace parte del marxismo, pues como se sabe, esta corriente tiene una idea distinta sobre el acto libre. Este último, se puede concebir en dos partes generales.

La primera, cuando el ser humano se encuentra en una fase de alienación, que es un estado de inconciencia pura, de acciones impuestas por los medios de producción. La segunda fase, es el estado de conciencia, donde se adquiere la legítima libertad y donde se ha vencido al sistema. En conclusión, Sartre acepta la libertad individual y la libertad colectiva, sabiendo de su absoluto antagonismo.

Para Bernard-Henri Lévy, Sartre era el siglo XX justamente por ser la unión de dos contrarios. Era todo lo bueno y todo lo malo, donde a pesar de que la tecnología iba en aumento y la ciencia alcanzaba fortaleza, llegaron las dos catástrofes mundiales de 1914 y 1936, el holocausto, la bomba atómica y la desacreditación del llamado progreso, que daría paso a la discutible postmodernidad.

En 1964, rechaza el Premio Nobel de Literatura por considerarlo burgués. Contra esta clase social pelearía el resto de su vida (siendo él parte de ella), apoyando causas históricas como el Mayo del 68 o la independencia argelina. Hasta ahora, Sartre aún tiene adeptos, tanto en la Web como en la vida, tanto ateos como creyentes.

1 comentario:

  1. Muy bien César,creo que la conciencia de ser libre muchas veces es olvidada, no precisamente por los problemas que se presentan en la vida diaria, si no como un insipiente escape de la responsabilidad de nuestros actos.

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