A
lo largo de las décadas de la segunda mitad del siglo XX hasta entrado este
siglo, el filósofo español Gustavo Bueno ha fortalecido un pensamiento llamado
Materialismo Filosófico. Él se separa del llamado “materialismo vulgar” y
establece desde la filosofía un complejo sistema, cuya actualidad y
contundencia se deja notar en sus libros, artículos, ensayos, conferencias,
revistas, y todo lo que este pensador ha legado al campo de la filosofía, desde
el cual se puede divisar la realidad CONSTRUIDA por la ciencia,
que más que un conjunto de conocimientos es una CONSTRUCCIÓN operatoria.
Para
entender el amor desde este sistema, tendremos que hablar rápidamente de los
tres géneros de materia. El primero, llamado M1, es la materia de las cosas
concretas, que se pueden tocar y percibir, lo que se llama “el mundo”. El
segundo género, llamado M2, es aquel que se expresa a través de lo psicológico,
de los sentimientos y las emociones subjetivas. El tercero, llamado M3, es lo
lógico, lo conceptual, lo construido racionalmente.
Entonces,
el amor, como idea se puede abordar desde el campo de la filosofía, tomando en
cuenta los tres tipos de materialidad concebidos por Bueno. De esa forma, el
amor visto desde el M1, apunta a la concretización del amor en un cuerpo u
objeto determinado, es decir, el amor debe centrarse en un cuerpo objetivo, ya
sea una madre, un hijo, una mujer, tal vez un diamante, hasta un perro, etc.
Desde
el M2, el amor también es una transmisión de emociones, pasiones, fantasías,
mitologías, elucubraciones, romanticismos, etc. Es en este campo en donde la
propaganda barata de los comerciales de televisión ha centrado su atención,
para vender el producto de turno o enrumbar a los amantes a campos del “riesgo
del amor” (compras indiscriminadas, atuendos del día, prendas íntimas que harán
“brotar la pasión”, etc.). Pero además, en contraposición, existen personas que
rechazan el amor con las mismas pasiones que los otros lo desean; entonces se vuelven
los odiosos, los burlones, los aguafiestas, entre otros varios calificativos.
Desde
el M3, el amor es también una construcción racional. La neurociencia ha
aportado estudios que señalan cómo funciona nuestro cerebro cuando el amor se
activa en sus distintas etapas. El enamoramiento más juvenil actúa de manera
diferente al amor maduro y sólido de una pareja de adultos. Además, la historia
puede también aportar ciertos hechos y tendencias culturales acerca del amor.
El amor griego antiguo, el árabe, el chino u el occidental de la actualidad tienen
rasgos particulares que los hacen distintivos y, al estudiarlos, nos sedimenta
una idea “evolutiva” de este fenómeno.
Ahora
bien (aquí lo más importante), cuando se reduce el amor a un solo género de
materia, se desnaturaliza por completo y lleva a execrables tendencias
ideológicas (“amor platónico”) o religiosas (la mujer sojuzgada por el Islam).
Por lo tanto, si se reduce el amor al primer género de materia, entonces se
creerá que la corporalidad pura es la única fuente del fenómeno, es decir, que
se endiosa el contacto corporal (puede ser sexual o no) de manera patológica.
Si
se reduce al segundo género, entonces se desvincula de todo “mundo concreto” y
se vive en las nubes. Se crea una mitología del amor, un idilio, una vida
soñada, maltratada, purificada, maldecida, bendecida, entre otros adjetivos que
pueden pretender relucir algún aspecto subjetivo del amante. El aislamiento de
toda realidad puede llevarnos, por ejemplo, a separar abiertamente el amor del
dinero, y no conducirlos juntos como dos fenómenos que van de la mano.
Por
último, reducir el amor al tercer género de materia nos conduciría a creer que
el amor es razón pura o construcción solamente lógica, indivisible, o alegar
con argumentos reduccionistas que el amor no existe o no podría existir. En el
tercer género de materia, se teoriza del amor sin ver lo concreto de sus
posibilidades ni las claves psicológicas que lo determinan.
Si se podría hablar
de “amor verdadero”, entonces se tendría que apreciar el amor desde los tres
géneros de materia. De no ser así, la realidad devorará vivo al que no sabe
razonar. Pues el reto es mantener conjugados esas dimensiones como cualquier
ser inteligente. Por eso, la felicidad desde la impostura actual, según Gustavo
Bueno, es un mito; porque es un psicologismo. Y la vida misma no podría
explicarse por sí sola con mitologías.
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