lunes, 6 de junio de 2016

"Zapping de eventos y libros" - Por: César Boyd Brenis - Diaria La Industria (22/05/16)

Mantenemos todos los días nuestras armas listas. Peleamos. Acudimos al resplandor de una buena idea, un lugar mejor o una pretenciosa fantasía. Y, entre tanto, leemos un diario; en especial, un libro, dos, tres, cuatro. Y cuando se hacen todas las lecturas a la vez resulta tan fascinante que buscamos perdernos y no encontrarnos nunca. Porque hay otros lugares de este mundo tan concreto —tan botánico y citadino— que nos tumban a la primera embestida de la mañana, cuando el sol tímidamente nos visita.

La televisión nos informa desde las 5:30 de todos los días. Nos dice que el planeta apenas soporta pero que los eventos no languidecen: que capturaron en Colombia a un Caracol de la mafia peruana, que por una mujer cayó como un Paris troyano y mitológico, que sus lujos lo rodeaban con destino de asfixia, que lloró magdalénicamente al saberse perdido; que todos los días la policía hace su trabajo y vence, que los jueces y fiscales sueltan otra vez a los malnacidos, que los psicólogos o pedagogos no saben si los sicarios son todavía personas o si lo fueron, o que los políticos ya quieren darle muerte a tiempo o, al menos, cadena perpetua; que los hermosos derechos humanos son cada vez más poéticos. Ya ni se sabe.

Entonces me cae en las manos otra vez la novela “Los detectives salvajes” de Roberto Bolaño y resucitan los juegos rufianescos de Ulises Lima y Arturo Belano (los protagonistas), y las pataletas vicerrealistas de Juan García Madero, aquel narrador que no quería ser abogado y soñaba con ser escritor, pero que se chocó con la realidad insoslayable de lo patético que es el oficio de poeta.

Por su soledad angustiante, el pobre Ulises había caído en un terrible vicio de hierba y la vendía en el D. F. mexicano para publicar revistas de literatura. Entonces me imagino a Ulises Lima y Caracol en una misma escala, en un mismo púlpito sombrío. Imagínense. Caracol hecho un personaje de ficción que ya no mata, solo escribe y quema lo que no puede aguantar sin encender, y que entona el poema de la pobreza y suspira la razón de su próxima obra de filantropía literaria.

Y por su parte, Ulises Lima hecho carne y sangre de la mafia del Callao, olvidando las calles surrealistas de su lejano D. F. y a sus enemigos más íntimos como Octavio Paz; liderando una masacre cobarde en un puerto que tal vez algún día puede ser el de Pimentel, que todos queremos. Y contactando a la fila de sicarios que llevarán metralletas listas por si algún enemigo (que no es la policía) se atreva a romper con un comercio perfecto; este Ulises Lima de las especulaciones más perversas se entregará a la compra inescrupulosa de los jueces y fiscales subterráneos y de los policías que faltan al honor de la ley de leyes y de la ley de la conciencia.

Leer cuatro o cinco libros a la vez tiene sus desventajas. Y con un programa político en el aire, el engendro de los insultos se trasmuta en vicios. Ya es tan delirante el rostro de la ficción que entre las derechas de las candidaturas, golpistas o pacíficas, restructuradas o intactas, se escabullen las amenazas de los países de las novelas “Un mundo feliz” de Huxley y “1984” de Orwell; y se transmite lo que alguna vez afirmó un crítico acerca de esas dos obras maestras de la literatura. Ambas tienen escondidas dos razones opuestas de dominio: la complacencia y el autoritarismo, respectivamente. La primera brinda todo, asume libertades, muestra bellos laberintos; la segunda, no enseña, limita, restringe, golpea al que desea saber.

En las conclusiones de semejantes realidades —según este crítico—, la peor forma de gobierno es la permisiva (“Un mundo feliz”), la que da todo; porque al dar todo, no brinda nada, no guía, no señala caminos; sino confunde, hastía, sobreabunda, y al ser humano lo abruma, y ante este enredo espiritual el individuo quiere salirse, divertirse, encantarse. Con esas características del hombre, ya no es necesario la violencia para el ciudadano, sino darle todo lo que quiere en cantidades ingentes: información y datos, libros y retóricas, modas y monadas; de esa forma el pensante se volverá oveja y buscará pastores en todos lados.

Por otra parte, está el régimen autoritario de la novela “1984”. El ambiente que se respira en cada rincón es tan parecido al de las dictaduras que ha tenido el Perú. Sin embargo, estas sombras tiranas, que quieren volver estático al hombre, tienen un efecto contraproducente. Convierten a las personas en indagadoras, curiosas y temerarias; saca de ellas la astucia escondida e intenta dar brote a la sed de justicia que solo es realizable de una forma única: el compromiso social, donde los seres humanos se vuelven mejores, atesoran sus proyectos y visiones, comparten la ira de los disconformes, se unen para el cambio y la libertad.

Por el lado de las lejanas tierras tenemos también nuestros ruidos: que Dilma Rousseff cayó en limbo político y dantesco, que los sirios siguen huyendo por las cornisas del mundo, que el pueblo alemán no quiere TLC con Estados Unidos que alguna vez fue de América y ahora es del Más Allá, que el capitalismo tiene que crecer invadiendo territorios del oriente para crear nuevos mercados antes que colapse otra vez la economía, que las conspiraciones venidas de los grandes del mundo son tan evidentes que rayan en la falsedad.

Esto último, sin duda, rememora la gran novela “El hombre que fue Jueves” de Chesterton. Es el talento de los hombres para armar conspiraciones que terminan siendo ruidosas y, por ende, montadas. Un homenaje al suspenso de la historia y a la sorpresa de datos que van apareciendo en una secuencia temeraria. Imagino al personaje que hace de poeta en un espacio y tiempo de este mundo, para desmentir los asuntos ocultos, pues en el fondo lo que verdaderamente existe es el arreglo práctico bajo la mesa, para no perder protagonismos; en la novela los anarquistas y la policía secreta se confundían para que cada uno haga su trabajo sin tocarse, pues todos se hacían pasar por todos y nadie sabía si era policía o era del partido anarquista. ¡La genialidad de Chesterton!

Ante esta realidad, ahora pensamos si la foto de la felicidad en el Facebook todavía sigue rodeada de imagen, de forma, de escondrijo; si la frase del día en el muro social trasciende nuestra vida, para transformar la idea de que las tragedias y desventuras existen tanto o menos que lo que queremos ignorar.

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