El
autor es uno de los “perfil bajo” más extraños. No cree mucho en su poesía y ni
siquiera le llama poemas a sus escritos sino sus “evasiones”, título éste que,
al parecer, quiere darle un juego interesante de significado, pues puede
tomarse el nombre Eva como raíz léxica de la palabra, de esa forma, una
“evasión” sería —de manera no categórica ni estricta— una fascinación por Eva,
mujer oculta que ha perseguido al poeta por otros textos leídos en recitales
bohemios de Chiclayo, y cuyo inédito libro de relatos también ostenta: “Evita
el nombre”. Ese no apostar por su obra poética ha hecho que se demore 20 años
en publicarla, pues su primer poema escrito a los 14 años, seguramente
desaparecido en el tiempo, fue el inicio de esta perversión llamada “literatura”.
Por toda esa modestia acumulada en el autor, la publicación de este libro ha
sido por exigencia de sus amigos.
Percy
Vidal Chinguel ha colaborado interrumpidamente en el diario La Industria
durante más de un lustro, sus artículos han perseguido experiencias urbanas y
lamentables situaciones de las calles chiclayanas; ha concedido entrevistas
televisivas en donde ponía a prueba su talento con la composición de canciones
tropicales, muchas de ellas tocadas por grupos conocidos de cumbia, con cierto
éxito.
Lo
más resaltante de Percy es que es autodidacto. Huyó del mundanal ruido de su
calle en La Victoria y colonizó un bar que pasó a ser suyo, en cuya barra leyó
todos los días, escribió sin cansancio, atendió a sus clientes con la misma
cordialidad de un amigo y logró perfeccionar su técnica de escritura con mucha
paciencia y derroche de entusiasmo, ayudado por Stanley Vega, poeta al que le
agradece por ser su primer maestro. Su cordialidad es una constante entre todos
sus clientes, que van desde periodistas televisivos, poetas, funcionarios
públicos, hasta parejas disparejas, jovencitas sin remedio, personajes
rufianescos, curiosos y desamparados, es decir, todos los protagonistas que se
necesita para tomarlos en un relato.
El
poema que abre el libro es “Eso a lo que llaman luna / no es más que un agujero
/ por el cual llegué a descubrir / que el cielo es blanco”. La visión cristiana
del cielo está inscrita en el color blanco, que es el color de la pureza y de
la transparencia del alma, y esa es la respuesta final a la que llega el yo
poético. El retorno a la tradición de la observación de la luna para proponer
algo, como un antiquísimo astro que responde en el horóscopo del pensamiento,
tiene algo en particular, pues es a través de ella, en estado físico y no
espiritual, que se le revela la realidad, es decir, descubre eso que se le ha
mantenido oculto: el color de “aquel cielo
que dicen las leyendas”, como escribiría Leopoldo María Panero.
En
el poema número cuatro se lee: “Esa sabia lágrima / recorre tu mejilla /
tratando de borrar / las huellas que dejaron / tantos besos falsos”. Esta es
una imagen simple de un hecho que en la tradición literaria y religiosa empieza
con Judas Iscariote, con el falso beso a su maestro. La personificación de la
lágrima, atribuyéndole un calificativo muy honroso (sabia), es muestra de que
ha trocado su simbología, pues el acto de arrojar lágrimas que está ligado a la
pena, es ahora un signo de sabiduría; por lo tanto, de dicha, de cierta perfección.
Me
llamó la atención el poema nueve: “Si cogiera de almohada una piedra / sólo
así, a través del sueño / descubriría el porqué de su silencio, / de su
soledad, / de su (mi) provocación por patearla”. Lo que descubre el yo poético
a través del sueño y del contacto físico con la piedra (más que como un
instrumento para la comodidad funciona como un instrumento para el pensamiento)
es, por un lado, un estado que la piedra posee como ser inanimado (silencio y
soledad); y por otro lado, el deseo súbito de violencia, tal vez de venganza:
patear la piedra por no significar nada. Pero eso que descubre no lo dice
explícitamente, es decir, no se sabe lo que ve en el sueño, aunque sí, eso que
ve es el fundamento de sus diferentes estados de la piedra.
Existen
poemas que fortalecerían la tesis de que “Evasión” (una palabra del título del
libro) posee como raíz léxica “Eva” (que puede ser la Eva bíblica reencarnada
en todas las mujeres), como lo denuncia el poema número 41: “¿Quién fuiste? /
¿El fruto prohibido? / ¿La ingenua serpiente? / ¿El infierno disfrazado de
paraíso? / No existe respuesta. / El amor de la primera mujer / es una gran
interrogante”. Otro poema de la misma línea es el 29: “En verdad, / lo siento
mucho por Adán / quien no pudo saborear / el dulce placer que se siente / al
desnudar a una mujer”.
La
sensualidad se deja sentir también en el poema 40: “Cada vez que abro un libro
/ por la mitad / me recuerda a ti, / a aquella noche en que devoré / tu página
inédita”. El romanticismo es el espíritu del libro cuando apela a signos como
“corazón”, “amor”, “primavera”, así: “Mi corazón / es un viejo balcón / por
donde asoma el amor / cada vez que lo despierta / el silbido de una nueva
primavera”; o en el poema: “Mi corazón / inexperto bailarín / desde que te
conoció / hoy danza contento / al ritmo del amor”.
Percy Vidal Chinguel
sabe que el arte y la poesía en particular poseen un número infinito de
posibilidades. Como es permitido en la fauna literaria (tercera acepción de “fauna”,
según el DRAE, “conjunto o tipo de gente caracterizada por un comportamiento
común que frecuenta el mismo ambiente”), es común arrepentirse del primer
libro, la mayoría de poetas reconocidos lo han hecho, pero dentro del
aprendizaje infinito de Percy, está su dedicación y su abertura a la “bacteria
de la vida”, como reza en un verso suyo. Para que ello se concretice más, Percy
quemó un ejemplar de su libro en un acto de purificación. Siguió la
recomendación que Julio Cortázar haría, aunque al revés: un libro menos es un
libro más.
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