martes, 26 de julio de 2016

"Poesía y violencia en Cruz de la Esperanza" - Por: César Boyd Brenis - Diario La Industria (18/07/16)

Cuando se cae en una crisis existencial, no hay mejor aliciente que ver a tu alrededor lo que está pasando en el mundo, para darse cuenta que el problema que se cree tener no es nada comparado a los terribles sufrimientos que muchas personas padecen.

La noche del viernes fui invitado como jurado a un concurso de declamación en el corazón de Cruz de la Esperanza. El evento estaba organizado por la Iglesia Impacto Cristiano, con el fin de concientizar a los adolescentes acerca del terrible mal del siglo: la violencia.

Hace muchos años fui corrector de textos teológicos en dicha institución, así que regresar después de más de un lustro a este centro poblado fue reencontrarme con jóvenes que luchan día a día por abrirse un camino en la vida y que, en esta oportunidad, iban a emitir su mejor voz y su genuina mímica para representar lo que significaba la violencia para ellos.

Me quedé gratamente sorprendido del talento indiscutible de los chicos para crear versos y reflejar sus vivencias en torno a la “violencia de género”, “violencia familiar”, “violencia en las calles”, etc., con textos sacados de su propio puño y letra. Un escrito que me impresionó fue el del joven Kevin Ágreda, marcado para siempre tras un accidente que casi le cuesta la vida, quien en su poema “La abandonada” decía: “De lejos, tras una estela/ de polvo, se dibuja/ una silueta que se acerca/ cada vez más”. Luego de la descripción de una mujer despojada de su honor, agrega: “¿Cuántas Marías he visto en este miserable barrio?” (Me trajo a la mente el “tú no tienes Marías que se van” de César Vallejo.)

Kevin y los demás jóvenes son testigos permanentes de la burla hacia las mujeres. Es el reflejo de esta triste estadística mundial en donde sitúan al Perú como uno de los países más machistas del orbe, después de México. Hasta parece una trama tan tristemente repetida que nos llegamos a asquear: un hombre enamora, embaraza y abandona su responsabilidad.  

La jovencita que se llevó el segundo puesto, Lucía Capuñay, escribió: “¡Mujer, ya no te permitas/ que el dolor rasgue tu alma!/ Si tu vida se marchita,/ yo te ofrezco una esperanza”. Estoy seguro que los jóvenes de Cruz de la Esperanza (¡el nombre los acompaña!) y de otros barrios aquejados por la violencia tienen esa fe, tan definida como en el capítulo 11 de Hebreos: “la certeza de lo que se espera, la convicción de lo que no se ve”. Pues es la esperanza lo que nos permite vivir, más aún en un entorno hostil y muchas veces crudelísimo. Y saben que los acompaña ese gigante Jesucristo, testigo eterno que observa sus calles y sus acontecimientos, y se conduele con cada hecho regido por la maldad. 

Sarita Torres, casi una niña, se llevó las palmas al ocupar el primer puesto, por la entonación decidida de sus versos: “No te abras sobre el fango,/ no desistas a sus ruegos,/ sabes que sigue pensando/ cómo humillarte de nuevo”. Ella, tan jovencita, ya tiene la idea marcada del sojuzgamiento de una mujer ante las estratagemas de un soldado de la mentira. Y agrega, tan rítmicamente, “intentas esconder marcas/ que él va dejando en tu piel,/ aunque aquellas más amargas/ nadie te las puede ver”. Ingeniosa rima asonante.

Cuando se pensaba que solamente faltaba el veredicto del jurado, nació del público un joven que se animó a darnos una muestra de su arte, y selló la noche con un rap —a capela—acerca de la violencia familiar. Me dejó con un nudo en la garganta y con las ganas de cambiar el mundo, como un Quijote presto a dejarlo todo por un ideal.

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