domingo, 18 de febrero de 2018

"Nietzsche y la moral" - Por: César Boyd Brenis - Diario La Industria (18/02/18)

 “Lo que yo exijo al filósofo es que se coloque más allá del bien y del mal; que ponga por debajo de sí la ilusión del juicio moral”. El crepúsculo de los dioses – Nietzsche.

Hablar de Nietzsche desde Nietzsche es perder el tiempo. La filosofía crítica exige pensar desde el presente, con las nuevas herramientas que contamos y con las nuevas ciencias que se van elaborando. Pues han pasado 117 años de su muerte y no podemos congraciarnos con su filosofía —por una parte, crítica en su época— sin actualizar (o superar) sus postulados más esenciales, sobretodo en torno al tema que le quitaba el sueño: la moral.

Desde la universidad nos han propuesto leer —creo que para bien— casi todas las obras de Nietzsche y sobre Nietzsche que puedan caer en nuestras manos (tal vez es el filósofo del que más cuento con libros). Sin embargo, a mi parecer, antes de ser un filósofo es más bien un poeta, y hay que tomarlo también como tal. La línea retórica que lo encierra posee un estilo muy novedoso para los fines radicales que este alemán perseguía.

A propósito de la frase de Nietzsche que encabeza el artículo, me he permitido realizar una clasificación de los elementos que aparecen en ella, con el fin de develar la intensión y la supuesta profundidad que la envuelve. Además, sigo la línea de una de las conferencias del profesor Jesús G. Maestro cuando afirma: “Muchos dicen que leen a Nietzsche porque es profundo y no lo entienden; pues en casi la mayoría de casos no hay nada que entender”.

Para empezar, el apotegma se puede dividir en tres ideas: el filósofo, la articulación bien-mal y la moral. En general, la exigencia que Nietzsche impone al filósofo es reductible a un mero consejo —por lo demás, obvio—. Sin embargo, la expresión está ajustada al estilo que lo caracteriza, es decir, a una forma estética de presentar su pensamiento; por ello, puede hacer que se infiera algo más allá de lo literal.    

El filósofo

Si la filosofía —la legítima filosofía— debe ser sistemática, racional y crítica; entonces el filósofo debe encarnar esa envoltura sin el más mínimo desvío. Dado esto, lo que Nietzsche afirma es que el filósofo no debe renunciar a la labor para la cual ha nacido. Pues como Gustavo Bueno sostiene: “Pensar es pensar contra alguien”, así lo políticamente correcto lo condene a muerte. Y esta realidad ya era notoria desde Grecia (solo pensemos en Sócrates).

Ese requerimiento de Nietzsche no es otra cosa que la reivindicación del filósofo que ha perdido un poco el rumbo de su faena, es decir, se ha vuelto un “intelectual”, en otras palabras, un impostor que se ha vendido al que mejor paga (“Los intelectuales: los nuevos impostores”, Bueno, 1987). Sin embargo, este planteamiento riñe con la propia idea de Nietzsche cuando afirma que no existen hechos sino interpretaciones.

¿Por qué? Pues si los hechos varían con respecto a las interpretaciones que se puedan hacer de ellos, entonces ¿qué se le puede reclamar al filósofo si la realidad se ajusta a las interpretaciones que él impone? Tal vez Nietzsche —en cierto sentido— dio pie a la construcción del “intelectual”, como figura impostora que puede ajustar las interpretaciones a las reglas del momento, aunque él no seguía esas reglas, es decir, esa moral.

El bien y el mal

La idea del bien y del mal se materializa necesariamente en las reglas concretas que las culturas, es decir, los sectores con ciertas tradiciones y costumbres diferenciadas, han impuesto a través de sus políticas (“política”, en términos muy generales) y que son el motor de la sociedad (preestatal o estatal) que las cumple. Esta definición implica un relativismo en torno al bien y al mal, que solamente puede ser resuelto por la filosofía.

No en vano Bueno afirma que la única manera de enfrentar el fundamentalismo islámico es a través de la razón. Frase esta que no se puede entender como pacifista, sino como la lucha que la filosofía —no la escéptica ni la espiritualista, sino la crítica— realiza con el mundo para transformarlo, pues no solo desde Marx (famosa Tesis XI sobre Feuerbach) el filósofo intenta “transformar”, sino desde que la filosofía es tal (¿qué es acaso La República?).

La moral

Sobre este tema se han realizado en el país congresos filosóficos espectaculares, y se han publicado libros que más que críticos parecen moralistas y proselitistas. Dada la circunstancia, los he tenido que repasar para darme cuenta del vacío conceptual en que incurren. Por ejemplo, siempre confunden “relativismo moral” con “relativismo ético”, sin tener una idea clara ni de la moral ni de la ética, y ni siquiera del relativismo.   

Sin embargo, la explicación más rotundamente organizada la encontré en el libro “Contra las musas de la ira” (2014) de Jesús G. Maestro, quien a su vez la extrajo de “El sentido de la vida” (2006) de Gustavo Bueno. Afirma el primero: “Las normas éticas (defensa de la vida humana) y las normas morales (defensa de la unidad del grupo) están en conflicto, e incluso pueden llegar a ser incompatibles entre sí”.

Así: “La moral designa el conjunto de normas destinadas a preservar la cohesión del grupo, y no la vida de los seres humanos, sino la unidad del gremio, cuya expresión más inmediata puede ser la pareja (matrimonio), la familia, el clan, el pueblo, la nación, y también una empresa, una organización terrorista o un grupo mafioso, así como sectas, iglesias, congregaciones, etc., y su expresión más amplia y compleja es el Estado” (Maestro, p. 38).

Conclusión

Desde la actualidad, o sea desde el tiempo necesario en que se debe mover la filosofía, la frase de Nietzsche representa un proverbio, un consejo o un verso, desde el cual las personas se podrían obnubilar con los sonidos que despide o con el nombre “Nietzsche” tan bien popularizado; pero como los versos, la poesía, la literatura, son trampas para el que no sabe razonar (Maestro); entonces pasemos de “lo sublime” a lo interpretativo, sin perder la brújula.  

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