jueves, 2 de febrero de 2017

"Tatta Torres: La magia de buscar el equilibrio" - Por: César Boyd Brenis - Diario La Industria de Trujillo (28/09/14)

En cuanto escuché por vez primera la voz de Tatta a través del teléfono de un buen amigo —embajador hace un tiempo—, pude captar el mensaje no verbal que transmitían sus palabras: la absoluta sinceridad. En aquel tiempo yo contaba con 19 años y el arte poético era para mí lo que para Tatta es la cultura entera: la máxima razón de vivir.  

Doce años después, en este 2014, el tiempo no ha cambiado constitutivamente. Aunque para la percepción de mucha gente este año está pasando tan rápido entre tanto trabajo y tensión. Pero no para Tatta. Para ella cada día transcurre como el último, como el más importante, como el más largo en la faena cultural de la revista y el rezo diurno/nocturno de agradecimiento; y su mirada al sol de cada día se muestra con una esperanza que no he conocido ni conoceré tal vez en mucho tiempo o quizá nunca.

Desde aquellas veces que escuchaba su nombre en muchas bocas, con una referencia de su personalidad, referencia llegada con un aura ostentosa aunque inexacta, pude recurrir a mi gallardía de joven buscador de vitrinas culturales y visitarla en su casa con un poema en la mano. En esa primera ocasión que me abrió la puerta de su domicilio y escuchó mi discurso cuasi convincente, gustosa aceptó abrirme un espacio en “Ahora y siempre”. Desde aquella vez mi mano no ha parado de escribir y de acompañar a la revista que le ha traído tantos frutos.  

Mi caso es similar al de muchos compañeros y colegas de las letras. Tatta Torres ha brindado oportunidades de publicación en una revista cultural que posee 14 años de circulación, y que con el tiempo ha ido modificando su formato y contenido, perfeccionándose en cada edición, mostrando un marcado espacio familiar en donde las sonrisas de las personas en las fotografías se revelan como la trasmisión de alegría, reflexión y moral que se pretende.

Esa línea que ha seguido Tatta desde que llegó a Chiclayo proveniente de Trujillo, ha marcado sus actividades artísticas que fueron fiestas de la palabra y la cultura, con auditorios rebosantes y activos, con una exquisita y formal manera de llevar el rumbo de las ceremonias que asumía, con  documentos oficiales de invitación y documentos de agradecimiento después del evento, con una proyección de respeto por todos los invitados y ponentes. Así fueron aquellos tiempos en que Tatta y su selecto equipo de apoyo lograron levantar una edificación sólida, que grupos posteriores pudieron seguir con una nueva tónica y estilo, con una nueva y eficaz identidad, y con el ejemplo de un antecedente feliz.

Desde que ella adoptó esta ciudad como una nueva patria, y cantó su himno con la camiseta chiclayana que le asentaba, y recorrió las calles respirando en ellas los nuevos aires que serían eternos, se rodeó de todas los personajes que alimentaban su sed incontrolable de escritura; de esa forma conoció a Nicanor de la Fuente, “Nixa”, y bebió de su alegría y de su experiencia, visitó su casa cada semana y compartió con el poeta sus secretos, sus proyectos y sus cuitas; como aquella vez cuando Tatta, triste por un suceso que la hirió, obtuvo la sabia respuesta del longevo vate: “A mí me han dicho todos los insultos posibles, pero todos los que me insultaron ya no están, y yo sigo siendo premiado por la vida. Levántate y anda”.

La búsqueda de personas interesantes fue para Tatta un oficio y una obligación en esta nueva patria que estaba conquistando, y eso no era extraño pues provenía de una familia de intelectuales. Así, su tío fue un renombrado poeta trujillano; su padre, un reconocido periodista que tenía la chispa incansable del buen humor, y que alguna vez le refirió: “En Trujillo yo era el señor Torres Ortega, pero aquí sólo soy el papá de Tatta”.

Es difícil imaginar los motivos por los cuales una mujer tan bella físicamente como Tatta haya decidido quedarse soltera, asumiendo una decisión trascendental que pinta de cuerpo entero su figura y su carácter. Pero esa posición no aparta el hecho de que ella se haya enamorado, tal vez perdidamente, como se enamora una escritora con la lozanía y la entrega de una mujer sincera. Hablar de los amores de Tatta, como la forma constituyente de su yo, mas no como ejecución del morbo, puede contener una maravillosa forma de acercarse a su interior y conocerla como ser humano, como un individuo que se ha planteado un camino y debe seguirlo con una moral insoslayable.

Quizá el amor ya lejano se ha quedado en aquel rubio motociclista trujillano, que con sus ojos azules y su postura rebelde, enamoró a la escritora, que en su estado de ilusión se creó un bello sueño del cual tuvo que despertar. Sin embargo, hablar de los pretendientes de Tatta sería una investigación aparte, pretendientes que fueron amagados con la elegancia oportuna de una dama o fueron ignorados por sus insistencias aburridas o sus retóricas humildes.

Tatta, una ejecutiva bancaria de los tiempos de la abundancia, recibió los regalos más costosos que tenían impregnados el ruego para una respuesta positiva, pero que fueron rechazados uno a uno para que la ilusión no se abultara en las mentes de los hombres de buen gusto pero de mala suerte.

No obstante, Tatta ya había tomado como suya aquella libertad romántica que poseen las vidas independientes; no había un sitio para el hombre ideal, tal vez por no aceptar la idea de una vida esclavizada en una casa o al cuidado de los hijos que dan el amor pero también la preocupación y el agotamiento que envejece. Nadie sabe con exactitud lo que el corazón de Tatta siente al respecto, sólo ahora trata de ayudar —como ha ayudado siempre dentro de sus posibilidades— a muchos niños que han esperado de ella un amoroso regalo.

De los obsequios que ha brindado trata de no hablar, con la excepción de aquella vez que donó toda su biblioteca a un humilde colegio, por el pedido de un director que después de un tiempo la volvió a llamar para rogarle que haga otra donación de libros porque se habían extraviado todos sospechosamente. Luego se supo dónde habían terminado esos libros que por desgracia no se recuperaron jamás.

Yo he visto a Tatta sacar de su cartera algún producto intacto y regalarlo a alguna madre vendedora o a una repartidora de diarios. Yo he visto a Tatta regalar un consejo a través de un mensaje de texto o de un texto en el muro de Facebook. La he visto obsequiar sonrisas entre personas tristes y llorar por las desgracias que consumen la vida humana. La he visto regalar halagos sin ninguna mezquindad a sus condiscípulos y a la juventud que nace prematuramente. La he visto repartir el abrazo fraterno a amigas que nunca esperaron menos de la escritora. La he visto repartir helados a los cuidadores de las colas de los supermercados. La he visto proteger y pedir protección. La he visto vivir en la generosidad.

Su estancia en Palermo, la zona más exclusiva de la capital de Argentina, la nutrió para escribir su conocido cuento “Buenos Aires sin ti”, el cual es una muestra de la fluida psicología femenina que, en el caso de la protagonista del relato, se dibuja como imperiosa y nostálgica. La cultura bonaerense la impactó desde que su empleada doméstica, en una fecha histórica, vestida con un abrigo de pieles elegantísimo, se apareció emocionada gritando que el Muro de Berlín había caído y que la libertad ya era una realidad para los pueblos del mundo. Ese hecho inicial, gratamente sorprendente, fue el comienzo de una relación especial con la Capital de la Cultura en Latinoamérica, como es considerada hasta ahora la ciudad de Buenos Aires, relación que no ha cambiado en el corazón de la escritora a pesar de su lejanía física, sino más bien prevalece por la constante comunicación con sus amigos argentinos, que caminaron con ella en esa tierra de gloriosa historia e impactante literatura.

El lado más penoso de su vida se encuentra en la enfermedad irreversible y macabra que padece. Ella todavía tiene presente aquella vez cuando —sentada en una banca pública— quiso ponerse de pie y no pudo. Desde ese día la vida empezó a sonreírle menos. Su libertad supeditada a su voluntad fue cambiando el rumbo. Ahora las largas caminatas y el antojo natural por un paseo o una fiesta fueron quedando atrás; pues sólo le quedaba ir con cuidado, generalmente acompañada, entre las calles que alguna vez la vieron correr, entre las arenas del mar en las que se tendió a tomar sol, entre el parque ilustre y el restaurante de moda, entre un cigarrillo y una charla amena. Todo ese mundo cerró sus puertas para no abrirlas más, para instalar lo ido en la memoria como un sueño inoportuno pero existente; de esta manera, Tatta llegó a un extremo vivencial: quedar postrada en una silla de ruedas.

La silla de la escritora ha sido tomada en relatos tan amenos como filosóficos, como aquel del escritor Eduardo González Viaña, cuando le daba una vida paralela y trascendente a ese asiento movible en la tierra y el cielo. Ante estas nuevas luces referenciales, Tatta empezó a amar su silla como aquel instrumento de apoyo necesario para continuar con su vida; instrumento que pide su compañía también y que espera ser útil siempre con la fidelidad de una preciosa materia inanimada.

Y en esa silla amada, ha paseado por los lugares que ella nunca pensó, sumando condecoraciones, homenajes y premios que trata de evitar, jamás por soberbia, sino porque cree en su fuero interno algo no menos irónico, pero llegado de la hija del señor Torres Ortega es perfecto cuando lo dice: “De tantos premios que me dan voy a empezar a creer que estoy a punto de morir”.

La Antigua Escuela de Periodismo "Carlos Uceda Meza" de Trujillo, su Alma Mater, le otorgó la Medalla Periodista José Faustino Sánchez Carrión en el Congreso de la República; asimismo, el Gobierno Regional de La Libertad, la Universidad Señor de Sipán e innumerables instituciones, empresas, agrupaciones, clubes, etc. han mostrado el cariño y el justo reconocimiento a su labor periodística y vivencial.

Tatta lleva tras de sí una historia condensada en poesía, porque el acto de brindarse al mundo con firmeza, defendiendo “su pequeño lugar en el mundo”, su lágrima de alegría y de pena ahora y siempre, su cultivo pasional por el arte que representa para ella el universo y el orden por el cual camina Dios; es el viaje que vale la pena ser vivido, aquel boleto que se compró sin tratamientos ni reclamos, aquella puerta por la que sólo entran los valientes, como Tatta: la gloria.

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