sábado, 9 de octubre de 2010

"Elogio a la coincidencia" - POR César Boyd Brenis - DIARIO "LA INDUSTRIA" (30 DE JUNIO DE 2010)

El 29 de junio de este año se conmemoran 110 años del nacimiento del francés Antoine de Saint-Exupery, autor de “El Principito”, un clásico de la literatura universal.
Este relato posee como uno de sus mayores logros ser el segundo libro más leído del mundo después de La Biblia. Y se corresponde con su autor, por haber creado una de las leyendas urbanas más bellas y románticas de la literatura y de la vida, pues tanto el autor como el personaje fueron dos aviadores perdidos que nunca regresaron a casa después de un accidente aéreo.

Pero no es la primera vez que la obra (realidad ficticia) y la vida (realidad real) se encuentran en una extraña coexistencia.

En la novela de Edgar Allan Poe titulada “Las aventuras de Arthur Gordon Pym” (1837), cuatro náufragos practicaron actos de canibalismo después de pasar necesidades de hambre en medio del océano; devoraron al de menor edad, llamado en la novela Richard Parker. Medio siglo después en el Atlántico Sur, en la vida real, en las mismas circunstancias de naufragio, cuatro hombres desesperados devoran al menor entre ellos, el cual tenía como nombre Richard Parker.

Las coincidencias de la obra de Poe como la de Saint-Exupery, no son las únicas, pero tal vez sí las más sorprendentes dentro del ámbito de la literatura.
Sin embargo, “El Principito” no tiene como valía tan sólo este raro detalle de la interconexión de sucesos.

A pesar que parte de la crítica ha nombrado la obra como perteneciente a la “literatura infantil”, no tendría por qué quedarse en ese sector tan limitado, en el sentido de la designación de un público. Tanto jóvenes como adultos pueden encontrar con fascinación en sus páginas diálogos contundentes, ironías finas, persecuciones bien puestas, ideas profundas que pueden llevar a plantear filosofías de la existencia.

Además en el análisis, tampoco sólo nos podríamos abocar al universo construido dentro de la novela, sino ampliar los móviles y las categorías a la fuerte amenaza que vivía la sociedad en esa época y en la que el autor fue partícipe.

Parte de esa vida, la constituye la pasión incontrolada de Saint-Exupery: los aviones. Y tuvo con ellos varias anécdotas en las cuales la vida se exponía al peligro, en el extremo justo donde los apasionados disfrutan. Una de ellas, sucedió en el desierto del Sahara, donde un aterrizaje forzoso hizo que su copiloto y él sufrieran de una fuerte deshidratación por cuatro días. Un hombre en camello los salvó.

Otra de las anécdotas, y la más triste de todas, por ser la última y la que lo llevó a ser una leyenda, sucedió en 1944 en una misión al sur de Francia. De súbito mientras volaba, los radares dejaron de detectar su avión. Fue un gran misterio durante décadas, no obstante este al parecer hace pocos años fue resuelto, cuando un anciano alemán confesó haber derribado un aparato de las mismas descripciones del de Saint-Exupery. El hombre lo dijo absolutamente arrepentido pues admiraba grandemente al escritor.

Tal vez después de su desaparición, en el mar o donde el destino lo haya colocado, Antoine de Saint-Exupery se habrá encontrado con el principito para contestarle las preguntas que jamás pudo en la obra como aviador perdido, aquellas que los niños hacen pero que ni los más sabios pueden contestar con plenitud: ¿Para qué existimos? ¿O acaso somos sólo una coincidencia?

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