
El
hijo de padre borracho —como él solía llamarse— encontró la quietud de su
infatigable vida a los 65 años. El manicomio vio su último respiro y, en la más
completa orfandad, los médicos no supieron qué hacer con su cuerpo, porque no tenía
parientes vivos que decidieran su destino. Al final, se optó por incinerarlo. Y
así terminó en cenizas esa mente que imaginó los versos más impecables y
memorizó los libros más constitutivos.
A
los tres años y medio de edad hizo su primer poema. Su madre al verlo en trance
hablando en poesía, quedó preocupada y decidió no fomentarle ese arte. Pero la
poesía era él mismo, y desde esa base se construyó hasta quedar esculpido como
un verso viviente. Leopoldo publicaba todo lo que escribía, decía todo lo que
pensaba, repetía versos suyos y ajenos de memoria en momentos inesperados y se
mostraba tan natural con su malditismo, que pudo decir: “Tengo un idiota dentro
de mí, que llora,/ que llora y que no sabe, y mira/ sólo la luz, la luz que no
sabe. (…) fue/ la vida un día antes/ de que allí en la alcoba de/ los padres
perdiéramos la luz”.
Su
padre, un gran poeta; su madre, una conocida actriz; sus dos hermanos, uno con
paranoia y el otro con esquizofrenia, ninguno con hijos, sin propiedades,
fueron muriendo poco a poco; así, su estirpe desapareció con Leopoldo María, el
último de los Panero en el centro de una larga agonía, siguiendo escena a
escena el ritmo de una magnífica película de tristeza: “Porque hiciste mi gesto
eterno supe/ que eras la muerte: porque ella sólo podía/ amarme si no había/
hombres para mí, vivos:/ sólo ella podía amarme:/ y supe también que tú eras/
la muerte, y que me amabas”.
Se
intentó suicidar varias veces sin conseguirlo. Tal vez en esas fallas vio su
más extrema derrota, su más inútil mano, su ridícula voluntad de no poder. Le escribió
a la muerte tantas veces, a Satán, a su madre y a su padre: “Pero no sólo los
mendigos, padre, van al paraíso/ van también aquellos que aun más asco dan/
esos mendigos del ser que acezan/ a la puerta del manicomio…”.
Esquizofrénico,
alcohólico, bisexual, drogadicto, en una palabra: maldito. Un ser humano que
creó sus dioses dentro de su trance, un “renglón torcido de Dios”, un hombre
que hace pensar —desde nuestra atalaya— la relación entre genialidad y moral, entre
voluntad y descontrol, entre familia y personalidad, entre locura y poesía,
entre lo maldito de su vida y lo bendito de su obra. Tal vez, en esta sociedad
de espectáculo y escándalo, en honor a todos los artículos que vendrían por su
muerte, pudo decir en acto profético: “Yo que todo lo prostituí, aún puedo/
prostituir mi muerte y hacer/ de mi cadáver el último poema”.
El poeta Panero parece pintar la vida desde la Oscuridad y la Muerte, y lo hace desgarradoramente. Hubieron otros que como él cayeron prisioneros(as) de las Tinieblas y aún sus Luces brillan en la Eternidad.
ResponderEliminar«Y me dediqué a investigar y comprender todo lo que se hace bajo el sol. Pero es una tarea ingrata que Dios ha dado a los hombres: todo es para humillarlos.
Miré de cerca todo lo que se hace bajo el sol: ¡No se tiene nada, se corre tras el viento!» (Eclesiastés 1 : 13 - 15)