domingo, 11 de febrero de 2018

"El mito de la cultura" - Por: César Boyd Brenis - Diario La Industria (11/02/18)

Del filósofo Gustavo Bueno aprendí que la idea de cultura que se nos vende a diario está más cerca de una mitología que de una realidad. Su libro “El mito de la cultura” (1996) lo explica. Libro que, por cierto, no se encuentra disponible en Internet; pero que gracias a los bibliófilos del Materialismo Filosófico discurre por la red si se tiene la certeza de pedirlo al portador que lo puede enviar. Un portador soy yo.

A través de mi red social, he repartido la obra a todo el que me la ha solicitado, incluso con el riesgo de ser inoportuno e injusto con la editorial que la vende en España. Sin embargo, me es imposible no compartir este libro por dos motivos. El primero es que —siendo objetivos— en Perú ¿quién pide que le envíen un libro? Recordemos que somos un país que en promedio lee medio libro al año. Así que darlo llega a ser incluso un acto moral.

El segundo motivo es que la obra posee una importancia capital. En ella se discierne lo que se ha entendido por cultura a lo largo de los siglos, y cómo se ha modificado dicha palabra hasta volverla metafísica. Con tal preciso estudio, es faltar al sentido común no compartir el libro con colegas, estudiantes o curiosos, incluso con el riesgo de tocar puntos muy sensibles de la tradición y de lo políticamente correcto.

A pesar de ello, el asunto es no tomar acríticamente lo que se impone desde diversos medios acerca del tema. En ese sentido, el autor enfatiza que no se necesita mitificar más la cultura, sino desmitificarla. Es decir, no se requiere sostener con insistencia que la cultura es lo más maravilloso que tenemos, sino pensar la cultura de forma crítica y escarbar —por ejemplo— los actos más horrendos que se han cometido en su nombre.

El mito

Según Bueno, hablar del mito en general no tiene sentido. Muy dispuesto en su enfoque de filósofo crítico (“criticar”, etimológicamente, es “clasificar”), divide a los mitos en “luminosos” y “tenebrosos”. Entonces, el “mito” al que se refiere el título del libro está dirigido a su segunda clase, ya que desde esta posición la cultura se oscurece, se retuerce y se desvirtúa: he ahí su tenebrosidad.  

Por su parte, el mito luminoso tiene como fin aclarar una realidad. El más rescatable es el de la caverna de Platón. Al respecto, existe un documental titulado “Gustavo Bueno: La vuelta a la caverna” (ver en YouTube), en donde se explica la importancia que Bueno dio al “regreso”. Volver a la caverna para advertir de la sombra a los hombres que viven en ella es la finalidad de la filosofía.

Bueno comenta que en la actualidad lo más cercano a la caverna es la televisión, y es ahí desde donde el hombre libre y racional debe decirles a los prisioneros cuál es la verdadera realidad. La televisión o, ahora más que nunca, la Internet son dos cavernas que merecen la intervención inmediata del pensador. Porque regresar a la caverna, es decir, a las posiciones de la ignorancia —para revertirla—, es una obligación y una responsabilidad.

Hay una expresión popular de gran arraigo: “cuando muere el hombre, nace el mito”. Entonces podemos ajustar dicha frase a nuestros fines explicativos y decir: “cuando muere la cultura, nace el mito de la cultura”. ¿En qué sentido murió el reino de la cultura? Y más precisamente, ¿cuándo nació este reino para morir después?

La cultura

La palabra “cultura” llegó muy tardíamente al idioma español, pero en la forma de un compuesto lexical: la agri-cultura. Etimológicamente, pues, las culturas serían los cultivos. Por ello, la expresión “hombre culto” en el siglo XVII o XVIII no era utilizada, y en su lugar equivalía a “hombre letrado”. ¿De dónde nace entonces la idea de cultura como ahora la entendemos?

El invento —como tantos otros “modernos”— fue alemán. No en vano, Bueno combate la filosofía alemana (“de carácter luterano y subjetivista”) y reinventa un sistema que puede explicar mejor la realidad desde el presente. Por lo tanto, el escenario del “reino de la cultura” puede enfocarse mejor desde el Materialismo Filosófico que —como he referido en artículos anteriores—  no es el Materialismo Dialéctico, ni el Histórico, ni el “grosero”.

Para los griegos, hubiese sido muy complicado que entendieran la cultura como la constituyeron los idealistas alemanes. La explicación es simple; para aquellos (los griegos), los animales poseían cultura. El hombre sencillamente era un imitador de la cultura —siempre “cultura animal”, por antonomasia—. Entonces el ser humano solo copiaba lo que el animal ya había creado “culturalmente”.

Por tal motivo —en la carrera de la evolución— nuestra especie fue creándose ciertas actividades que le sirvieron para sostenerse y enriquecerse. Así, salieron de las cavernas y edificaron chozas imitando el nido de las aves o castores; o, aprendieron a tejer observando a las arañas; o, cantaron por rito o diversión escuchando a los pájaros, etc. Lo que los cavernícolas creaban aquí era la técnica, que después de milenios devino en ciencia.

Sin embargo, desde el pensamiento alemán se define el “reino de la cultura” como aquello que el hombre se ha fabricado para vivir cómodamente, en lugar de vivir en el “reino de la naturaleza” que es hostil. La palabra “reino” aquí no está puesta artificial ni impositivamente, sino deviene de la secularización de la idea del “reino de la gracia”. Porque se logró extraer de la teología la idea de “reino” y ponerlo en la filosofía: la cultura.

Una de las explicaciones de este salto es que la filosofía quería superar el pensamiento de la Edad Media y, en especial, el relato del Génesis. Pues Adán y Eva no tenían cultura, ya que vivían en “gracia”. Entonces el “reino de la gracia” debía tomar ribetes más humanos, para lo cual, la cultura fue la idea que mejor se ajustaba. En esa transformación nace el mito de la cultura. Mito que, por lo demás, se debe seguir develando. El libro está en sus manos.

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