lunes, 3 de octubre de 2016

"José Ángel Valente: Una de Tres lecciones de tinieblas" - Por: César Boyd Brenis - Revista Ahora y Siempre - Edición 50 (Agosto a Noviembre de 2016)

España da a luz, cada cierto tiempo, a poetas extraordinarios. Encontrarlos en el Siglo de Oro o en las Generaciones del 98 o del 27, es por lo demás común. Ubicar en los últimos 30 años a vates españoles de plumas incomparables, es una búsqueda que la tecnología puede facilitar. Así me ocurrió por el año 2006, cuando navegaba por Internet y me topé con una lista de contemporáneos que, según críticas serias, estarían en el máximo escalón de la poesía, es decir, serían los mejores poetas vivos de España: Antonio Gamoneda, Leopoldo María Panero y José Ángel Valente (hasta el día de hoy, solo el primero vive).

Parafraseando el título de un libro: “Tres lecciones de tinieblas”, que se llevaría el Premio de la Crítica en 1980, traigo del recuerdo a estos tres autores, aunque no tan tenebrosos como geniales, para centrar mi atención en uno de ellos; justamente en el autor de dicho libro: José Ángel Valente; del cual pude conseguir un texto espléndido en la Feria de Libro de Trujillo hace cerca de una década. Se trataba de dos poemarios comprendidos en un solo volumen: “El fulgor” y “Al dios del lugar”. Un poema decía: “Con las manos se forman las palabras, /con las manos y en su concavidad/ se forman corporales las palabras/ que no podíamos decir”.

Ese ha sido un tema recurrente en Valente: la elaboración de esas palabras que no podemos decir, que no salen fácilmente como quisiéramos, que se esconden como enfriando el mundo para fundirlo después. Justamente de ese tópico, y de otros más, Valente habla en una entrevista que ofreció en un programa de televisión llamado “Rincón literario”, hace más de dos décadas. Con una introducción impecable de la presentadora, donde menciona todos los premios que Valente ha recibido —como “El Príncipe de Asturias”, el Premio de la Crítica en dos oportunidades, entre otros más—, la voz femenina inicia su ronda asumiendo unas palabras de José Lezama Lima: “No hay otro poeta en España que esté más cercano a su espacio germinativo que José Ángel Valente, con la precisión de la ceniza, de la flor y del cuerpo que cae”.
 
El poeta agradece las palabras del escritor cubano, y menciona que el autor de “Paradiso” tiene una gran influencia en él, pero sin duda fue nuestro poeta universal César Vallejo el que le dio la profundidad que alcanzaría en su madurez. También trae a mención a Emilio Adolfo Westphalen y retumba en su boca el agradecimiento a los poetas latinoamericanos en general que le dieron ese estilo pulido y cargado de una atmósfera misteriosa. Por ese modo de expresarse, Valente fue tildado de “frío”, pero ante esa acusación —como buen español— rescata a Machado cuando dice: “El diamante es frío pero es fruto del fuego”. Luego agrega: “Yo creo que la poesía es fría y bella como el diamante, pero es fruto del fuego; si no nace de ese fuego, no hay poesía ni diamante”.
 
Algo fundamental que refirió Valente es el gran ejemplo que Lezama dio a los poetas del mundo, pues nunca este habanero se rindió al poder; a ese poder revolucionario que se implantó en Cuba, que apoyó en un comienzo pero que luego rechazó por los abusos de Fidel Castro. Nunca ceder ante los entes de poder es una ética que no abunda entre los poetas, porque estos andan persiguiendo la institucionalidad, es decir, quieren el reconocimiento del poder, el aplauso de la academia, la palestra de la universidad; ante este hecho Valente recordaría al gran Juan Ramón Jiménez: “Meter a un poeta a la academia es como meter a un árbol en el Ministerio de agricultura”.


El poema no se escribe, se alumbra. Eso nos recordaba el vate, cuya poesía estaba marcada por una racionalidad espléndida, una búsqueda de la perfección del verso, un fulgor permanente. La herencia que nos dejó Valente pone a prueba la figura del poeta y la importancia de su compromiso con el arte.

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