martes, 10 de enero de 2012

"La inversión de causa" - Por: César Boyd Brenis - Diario "La Industria" (27/12/11)



La sociedad ha hecho una lectura invertida de la Navidad. El motivo de esa alteración (de ese día puesto de cabeza) puede tener orígenes consumistas y/o paganos. Pues se debe saber que...
1. La Navidad no es el día de la familia.
2. La Navidad no es el día del niño.
3. La Navidad no es el día de la cena pascual.
4. La Navidad no es el día de la amistad.
5. La Navidad no es el día de la paz mundial, etc.


Muchas de esas celebraciones ya tienen otras fechas del año que las recuerdan, y no cabe duda que sean importantes. Pero entonces ¿qué es la Navidad? Sencillamente, es el cumpleaños formal de Jesucristo, y a través de este hecho —de este acontecimiento fundamental en la historia humana— es que viene todo lo demás: familia, amistad, paz, etc. He ahí la inversión de causa que la sociedad ha establecido.


Si tendríamos que hacer una lectura no consumista de la Navidad (¡consume amigos!, ¡consume "amores"!, ¡consume bailes!), tendríamos que empezar por acordarnos en primer lugar del cumpleañero y, seguidamente, de nuestra relación con Él. Pues cabe añadir que esa relación acarrea, sin pensarlo, nuestro contacto con el prójimo. Es decir, cuando alguien le dice a otra persona “¡Feliz Navidad!”, debería estar diciendo en su corazón: “¡Acuérdate que hoy nació Jesús!”; pero si no es así, entonces ha comenzado mal. Pues es preferible el silencio que una felicitación sin fundamento real, sin causa apropiada y sin explicación de fondo.


Cuando las personas no tienen en claro esto, entonces suplen ese vacío con tantas actividades “navideñas” que está demás mencionarlas, porque se conocen de memoria. Pero cuando sucede lo contrario, nace algo imperecedero y absoluto; y el compartir en la mesa, la tarjeta de Navidad, el abrazo, el regalo, tienen otro significado, otro propósito y otra fuente: Celebrar al niño Jesús.


He conversado con tantos amigos desde hace semanas, incluso con mi esposa, y decíamos todos —me incluyo— que este tiempo de Navidad es triste, por el motivo principal que uno rememora la niñez ya perdida o la inocencia que sólo ahora es un recuerdo. Y después de este 25 de diciembre me di cuenta, en realidad, qué estaba faltando y en qué estábamos fallando. Y es que todos nosotros partíamos del ego, del “yo” como principio de un espectáculo, como protagonista de un festín de obsequios y abrazos; y no partíamos —porque así hemos crecido, así nos han enseñado— de que ese día el ser humano ya no es el ser humano de siempre, sino que alguien vino a rescatarnos del hundimiento del pecado. Y ese Ser que no nació el 25 de diciembre —pero que ese día se recuerda formalmente que “habitó entre nosotros”— es la más grande invitación a la paz interna, a la unión familiar, a la esperanza muchas veces perdida, a la felicidad destruida por el ego, al rompimiento con una costumbre sólo mercantil.



Los 25 de diciembre próximos no serán los mismos para mí. Y espero que tampoco sean los mismos para todos los creyentes, pues cuando el centro de todo se ubica, las periferias se alinean y las voces internas ya no son de nostalgia, sino es futuro, designio, esperanza y resplandor en el nombre de un Salvador por antonomasia: Cristo.