martes, 3 de enero de 2017

"El ojo indubitable" - Por: Ernesto Facho Rojas - Diario La Industria (01/01/17)

 Cuando conocí a César Boyd, me encontraba observando los últimos minutos de un recital poético. Yo tenía 18 años y en ese momento, quien dirigía la velada llamó a un joven talento con cierto aire de reverencia, mencionando que se trataba del líder de Signos, agrupación literaria que yo había rastreado en mi inquietud juvenil para preguntarles qué es la poesía. Cuando lo invitaron a la mesa de honor, él apareció al final del salón. Vestía una chompa beige y tenía puesta una bufanda guinda oscuro cruzada en el cuello. Se le veía delgado y el aire intelectual, esa aureola de poeta me quedó muy clara; por ello, decidí abordarlo.

 Se presentó muy amable. Ese año había muerto Luciano Pavarotti y trataba de explicarle que había escrito un poema de pie quebrado con tercetos alejandrinos para dicho artista y él me respondió: “Has sido muy técnico para expresarte, amigo”.

Nueve años después, casi por esas mismas fechas y salteándome varios días y experiencias, recibo la noticia de que, aquel personaje halagado aquella lejana noche de noviembre, ha publicado su último libro “El ojo indubitable”.  Lo reviso, lo hojeo y me doy cuenta de que es un trabajo de gran trascendencia, puesto que aquí se concentra lo mejor de todos sus asaltos poéticos.


 El poemario es un suculento monstruo que ha logrado digerir a títulos como “Heterónimos frente al espejo”, “Persistencia del alarido”, “La misa del yo insaciable” y “Dos mil doce y otros poemas terminales”, en ese orden.

El libro empieza con una figura que se diferencia del resto, por ser más rica en imágenes. Me atrevo a decir que es la creación más joven de la muestra, no por el tiempo en que se escribió, sino porque allí se evocan aún las alucinaciones de los amores juveniles, sometidos a la honda reflexión del poeta, a quien considero un artista sumamente cuidadoso con los detalles en la expresión de sus ideas. El protagonista de este poema- relato- reflexión es Romeo y allí se pueden leer las siguientes frases: “Lo artificial perdura nítidamente”, “alteración del ser”, “falsos monstruos”, “diluyendo espectros” “confusión con los ojos” “trastorno contenido de un bostezo”, lo cual nos da una clarísima noción de que se trata de un ensueño, un ensueño que cubre como una aparición a todas las líneas del poema. Ni Romeo ni Julieta ni el amor son reales, porque todo es producto de la fantasmagoría. Y, a pesar de tratarse del género lírico, el final de aquel “relato” me parece magistral y para colgar en la Casa de la Literatura:
La estridencia, el desplomo de la madrugada, lo nebuloso
confunden que frente a la mesa casi vacía
está Julieta, hermosa, no debilitada,
articulando: ya vamos, ya vamos
con una actitud de amor que Romeo suele extrañar
cuando amanece.

Se insiste hasta el final en lo nebuloso, lo abstracto, lo cual manifiesta la ilusión que se va disolviendo con la luz de día. ¿Un sueño? “Ya vamos, ya vamos” dice ella con un toque tan femenino y uno se la puede imaginar jalando del brazo a Romeo, en el ambiente descrito en el texto.
También me parece oportuno mencionar otras frases como “Sus palabras se han encendido con la lámpara”. El verbo es luz, amanecer. Posiblemente el poeta se proyecta sobre el personaje de aquel fragmento, porque para un bardo las palabras son las portadoras del conocimiento y la verdad, así como la fuerza que mueve todo el mecanismo abstracto de la literatura, el carbón y la chispa de ese arte. Incluso nos dice: “Romeo ha vuelto al bar”.

En el apartado de “Persistencia del alarido” hay un poema del mismo nombre donde nos dice:
Me ha costado volver a las palabras
como me lo han predicho los oráculos:
acertaron
cuando mis dominios iban pereciendo
y vulneraban mis cultivos.

Se establece pues, un paralelo entre la noción de “cultivos” y “poesía”. El poeta es un labrador de la palabra, que trabaja y se esfuerza tanto como un campesino. Sin embargo allí nos habla de los “oráculos”. Y escribe “Me condicionaron la parálisis/ en un lugar de intolerancia”. Y agrega “la incoherencia de coincidir con la vida”. Ahora explico: Puede aludirse que el oráculo le predijo “coincidir con la vida”, la existencia común y corriente de un hombre con obligaciones, lo cual lo devuelve a “un lugar de intolerancia”. Sucede que los artistas muchas veces vivimos mejor en un ambiente donde se puede reflexionar, leer, escribir. Se necesita tiempo para dedicarse a la literatura. Pero cuando no hay espacio ni aliento y las obligaciones nos absorben, pues, ¡cómo cuesta volver a las palabras! Allí se manifiesta la parálisis creativa.

En el poema “Poesía” nos dice: “Eres más ajena que las palabras complejas”, en un monólogo dirigido a la misma poesía. Entonces entendemos, después de leer todo el texto, que el poeta no es el dueño de esta fuerza, sino una simple antena, al modo platónico, que se encarga de trasmitir la señal del universo a través de las palabras: “Eres más ajena/ que los alientos de otras respiraciones”, insiste César.
Pero mi libro favorito es… ¡”La misa del yo insaciable”! Desde el título, nos sugiere una idea de lo profano que me encanta, pues, personalmente pienso que el Catolicismo es más artificial que la noche de Romeo narrada en el poema de Boyd. Lo insaciable son los excesos, tal vez los instintos. Además, este apartado de “El ojo indubitable” tiene un lenguaje muy sencillo. Y creo que el comentario de este título va a terminar tragándose a las apreciaciones del libro entero.
Este segmento comprende ocho poemas. Y estos breves y concentrados textos poseen un aliento a vida y de vida que puede percibirse en otros autores contemporáneos, pero que no cae en el prosaísmo de una crónica, sino, arremete con sentencias contundentes. Aquí observamos al Boyd viejo, con sus veredictos poéticos pues, “La misa del yo insaciable”, es su libro en carne viva, valioso tanto para el lector común y corriente, como para el cultísimo vate fabricado en los laboratorios de las tertulias y los cafés artísticos.
Quiero citar uno de sus poemas:

Memoria de un cuento

Yo he tendido a la cosificación de las personas.
Y he tendido
a la personificación de las cosas.
Los motivos fueron simples:
muchos viejos trajes que estimaba a muerte,
muchos enemigos que fueron mi familia (…)

A través de este retruécano impecable, nos muestra cierto aspecto decadente de la sociedad, donde el ser humano busca el “ser” a través del “tener”. La prioridad de los bienes materiales, la deshumanización de los sentimientos hacia las mismas personas, todo eso, paradójicamente, muy humano y común en estos tiempos. Por ello, estos son los poemas que aterrizan, lejos de metáforas y estridencias metafísicas, en el sentir de un hombre que se ha hecho padre. Aparece, pues, la figura del hijo para inocular una sangre nueva en el cerebro del yo poético, donde se abre un espacio para otra dimensión más humana de su verbo:

Hijo mío,
tienes casi un año.
Yo a tu edad rompía libros de Cervantes.

Incluso las travesuras del vate están relacionadas con la literatura. El poeta se proyecta sobre su hijo y le habla orientándolo, fijándose en la etapa del pequeño:

Tú rompe lo que te plazca.
Pero necesítame
para romper las hierbas del camino.

Y es que escribir poemas sencillos es uno de los oficios más difíciles. Una mujer bella no necesita de muchos accesorios. De la misma forma, si el contenido posee fuerza por sí mismo no necesita de adminículos, aretes o sortijas que deban impresionar con un boato retórico y filudo. La sencillez, por ello, es la cúpula de los espíritus antiguos y la forma de manifestar el mundo interno de los artistas veteranos. 

Y así como no creo en religiones de templos carísimos, paradójicamente con intenciones caritativas, no creo en el arte de las fórmulas químicas, de frases hechas. Y yendo al otro extremo, tampoco en el afán de la nueva poesía, similar a los artículos periodísticos, a las narraciones simples y antiestéticas.

Finalmente, en medio de este ambiente insincero, aparece “El ojo indubitable”. Termino de leerlo y pienso en César Boyd, en los temas que tratamos esa noche, en la poesía y en que el señor que dirigía el recital fue un buen oráculo que bien pudo haber hecho una predicción sobre la maestría  de su último libro.
He aquí el arte con los ojos abiertos.

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