domingo, 12 de febrero de 2017

"La casa de un poeta" - Por: César Boyd Brenis - Diario La Industria (11/02/17)

El vate Stanley Vega Requejo había perdido hace muy poco tiempo a su abuelo, un robusto señor cuya actividad diaria le agigantaba la fuerza que trajo desde lejanas tierras, y cuya nostalgia aplacaba con un bello huayno que conducía su tarde en el ocaso. Nunca se guardaba una sonrisa, y nosotros, los amigos de su nieto, lo veíamos de lejos con esa curiosidad que despiertan las actividades de las personas de “la tercera edad” (como ahora las llaman) hacia los jovenzuelos que aún no viven la rudeza implacable que dan los largos años.

Entre esa constante actividad, perdió la vida súbitamente. Pero no se fue solo. La poeta Matilde Granados —prima hermana de Stanley Vega, y también miembro de ese hogar— escribiría el tres de febrero un verso en su red social cuyo contenido me punzó el pecho: “La casa se ha ido. Nos dejó como el abuelo”. No podía ser otra casa más que aquella a la que llegábamos a visitar a propósito de vastas reuniones de tertulia literaria y brindis infinitos; no podía ser otra que el acogedor ambiente donde emergieron cientos de conversaciones airadas y músicas del romanticismo más feroz; no podía ser otra más que en la que compartimos los cumpleaños que terminaban en salvajes versos y menciones a Shakespeare o a la divinidad.

Las lluvias no perdonaron a la antigua casa de los poetas Matilde y Stanley. Fueron dos días de intenso aguacero y, mientras se veía el cielo oscuro y cargado de fiereza, las personas de Lambayeque nos preguntábamos a qué se debía semejante catástrofe sin fin. ¿Por qué el cielo se caía? ¿Acaso los inteligentes meteorólogos no habían dicho hace un par de meses que habría sequía en la región? ¿Acaso no se adelantaron estas mentes maestras a predecir la falta de agua, tal como predijeron el año pasado el Fenómeno, tanto es así que mandaron a su casa a los escolares solamente en noviembre y, sin duda, sin terminar el colegio como debe ser?

Pero estas mentes no son ni maestras ni los gobiernos se anticipan. Sucedió lo de siempre: improvisación por todas partes, buenos deseos a la población, rezos continuos ofreciendo la vida y repitiendo algo que pareciera que un monje hindú o un chamán best seller —esos que abundan— hablara: “¡Prevención! ¡Prevención!”. En cualquier contexto, esta palabra la puede decir cualquiera, no es un resultado científico ni un acto que salga espontáneamente de una población. Más parece un buen deseo, una alabanza al cielo, una lavada de manos; como responsabilizando a los ciudadanos de hechos que el propio gobierno debe liderar, promover, realizar, es decir, hacer concretizaciones de una obra, y no solo en un río o acequia, sino en los hogares más vulnerables y humildes.
 
Ahora la casa que nos sirvió de tantas reuniones e inspiraciones se ha ido. Felizmente, no hubo daños físicos de los familiares ni sustos mayores que tengan que ver con la integridad de las personas. Stanley y Matilde, dentro de lo posible, están aceptando algo que desmoronaría al más plantado. La fuerza literaria muchas veces tiene que ver con estas presiones que pone el destino. El grito del poeta diciendo que la palabra no vale nada es entendible y obvio en cualquier circunstancia, porque el verbo tiene que hacerse carne, tiene que formar un abrazo y maquinar una ayuda. Hacia esa ayuda vamos.

1 comentario:

  1. Todos los amigos artistas están llamados a apoyar en esta actividad.

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