domingo, 23 de octubre de 2016

"El cinismo por el Nobel de Literatura" - Por: César Boyd Brenis - Diario La Industria (23/10/16)

Valgan verdades. Año a año al Premio Nobel de Literatura lo esperamos por varios motivos, y no tan “literarios” que digamos. Los lectores empedernidos lo aguardamos para devorar con ansias los libros que se reproducirán exponencialmente por el mundo; los editores, para explotar y vender cada húmero de su cuerpo en el único afán fenicio y afamado de este tiempo: el negociazo; los apostadores, para llenar las oficinas más emblemáticas de Londres o New York (por ejemplo, la famosa Ladbrokes) con millones de euros pasando por sus calculadoras y lanzando bombas tan maniobradas como que Roth, Murakami o Perico de los Palotes es el favorito, tal como si de la UEFA Champions League o del Mundial de fútbol se tratara (con los nervios de los ludópatas incluidos); los periodistas lo esperan para indagar en las mentes de las masas, contraponer opiniones, imprimir titulares y fastidiar al “picón” que quiere revancha; los intelectuales, para inventar nuevos criterios posmodernos, sacudir los gallineros de la retórica, reflexionar sobre la nada y apropiarse de la planta más alta del edificio de naipes. Y así sucesivamente.

¿Cuál es el criterio más exacto para otorgar el Premio Nobel de Literatura? Esa pregunta ha ido dilucidándose de generación en generación para llegar a concluir enfáticamente en algo que más linda con la magia que con la ciencia: el misterio. Pues sí. En el mundo de las letras existen tantos buenos escritores que sólo con un pacto con no se sabe muy bien quién, se pondrán en la cima y recibirán el dinero. No hay otra forma ni criterio.

Para compararlo con la ficción: ¿Recuerdan la mejor película del 2001? Estas son unas palabras del protagonista: “solo en las misteriosas ecuaciones del amor puede uno encontrar lógica o razón”, esto lo dijo John Nash en el film “Una mente brillante”. Justamente era su discurso del Premio Nobel. Exaltaba su locura y justificaba el psicologismo, pues su “razón” yacía en el “misterio”. En fin, si Hollywood lo dice, algo de cierto habrá.

Muchas objeciones se hacen al respecto, por ejemplo: ¿hay que creer en los premios? Las personas no es que creamos en los premios, sino solo los aguardamos como si esperáramos una intensa sorpresa subjetiva (psicologismo puro y duro), para intentar unirnos más a la fauna (tercera acepción de “fauna” según el DRAE: conjunto de gente caracterizada por tener un comportamiento común y frecuentar el mismo ambiente) en una selva oscura y dantesca. Solo podemos esperarlo porque nuestra operatividad sobre él es igual a cero. No existe la posibilidad de entregar un voto a lo lejos o crear presión sobre los jurados. Hasta parece que los académicos jueces ya ni discuten, sino solamente hacen un sorteo y luego publican la respectiva explicación del por qué se le otorga el premio, explicación hecha por cierto desde los meses de las nominaciones y no después del veredicto (es fácil pensar eso, creo yo).

Si aguardamos tanto el premio es porque algo de esperanza nos brinda. Incluso los más escépticos están atentos a cualquier noticia por los días del veredicto. Mirando bien el asunto, la academia sueca solamente con nominar a alguien ya lo da como posible ganador. Y, llegando al punto del Nobel 2016, Bob Dylan ha sido nominado por muchos años, incluso ya se había llevado el Premio Príncipe de Asturias de las Artes, el Premio Polar Prize (el “Nobel” de Música), entre tantos otros reconocimientos. Es un “Nobel de tribuna”, como diría un poeta peruano, y sí, nosotros estamos asistiendo a un partido de fútbol, aunque viéndolo bien es un concierto de rock; en este contexto, prefiero esto último que lo primero.

Ya nos hemos olvidado lo que dijo Jean-Paul Sartre hace tantas décadas: “el Nobel es un premio político”. Y con todo lo que ese aspecto implica (“la organización del poder y la administración de la libertad”), estamos “condenados a ser libres” para confiar, pero no en un fallo, sino en una justicia, una pericia, una posible sinceridad de la Academia. Aunque suene a lugar común, todos los nominados ya son ganadores (si es que algo vale eso). Solamente el veredicto sirve para saber quién recibe el millón. Nada más.

Borges fue un Nobel sin serlo. ¡Qué más da!, solamente el dinero no llenó su ya abultada cuenta bancaria. Tal vez muchos podrán recordar a Kafka, a Vallejo o a Tolstoi, como merecedores del máximo galardón de las letras; pero esa exclusión no les quita lo que todos sabemos: su inmensa calidad. Hay otros que no quisieron recibirlo: el  autor de “La náusea” por considerarlo “burgués”, y Boris Pasternak por presión política de la URSS.

Por otro lado, muchos dieron con palo a Bob. Uno de ellos fue el español Jesús G. Maestro (al que considero un genio y mi guía académico), quien publicaría en su cuenta de Facebook: “Aunque la mona se vista de Nobel, mona se queda”. Otros, por su parte, se mostraron conformes con la asignación a Dylan porque el hijo predilecto de Minnesota unía música y poesía. Salieron varios autores del canon literario peruano y de otros horizontes para defender ese hecho, afirmando que el ser músico no desmerece el galardón. Pero creo que el asunto no debe tomar ese rumbo ni debemos empantanarnos con las descripciones sobre la historia de los Cancioneros de los poetas o rememorar que La Ilíada y La Odisea fueron cantadas, sino mostrar cuánta musicalidad poética tienen las canciones de Bob; pues a mi entender, si acompaña una guitarra a un poema, entonces las palabras sin “musicalidad” pueden ser elevadas para mantener un sentido rítmico que sin el instrumento no tendría. Un ejemplo claro es Arjona, el cual imposta palabras altisonantes y maltrechas que hace pasar por “poéticas”, porque están ayudadas por periferias técnicas o instrumentales. Ahí está el asunto de fondo.

Por mi parte, he celebrado el premio de Bob Dylan porque me agradan los misterios. No se puede negar que es más músico que poeta. Entonces, ¿hay que leer sus letras sin necesidad de escuchar sus canciones? Sería un buen comienzo para los que somos adictos al rock en español: poder compenetrarnos con traducciones fidedignas de los poemas musicalizados del Nobel 2016. Los que no sabemos inglés, buscaremos traductores con pericia (los que traducen en YouTube son aficionados). Solamente un poeta puede traducir a otro poeta. Nadie más.

Las llamadas telefónicas de la Academia han sido rechazadas. Ese hecho hace crecer más el mito de Bob Dylan. Al parecer no quiere saber nada con los casi 900 mil euros que se llevaría en diciembre. Ya sería el tercero de la lista de los disidentes. Tal vez a él mismo le podamos preguntar, parafraseando su mejor canción, “Like a Rolling Stone”: ¿cómo se siente?, ¿cómo se siente rechazar el Nobel y seguir como una piedra que rueda?

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