domingo, 26 de agosto de 2018

“La llamada de la tribu”, un enfoque dialéctico - Por: César Boyd Brenis - Diario La Industria (26/08/18)

El libro “La llamada de la tribu” de Mario Vargas Llosa fue publicado este año (2018) con una expectativa inusitada. Ello produjo una serie de comentarios y reseñas muy halagüeñas en algunos diarios y redes sociales. Por mi parte, para no ser dialógico, voy a intentar ser dialéctico; es decir, voy a comenzar con las tesis que negaré del libro, antes de describir lo rescatable.

El extraordinario novelista peruano-español edita cada cierto tiempo algo relacionado con la “realidad”. Deja de publicar “mentiras” —como él le hubo llamado a la literatura—, y emprende trabajos arriesgados de Política y Economía. En estos ensayos, busca siempre legitimar racionalmente el “capitalismo” y a sus autores. Racionalmente lo hace muy bien, pero acríticamente lo hace mejor.  

Por esa visión parcialmente “acrítica” del orden establecido —detalle poco visto, casi ignorado y mejor callado por los colaboracionistas—, el autor de “La fiesta del Chivo” crea sin proponérselo dos vertientes. Unos se limitan a un besamanos imperecedero que, por una parte, puede ser legítimo; mientras otros, en el extremo opuesto, lo llenan de insultos perversos. Se tratará de apuntar mejor contra las ideas del Nobel.   

LOS MITOS DE LA CULTURA

Por lo menos, el autor menciona en el libro sesenta y ocho veces la palabra cultura (o sus variantes “incultura”, “culto”, “cultural”, etc.) para referirse a un conjunto de “algo” extremadamente amplio, inexacto o metafísico. Ese defecto de apariencia inofensiva perjudica de manera radical el entendimiento del término; es decir, alimenta lo que el filósofo Gustavo Bueno Martínez ha llamado “el mito de la cultura”.

Vargas Llosa utiliza la palabra de forma maniática, en contextos innecesarios, donde pudiendo evitar el término, lo agrega forzadamente para dar un supuesto realce que llega a lo peripatético. Uno de muchos ejemplos: “…las ideas que están cambiando la civilización no conocen fronteras y valen por igual en distintas culturas y geografías” (p. 88). ¿Acaso no era suficiente “geografías”?

El término se vuelve más oscuro en construcciones como “la cultura de la libertad” (p. 84), “la cultura de nuestro tiempo”, “la cultura de Cervantes, Quevedo y Góngora”, “la doctrina liberal es una cultura” (p. 63). No solo hay pequeños párrafos donde la palabra “cultura” es utilizada en una seguidilla insoportable sino que cada término obedece a acepciones tan lejanas como incoherentes.

Así, las equivalencias de la palabra “cultura” están utilizadas en una desquiciada amalgama polisémica: cultura como geografía, cultura como religión, cultura como país, cultura como conocimiento, cultura como política, cultura como convicción, cultura como sentimiento, cultura como sociedad, cultura como comunidad, cultura como doctrina, cultura como psicologismo, entre tantas otras acepciones injustificadas.

El ateo Vargas Llosa temblaría al saber que su indefinición de “cultura” es explicada por un hombre de izquierdas en el libro “El mito de la cultura” (Gustavo Bueno, 1996) y cuya tesis central es aquella “según la cual, la idea moderna del Reino de la Cultura es una transformación o inversión teológica de la idea medieval del Reino de la Gracia”, y cuyo punto de partida es el idealismo alemán. ¿Leerá nuestro Nobel a alguien de izquierdas?

LA FILOSOFÍA DE LOS CIENTÍFICOS

El biólogo Richard Dawkins y el físico Stephen Hawking han sido los más conocidos científicos que en sus discursos han desbordado sus categorías —sus campos de acción—para hacer filosofía sin saberlo. Desde el pensamiento de Gustavo Bueno, esa actitud se denomina “filosofía espontánea de los científicos”. Estos muchas veces filosofan sin un sistema determinado o cambian de sistema filosófico cuando piensan que les cuadra.  

Mario también los confunde como filósofos a varios autores de su libro. Un ejemplo entre muchos: afirma que Popper, Hayek y Berlín fueron sus mejores hallazgos cuando buscaba “filosofías de la libertad” en un tiempo de “sofismas del socialismo” (p. 65). Lo que encontró el Nobel fueron fundamentos ideológicos para su posición liberal, desde la Ciencia Económica y Política.

Los importantes aportes de los liberales al campo económico no los hace filósofos. En todo caso, son “filósofos espontáneos”, pues son científicos. Vargas Llosa reafirma las citas que sus autores hacen de Platón, Aristóteles, Hegel, etc., sin notar que bordean la ingenuidad. Para un análisis del tema, se debe leer el “Ensayo sobre las categorías de la Economía Política” de Bueno, y complementar con el conversatorio “¿Qué es esa cosa llamada Economía?” (YouTube). 

RELIGIONES VS. RACIONALIDAD

En muchas partes del libro, Vargas Llosa les imputa a las religiones ser irracionales y tribales, porque él confunde racionalidad con crítica. Para el autor —por ejemplo— pertenecer a una iglesia te vuelve irracional. No todas las religiones son iguales. Existen religiones con un altísimo grado de racionalidad, como la Iglesia Católica. Para profundizar en este punto, se debe consultar obligatoriamente “El animal divino” (1996).

La animadversión del Nobel por las religiones hace que oponga las “maravillas” del liberalismo con las “irracionalidades” y atrasos de la religión. Otra vez se despista. La religión ha jugado un papel importante en la formación del capitalismo; sobre todo la religión protestante para fortalecer el imperio económico inglés. Es importante el conversatorio anteriormente mencionado (YouTube) para dar luces a estos puntos. 

IMPRESIÓN GENERAL

Vargas Llosa es un gran novelista. No puede evitar narrar o recrear a como dé lugar algún dato del que pueda sacar partido. El libro está más cerca de una crónica de lecturas que de un ensayo, es decir, se ajusta más a una mixtura entre ficción e historia que a una sistematización de un tratado de Economía. Así lo ha querido el propio autor.

“No lo parece, pero se trata de un libro autobiográfico”, dice Vargas Llosa en su prólogo. Pues le diré a nuestro respetado Nobel que sí lo parece, y lo parece bastante. Los chismes certeros, las anécdotas coloradas, las sexualidades ocultas, los sendos cuernos, los hábitos extraños, las peleas indiscretas, las conversaciones de café, los almuerzos con la élite, son un indicio de las impresiones y matices que las lecturas y las vivencias pueden formar en un escritor de su talla.

“La llamada de la tribu” me servirá, y esto desde mi pequeño psicologismo, para soltar algún dato rebuscado —en alguna fiesta entre amigos— de los personajes de la Economía de todos los tiempos. Con eso haremos parte de justicia al libro. 

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