domingo, 21 de mayo de 2017

"Luis Rivas Rivas, a propósito de lo trascendente" - Por: César Boyd Brenis - Diario La Industria (21/05/17)

En gran síntesis, el maniqueísmo es una posición filosófica que sostiene que la realidad está dividida entre lo bueno y lo malo. Esa idea la asume con singular vehemencia el Dr. Luis Rivas Rivas, autor del libro “Personajes, libros, debates: Hacia lo trascendente”, presentado el jueves pasado. El texto resulta una prueba latente que la identidad religiosa de su autor está sustentada, maniqueístamente, en una poderosa creencia que él nunca ha ocultado y que, contra todo, ha puesto a funcionar en aquello que piensa, escribe, analiza y profesa.

Su nombre (“Lucho Rivas”) me sonó por primera vez a los veinte años en la boca de Alfredo José Delgado Bravo, quien me aconsejó llevarle mi modestísimo primer libro a sus manos para que tenga un mejor destino; algo absolutamente improbable en la Edad de Piedra de mi poesía. “Es lo mejor en crítica”, me dijo el autor del himno a Chiclayo. Con una obediencia férrea, un día de hace quince años toqué la puerta de la calle Carrión y me recibió un profesor serio, con aura otoñal y de erudición constante. Cuando me presenté y recibió mi libro, mostró su generosidad al decirme: “Lo consideraré si hay otra edición de un estudio publicado acerca de la literatura lambayecana”. Lo tomé como un elegante cumplido.

En casi una hora de charla, caminando por Elías Aguirre, me habló de tantos temas que apenas a mi memoria retorna uno: su opinión sobre el mejor poema que a su juicio —de aquel tiempo— escribiera Vallejo en Los heraldos negros: “A mi hermano Miguel”. Sin duda, me hizo revisar muchas concepciones que, en mi adolescencia, tenía de la literatura y de muchos autores, pero todavía yo no notaba su perenne solemnidad hacia lo trascendente y su maniqueísmo confeso en todos los asuntos que rodeaban su vida. Años después lo descubrí más claramente.

En el 2006 lo vi por segunda vez. Le llevaba ahora bajo el brazo un nuevo libro: “Signos”, del grupo literario que tuve la oportunidad de fundar junto con varios compañeros de batalla literaria. Me acerqué, acompañado del poeta Cromwell Castillo, a la oficina de la universidad en donde hasta ahora trabaja, y nos recibió el mismo profesor atento, aunque ahora él tenía una inquisición que hacer. Miró la contraportada del libro y distinguió una frase del Apocalipsis (capítulo 7, versículo 1) que refería al número cuatro, pues hubo una intención sesgada de mi parte para colocar y estetizar aquel dígito, y relacionarlo con el número de integrantes del grupo. “¿Acaso has leído la Biblia?”, me interrogó. “Totalmente”, le respondí. “Entonces no la has entendido”, sentenció apabullante. Fue ahí cuando comprendí su ética y la actitud defensiva de un devoto soberano. Su maniqueísmo no solo era conceptual, sino el sentido de su vida y su tema preferido.

Dos días antes de la presentación de su libro recibí una llamada. Leía en casa “El grito silencioso” de Oé y me invitaban a cubrir el comentario del libro y el evento. Miré a Janet y le dije: “Tu profesor preferido presentará un nuevo libro”. La fama del Dr. Luis Rivas de ocasionar impacto al narrar historias en sus clases de Literatura había dejado en sus alumnos universitarios recuerdos imperecederos.

A pesar de haber leído al profesor en un sinnúmero de artículos, encontré en este libro en particular una posición que no dejaba dudas desde el título después de los dos puntos: “Hacia lo trascendente”. Sus análisis literarios poseen, algo más o algo menos, lo que se afirma en la página 371, en un artículo titulado “La dimensión ética en la literatura contemporánea”. El profesor dice: “Un rasgo frecuente en la literatura universal ha sido —protagónico o subyacente— el milenario conflicto entre el bien y el mal; y el componente ético ha contribuido en gran medida a potenciar la calidad estética de obras maestras”. La división de la realidad entre el bien y el mal, como dije, es el maniqueísmo que recorre en esta nueva publicación las líneas de casi todo lo descrito: personajes, libros, debates.  

Otro ejemplo son los títulos escogidos. Existen diez artículos que explícitamente tienen ya la etiqueta cristiana en su encabezado, y la mayoría del resto resalta en su contenido la figura del Bien como criterio mayor en el análisis. De esa forma, enfrenta la idea de Dios en composiciones de José Carlos Mariátegui y César Vallejo contra los posteriores libros marxistas ateos de ambos autores; a Gabriela Mistral “predicando los mensajes de Cristo” contra las demoníacas circunstancias de la guerra; a los autores paganos que afirman la historicidad de Jesús contra los que la niegan (de igual forma, acerca de la resurrección); a los “pensamientos de raíces bíblicas” del Principito contra la incredulidad de los adultos; al Mensajero del Rey contra los Césares “paganos, homicidas, inescrupulosos”; “A Cristo crucificado” contra “El infierno tan temido”; a la inspiración de Pasternak en “pasajes memorables de los Evangelios” contra el “oscurantismo ruso”; a las universidades católicas contra “una industria deshumanizada” (muy apropiado lo de “industria”); a los “recursos formales de Graham Green contra su “tradición nada teologal”; a la crítica cristiana de Charles Moeller contra toda otra posición que asume “el silencio de Dios” en el siglo XX o en cualquiera.

Existen dos temas tangenciales que también se pueden destacar: la historia y la política. El dato biográfico como móvil para los tópicos de algunas obras o la importancia del proceso del tiempo en el enriquecimiento de las ciudades, son muestras innegables de la biblioteca viviente de anécdotas y relatos que es el profesor Luis Rivas, tal vez su más fuerte atractivo en el aula de clase. Los autores antitotalitarios que en el mundo han sido son mencionados en la defensa de una democracia, tal vez no muy bien entendida, dada las variantes conceptuales del término en el siglo XX; solo recuérdese que en la construcción del Muro de Berlín, la Alemania Comunista era catalogada “democrática” (curiosa paradoja).

El conocimiento profundo de la política para un cristiano puede resultar alarmante. Solamente hay que recordar lo que Max Weber escribió del tema, y que Vargas Llosa coloca de epígrafe en El pez en el agua: “También los cristianos primitivos sabían muy exactamente que el mundo está regido por los demonios y que quien se mete en política, es decir, quien accede a utilizar como medios el poder y la violencia, ha sellado un pacto con el diablo, de tal modo que ya no es cierto que en su actividad lo bueno sólo produzca el bien y lo malo el mal, sino que frecuentemente sucede lo contrario. Quien no ve esto es un niño, políticamente hablando”. Demoledor.

La última vez que vi —antes de la presentación— al profesor Rivas, yo iba con Janet por la avenida Luis Gonzáles. Se le veía sonriente y bromeó con algo muy de moda por ese tiempo: “Voy a ser mi tesis en la Complutense de Madrid”, nos dijo. Nos hizo sonreír y asumir algo marcado en su personalidad, pero que no se nota con frecuencia: su sentido del humor. La presentación del jueves estuvo llena de esos detalles certeros e inteligentes que arrancan una sonrisa. Y este escrito debe terminar pues, como él refirió al final de sus palabras, los gritos de una tribu cuando el orador habla demasiado pueden aparecer: “¡Ya basta! ¡Ya basta!”.

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