sábado, 9 de octubre de 2010

"El hombre que imaginó la ceguera blanca" - POR César Boyd Brenis - DIARIO "LA INDUSTRIA" (20 DE JUNIO DE 2010)

Ayer, en medio de un partido mundialista madrugador y aburrido, llegó a mis oídos la lamentable noticia de la muerte del Premio Nobel de Literatura José Saramago.

Fueron 87 años de fervor social y pronunciamientos lúcidos. Falleció en su casa de Lanzarote (España) acompañado de su familia, de la cual se despidió con la pasividad que lo caracterizaba.

Al enterarme, y correr a deshojar un libro suyo, una lágrima rodó por mi mejilla hasta humedecer una de las páginas de “Ensayo sobre la ceguera”, su novela maestra.

Se fue dejando el ardid de los que siempre hacen lo que dicen, asunto difícil para las mayorías. Nunca quiso congraciarse con nadie. Su forma pertinaz de defender su ideología lo mantuvo en enfrentamientos constantes; acaso intuyendo que después de la muerte siempre se recuerdan sólo las palabras actuadas.

Siempre escuchó atento lo que su anciano abuelo, por allá en la niñez, le aconsejaba. Por ello afirmaría, en señal al profundo respeto que le prodigaba: “El hombre más sabio que he conocido en toda mi vida no sabía ni leer ni escribir”.

Estas últimas palabras fueron el despegue de su discurso de la aceptación del Premio Nobel, en 1998. Palabras que, saboreándolas en el análisis, sólo dejan en sus fuegos la idea que el verdadero valor está en la sabiduría, mas no en la cantidad de conocimientos rimbombantes que el ser humano pueda llegar a tener.

Y es en ese ser humano en el que pensaba Saramago cada día, y en toda su obra siempre su cauce lo llevaba al recurso de la parábola, es decir, la mejor manera de sensibilizar al hombre, explicando todo con “la sencillez de las verdades eternas”, como sentenciaría un griego.

Su mejor, digámosle, parábola, la desarrolló en su novela fundamental “Ensayo sobre la ceguera”, donde trata una epidemia de ceguera blanca, la cual se apodera de todos los pobladores de un lugar. Esta tenía la particularidad de ser contagiosa, tal como las pérdidas de la vista de casi todos los seres humanos ante el desparpajo tiránico del mundo.

Pero no se le piense a Saramago como un hombre de carácter cáustico. Él enviaba su mensaje para quitarles a los seres humanos su adormecimiento, su desinterés, su ceguera blanca, todo ello, más contagioso que el sida.

Hacia el cielo más limpio ha partido su alma. Aquí en la tierra, deja un diagnóstico crucial, una esperanza permitida y un sitio vacío.

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