viernes, 24 de febrero de 2017

"La obra y la omisión" - Por: César Boyd Brenis - Diario La Industria (24/02/17)

Desde su creación en México en 1996, el movimiento muralista “Acción poética” se ha negado a introducir a sus innumerables frases —según manifiesto de parte— un matiz político y religioso, sin pensar (o dudando) en que al salir a manifestar sus apreciaciones de la vida en un muro público, implica también un tinte político tanto por obra como por omisión.

Por lo primero porque hay una ejecución civil cuyos permisos son conseguidos por aprobación de ciertos propietarios que acceden a que sus paredes sean pintadas, salvo excepciones donde los muralistas se arriesgan a tomar el toro por las astas y cuyo acto se convierte en un desacato civil. Y por omisión porque al silenciar una opinión política explícita condicionan dos asuntos; el primero es que podrían pactar con cualquier tienda partidaria que les pueda abrir un espacio para seguir manifestándose; y segundo —contraponiéndose a lo primero— para afirmar tácitamente que la política no vale la pena tratarla por la degradación de las esferas del poder.  

Tocando su praxis, hace algunos años leí en una pared la frase que tal vez es la más idealista en relación con la política: “Sin poesía no hay ciudad”. La ciudad, instituida políticamente, es aquel territorio que tal vez menos necesita de la poesía, y la alusión a dicho arte puede estar lanzado como una provocación o una máxima desacatadora.

La poesía, en el contexto de la expresión mural, es la apelación a lo que se ha ausentado de los territorios políticos, es decir, es el espíritu o las individualidades sentimentales de las personas, y se ha constituido (desde la República platónica) como una manifestación humana que se aleja de los constructos absolutamente racionales, pensados con exactitudes burocráticas y legislativas de una Polis. La poesía es, para decirlo con el cinismo de Nietzsche, un fenómeno dionisíaco, en contra de lo apolíneo que es la institucionalidad.  

La “acción”, que su título sostiene, puede remitir a dos posiciones que funcionan como caras de la misma moneda. En primer lugar, la “acción” está centrada exclusivamente en la “propagandización” de un arte (poesía) devaluado o ignorado por esta sociedad. Y en segundo lugar, que las “acciones poéticas” anteriores a este movimiento han sido insuficientes (los libros de poemas, los recitales líricos, los manifiestos estéticos, etc.), pues a pesar de su frecuencia no han tenido la suficiente contundencia para imponer un ideal de arte que el mundo actual exige. Entonces, ante esa falencia, surge “Acción poética” con jóvenes alimentados por renovados espíritus.

No es casualidad que dicha renovación se refleje en los muros con frases de amor romántico y de optimismo galopante como temáticas. Pues solamente una postura de heroicidad, heredada del romanticismo, podría asumir semejante tarea de emprendimiento y desacato.

El concepto de “poesía” que posee este movimiento está muy lejano del que se maneja académicamente; ante esto, me pregunto: ¿acaso será sensato que en treinta países alrededor del mundo se conciba la poesía como solo romanticismo cuando los territorios de este arte son inmensamente más ricos y potentes que la “frase optimista de amor”? Casualmente, eso pertenece a lo “políticamente correcto”: decir algo para que no cambie nada o decir algo que no “insulte” a nadie. Sin embargo, los adolescentes y jóvenes de “Acción poética” ya poseen una identidad que no se les puede quitar: el comienzo de un riesgo heroico.

Son diez años que esta obra recorre el mundo (no es poco), y si ha llegado a nuestra ciudad de Chiclayo apenas hace casi tres años, se podrá afirmar lo que el gran Antonio Cisneros refirió de Hora Zero: “Han comenzado con el pie derecho, ahora les falta escribir con las manos”.

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