lunes, 23 de enero de 2017

"Con olor a periodismo y literatura" - Por: César Boyd Brenis - Diario La Industria (22-01-17)

Sonando las campanadas de las ocho, llegadas desde la Catedral de Chiclayo que frente al auditorio se levantaba íntegra, comenzó con exactitud inglesa la presentación del libro “Con olor a papel y tinta” de Larcery Díaz Suárez. El evento del mes abría sus puertas.

Todos los días no tenemos el privilegio de apreciar auditorios abarrotados, en donde ya comenzada la ceremonia, tenían que seguir cargando las sillas para las personas que no terminaban de llegar, agitadas y calurosas, a este recinto del Club Unión; por ello, sentía que ingresaba a una rotunda misa de Acción de Gracias.

Cuando me asomé, ya se divisaban personalidades del quehacer cultural de la región. Tres filas delante de mí, se apreciaba al decano de la facultad en donde estudié (FACHSE), Néstor Tenorio, acompañado de su elegantísima esposa, una dama pelirroja que le hablaba al oído por breves momentos. Más adelante, se notaba la cabeza brillante de Raúl Ramírez Soto, cabeza que ya tal vez había improvisado una décima. La poeta Matilde Granados, quien me brindó a lo lejos una sonrisa y un saludo con la mano, también se daba cita en nombre de la amistad que le profesa al autor. El escritor Rully Falla llegó acompañado de Nicolás Hidrogo; y sorpresivamente y muy aplaudido llegó el hijo de Nixa, don Nicanor de la Fuente Silva.

Minutos antes de que comience el evento, me acerqué para presentarme. Era la primera vez que al señor Larcery le estrechaba la mano. Su serenidad y sencillez me dieron buena impresión. “Ya te llegará tu libro; regalaremos toda la edición”, esas fueron sus palabras ante mi curiosidad de saber cómo conseguiría un ejemplar. Me dejó; pues un canal de televisión ya tenía la cámara prendida para comenzar una entrevista. Mientras el tímido joven le hacía las preguntas de rigor, preguntas que se les hacen a todos los escritores del mundo cuando aún no han leído sus libros, las fotografías llovían alrededor de la luz del reflector que iluminaba las respuestas.
 
Sentados a la mesa de honor estaba el autor, la señora Cecilia Cabrejos y el representante de los hijos de Larcery, el señor L. Díaz Barrantes. Los valses “A ti Chiclayo” y “Zenobia” abrieron la noche desde la mano prodigiosa de los maestros de la peña Amistad Norteña de Ciudad Eten, siendo uno de ellos, suegro del anfitrión. Con ese ambiente chiclayanísimo, la abogada Cecilia Cabrejos dio sus primeras palabras de amistad y respeto ante la nueva obra de su gran amigo. Posteriormente, se dio lectura al prólogo, realizado por la periodista Jesús León Ángeles, esposa del homenajeado. En esas sentidas palabras nos pudimos enterar un poco más de la vida de Larcery Díaz.

Nacido en la tórrida Sullana, arribó a Chiclayo a los cinco años para quedarse a hacer historia. Periodista, poeta, cuentista, abogado, profesor, cronista, premiado en nueve oportunidades por su labor periodística y en tres por su actividad literaria, Larcery se convierte en un referente importante para las letras lambayecanas. Con esta voluminosa obra de casi cuatrocientas páginas, el autor nos comparte sus crónicas y cuentos realizados a lo largo de los años. Su obra constituye también un homenaje a los periodistas que hicieron de esta loable labor un estilo de vida y pusieron una valla muy alta para todo aquel que pretenda incursionar en esa actividad.

El libro también comprende una galería variada de fotografías con personalidades de todos los ámbitos. Se puede apreciar a Larcery con el Premio Nobel de Literatura Mario Vargas Llosa; además, con Javier Pérez de Cuéllar, Alan García, Morales Bermúdez, y personalidades nacionales del periodismo, la iglesia, el arte, la literatura, el folclore, la política, entre otras variadas ramas de la cultura.

Casi a mitad de la ceremonia, las palabras del autor fueron una muestra de su sensibilidad inquebrantable. Durante años buscó un auspicio para la publicación de su obra y le cerraron todas las puertas, hasta que, como él dice, “llegó el ángel que me envió la virgen de Guadalupe”. Larcery se refería a Cecilia Cabrejos, quien a través de las muchas instituciones que ella precede en México y Perú, pudo darle la oportunidad para que “Con olor a papel y tinta” vea la luz, y por si fuera poco, también para que el libro sea repartido gratuitamente a todo aquel que quiera acercarse a la producción de Díaz Suárez.  

Su discurso también hizo remembranza al casi medio siglo que él tiene en la labor periodística y del respeto a todos los entrevistados que han pasado por sus micrófonos y grabadoras. Una actitud muy particular al ver que existen hombres de prensa cuya consideración y respeto al entrevistado es casi nulo, sobretodo en un contexto político, asumiendo la frase popular: “¿Se merece respeto un corrupto?”. Pero Larcery lleva sus principios, para bien o para mal, al máximo nivel.

“Siempre he querido que mis escritos lleguen a las masas”, dijo el autor, engrandeciendo su responsabilidad social y criticando a los periodistas que hablan “en difícil”, para que no los entienda la gente. Citó a Gabriel García Márquez a propósito de la ética en el periodismo, considerando que el Nobel colombiano estuvo muchos años trabajando en ello, y tenía como máxima “La ética es la calidad”.

Larcery es el que cree que el lenguaje bien expresado en los medios escritos puede superar a la imagen televisiva; esa actitud romántica me hizo estremecer y me llevó a pensar en la poca fortuna que han tenido los diarios en las últimas décadas a partir de la televisión y, posteriormente, la Internet. Pero de esto último tampoco está distante, pues Díaz Suárez tiene un espacio en una conocida página web. Él es de las personas que se han ido adecuando al paso del tiempo y a las nuevas tecnologías.

El brindis de honor fue hecho por su hijo. Él recordaba que desde niño lo veía a su padre en un rincón de su biblioteca, pegado a la máquina de escribir, y así fue creciendo, escuchando sus historias, pegado a los libros que lo hacían mejor. Entonces después de libar el pisco sour, para no olvidar que estábamos en Chiclayo, la peña Amistad Norteña nos conmovía con la marinera “El huaquero”, y todos empezamos a entonar “cova, cova, cova al amanecer; cova, cova, cova al anochecer”; y en la ciudad anochecía más, para covar (excavar) una amistad con un nuevo libro.

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