domingo, 23 de octubre de 2016

"El cinismo por el Nobel de Literatura" - Por: César Boyd Brenis - Diario La Industria (23/10/16)

Valgan verdades. Año a año al Premio Nobel de Literatura lo esperamos por varios motivos, y no tan “literarios” que digamos. Los lectores empedernidos lo aguardamos para devorar con ansias los libros que se reproducirán exponencialmente por el mundo; los editores, para explotar y vender cada húmero de su cuerpo en el único afán fenicio y afamado de este tiempo: el negociazo; los apostadores, para llenar las oficinas más emblemáticas de Londres o New York (por ejemplo, la famosa Ladbrokes) con millones de euros pasando por sus calculadoras y lanzando bombas tan maniobradas como que Roth, Murakami o Perico de los Palotes es el favorito, tal como si de la UEFA Champions League o del Mundial de fútbol se tratara (con los nervios de los ludópatas incluidos); los periodistas lo esperan para indagar en las mentes de las masas, contraponer opiniones, imprimir titulares y fastidiar al “picón” que quiere revancha; los intelectuales, para inventar nuevos criterios posmodernos, sacudir los gallineros de la retórica, reflexionar sobre la nada y apropiarse de la planta más alta del edificio de naipes. Y así sucesivamente.

¿Cuál es el criterio más exacto para otorgar el Premio Nobel de Literatura? Esa pregunta ha ido dilucidándose de generación en generación para llegar a concluir enfáticamente en algo que más linda con la magia que con la ciencia: el misterio. Pues sí. En el mundo de las letras existen tantos buenos escritores que sólo con un pacto con no se sabe muy bien quién, se pondrán en la cima y recibirán el dinero. No hay otra forma ni criterio.

Para compararlo con la ficción: ¿Recuerdan la mejor película del 2001? Estas son unas palabras del protagonista: “solo en las misteriosas ecuaciones del amor puede uno encontrar lógica o razón”, esto lo dijo John Nash en el film “Una mente brillante”. Justamente era su discurso del Premio Nobel. Exaltaba su locura y justificaba el psicologismo, pues su “razón” yacía en el “misterio”. En fin, si Hollywood lo dice, algo de cierto habrá.

Muchas objeciones se hacen al respecto, por ejemplo: ¿hay que creer en los premios? Las personas no es que creamos en los premios, sino solo los aguardamos como si esperáramos una intensa sorpresa subjetiva (psicologismo puro y duro), para intentar unirnos más a la fauna (tercera acepción de “fauna” según el DRAE: conjunto de gente caracterizada por tener un comportamiento común y frecuentar el mismo ambiente) en una selva oscura y dantesca. Solo podemos esperarlo porque nuestra operatividad sobre él es igual a cero. No existe la posibilidad de entregar un voto a lo lejos o crear presión sobre los jurados. Hasta parece que los académicos jueces ya ni discuten, sino solamente hacen un sorteo y luego publican la respectiva explicación del por qué se le otorga el premio, explicación hecha por cierto desde los meses de las nominaciones y no después del veredicto (es fácil pensar eso, creo yo).

Si aguardamos tanto el premio es porque algo de esperanza nos brinda. Incluso los más escépticos están atentos a cualquier noticia por los días del veredicto. Mirando bien el asunto, la academia sueca solamente con nominar a alguien ya lo da como posible ganador. Y, llegando al punto del Nobel 2016, Bob Dylan ha sido nominado por muchos años, incluso ya se había llevado el Premio Príncipe de Asturias de las Artes, el Premio Polar Prize (el “Nobel” de Música), entre tantos otros reconocimientos. Es un “Nobel de tribuna”, como diría un poeta peruano, y sí, nosotros estamos asistiendo a un partido de fútbol, aunque viéndolo bien es un concierto de rock; en este contexto, prefiero esto último que lo primero.

Ya nos hemos olvidado lo que dijo Jean-Paul Sartre hace tantas décadas: “el Nobel es un premio político”. Y con todo lo que ese aspecto implica (“la organización del poder y la administración de la libertad”), estamos “condenados a ser libres” para confiar, pero no en un fallo, sino en una justicia, una pericia, una posible sinceridad de la Academia. Aunque suene a lugar común, todos los nominados ya son ganadores (si es que algo vale eso). Solamente el veredicto sirve para saber quién recibe el millón. Nada más.

Borges fue un Nobel sin serlo. ¡Qué más da!, solamente el dinero no llenó su ya abultada cuenta bancaria. Tal vez muchos podrán recordar a Kafka, a Vallejo o a Tolstoi, como merecedores del máximo galardón de las letras; pero esa exclusión no les quita lo que todos sabemos: su inmensa calidad. Hay otros que no quisieron recibirlo: el  autor de “La náusea” por considerarlo “burgués”, y Boris Pasternak por presión política de la URSS.

Por otro lado, muchos dieron con palo a Bob. Uno de ellos fue el español Jesús G. Maestro (al que considero un genio y mi guía académico), quien publicaría en su cuenta de Facebook: “Aunque la mona se vista de Nobel, mona se queda”. Otros, por su parte, se mostraron conformes con la asignación a Dylan porque el hijo predilecto de Minnesota unía música y poesía. Salieron varios autores del canon literario peruano y de otros horizontes para defender ese hecho, afirmando que el ser músico no desmerece el galardón. Pero creo que el asunto no debe tomar ese rumbo ni debemos empantanarnos con las descripciones sobre la historia de los Cancioneros de los poetas o rememorar que La Ilíada y La Odisea fueron cantadas, sino mostrar cuánta musicalidad poética tienen las canciones de Bob; pues a mi entender, si acompaña una guitarra a un poema, entonces las palabras sin “musicalidad” pueden ser elevadas para mantener un sentido rítmico que sin el instrumento no tendría. Un ejemplo claro es Arjona, el cual imposta palabras altisonantes y maltrechas que hace pasar por “poéticas”, porque están ayudadas por periferias técnicas o instrumentales. Ahí está el asunto de fondo.

Por mi parte, he celebrado el premio de Bob Dylan porque me agradan los misterios. No se puede negar que es más músico que poeta. Entonces, ¿hay que leer sus letras sin necesidad de escuchar sus canciones? Sería un buen comienzo para los que somos adictos al rock en español: poder compenetrarnos con traducciones fidedignas de los poemas musicalizados del Nobel 2016. Los que no sabemos inglés, buscaremos traductores con pericia (los que traducen en YouTube son aficionados). Solamente un poeta puede traducir a otro poeta. Nadie más.

Las llamadas telefónicas de la Academia han sido rechazadas. Ese hecho hace crecer más el mito de Bob Dylan. Al parecer no quiere saber nada con los casi 900 mil euros que se llevaría en diciembre. Ya sería el tercero de la lista de los disidentes. Tal vez a él mismo le podamos preguntar, parafraseando su mejor canción, “Like a Rolling Stone”: ¿cómo se siente?, ¿cómo se siente rechazar el Nobel y seguir como una piedra que rueda?

viernes, 21 de octubre de 2016

"Harold Alva y Lambayeque" - Por: César Boyd Brenis - Diario La Industria (21/10/16)

Después de cuatro años de larga y paciente espera, el poeta Harold Alva me envió desde Lima la antología que —en sus palabras— servirá de provocación para que los críticos de nuestro departamento puedan reunir los trabajos que mejor representen el canon narrativo. Se trata, pues, del libro “Lambayeque” (Altazor, 2012), una edición de lujo que ha pretendido significativamente ser la iniciadora del trabajo de recopilación y promoción de nuestra cuentística.


El mencionado vate, junto con la editorial limeña, se propuso en el 2011 viajar por las diferentes regiones e investigar acerca de los autores que han decidido incursionar en este género tan escaso en nuestra tierra. Tratándose de una zona de poetas, se vuelve complicado encontrar una linealidad en la tradición del cuento lambayecano. Sin embargo, el libro ha considerado incluir las diferentes generaciones —desde Enrique López Albújar hasta la actualidad— para dar un panorama de cómo se moviliza la temática y la técnica en el campo narrativo.


El libro incluye a ocho escritores que, desde la perspectiva del antologador, forman una base para hablar de un canon. Tenemos a Enrique López Albújar, Mario Puga, Alfredo José Delgado Bravo, Rulli Falla, Carlos Bancayán, Max Palacios, Harold Castillo y el que escribe estas líneas. Tal vez pudieron incluir a otros autores más, dado el talento que en la última década y media ha ido surgiendo poco a poco y en silencio, sobretodo en espacios tan diversos como recitales y lecturas colectivas.

Harold Alva, en su breve tratado incluido en el libro —titulado “Entre la tradición y la modernidad: Un acercamiento a la narrativa lambayecana”—, señala que la personalidad de la cuentística en esta región es joven en comparación con la de otras latitudes, pues recordemos que muchos de los escritores “tradicionales” no pertenecen a Lambayeque. Recordemos a Nicanor de la Fuente (Pacasmayo), Mario Puga (Trujillo), Andrés Díaz Núñez (Cajamarca) o Winston Orrillo (Lima).

Además, se afirma que la promoción de la literatura y de los nuevos valores ha ido de la mano con el impulso a la creación artística. Por tal motivo, Alva rescata en la labor de promoción cultural a Nixa, Tello Marchena, Stanley Vega, Nicolás Hidrogo y el Grupo Literario Signos, del cual tuve el honor de ser parte en la etapa universitaria.

Los trabajos publicados están en el siguiente orden: el conocido cuento “Ushanan-Jampi” (Enrique López Albújar), “Buenos días, señor prefecto” (Mario Puga), “La conjura de los caballitos” (Alfredo José Delgado Bravo), “En la yema del gusto” (Rulli Falla), “Las formas” (Carlos Bancayán), “Amor jubilado” (Max Palacios), “Fraternidades en el séquito” (César Boyd) y “Ella y Maximiliano” (Harold Castillo).

Los personajes de estos relatos oscilan entre la desesperación y la fe, entre la muerte y la vida; hay en sus contextos un aura generalmente urbana, donde los patrones de conducta están desafiados por la moral. Después de cuatro años de publicada la obra, ya se debe ir mirando el panorama lambayecano con otros ojos. ¿Qué editorial, aparte de Altazor, se atreve a seguir con las propuestas? ¿Siempre tiene que venir Lima a darnos lecciones? Queda abierta la polémica sobre los antologados y el ruego común a los mecenas para su compromiso con la literatura.

domingo, 9 de octubre de 2016

"El camino de Luis Fernando Cueto" - Por: César Boyd Brenis - Diario La Industria (09/10/16)

He saldado una deuda que tenía conmigo mismo desde aquel noviembre de 2012: leer “Ese camino existe” de Luis Fernando Cueto, Premio Copé Internacional de Novela 2011. Posteriormente al día en que el escritor chimbotano arribó a Chiclayo, transporté dicho libro —y toda mi biblioteca— por los sucesivos departamentillos de turno que me servían de refugio. Nunca lo perdí de vista. El libro siempre se mantuvo esperando por mi tiempo, hasta que llegó su turno casi como una sublime obligación. Pues a principios de setiembre de este año volví a ver al autor en Bernal y su pregunta me congeló: “¿Leíste el libro?”. Tuve que reprobarme por aún no haberlo hecho después de casi cuatro años, pero en su expresión facial divisé que ya me había perdonado.

La primera impresión que tuve de Luis Fernando fue muy grata. Cuando ingresé al auditorio para escucharlo en aquel noviembre, estaba haciendo añicos al realismo mágico y a lo real maravilloso. Su voz segura de sí misma reivindicaba la realidad tal cual era, más aún en un país donde las guerrillas, las dictaduras y los paramilitares han campado a sus anchas. Me cayó bien su reacción crítica. En general, los que dicen algo contrario a lo políticamente correcto me caen de maravilla, a pesar que la idea pueda ser discutible o aceptable. Eso es otro tema.

Terminadas las intervenciones, compartió con todos los asistentes y se dispuso a firmar sus libros. Tuve la suerte de sentarme a su lado cuando ya el gran público se había retirado y solo quedaban los amigos de la literatura más cercanos. Por esa época yo leía como un devoto al chileno Roberto Bolaño —en esa oportunidad: “Los detectives salvajes” y sus cuentos— y Luis Fernando en acto de aprobación complementó: “Lee su poesía, sobretodo La universidad desconocida”. Solo el libro “Los perros románticos” fue años después un sabroso descubrimiento de la poesía de Bolaño, pero hasta el día de hoy no puedo encontrar el texto recomendado. Creo que me estoy acostumbrando a deberle lecturas a Luis Fernando. La nutritiva noche terminaría muy tarde y muy agenciada de libros y anécdotas.

A la mañana siguiente, sonó mi celular y en la línea contraria escucharía: “César, te estamos esperando”. Habíamos acordado ir a Puerto Eten y hacer una especie de recital poético en la playa. Después de la obligatoria caminata por, en ese tiempo, el devastado pueblo, nos fuimos a un restaurante donde ya sentados discurrió de él aquella anécdota que lo ha perseguido toda la vida: la sombra de su paisano el poeta suicida Juan Ojeda.

Luis Fernando —por cierto, nombre de personaje de telenovela— estaba protagonizando, en unas circunstancias que rebasaban la fantasía, un relato cuyo protagonista era Ojeda. Cueto había vivido en el Centro de Lima (avenida Arequipa) en una calle en donde, por coincidencia, el poeta Juan había tomado la determinación de lanzarse a la pista para perder la vida. Ojeda lo perseguía desde la infancia, pues en Chimbote vivieron en el mismo barrio. Esto contaría Cueto con una admiración por el autor de “El arte de navegar” que solo se puede comparar con el respeto que le tiene a otro de sus maestros: el escritor Oswaldo Reynoso.

Cuando lo reencontré en Bernal, Cueto tuvo una intervención muy sentida en la Feria de Libro de dicha ciudad piurana. Habló de la muerte de Oswaldo y de detalles que solo sus amigos más cercanos pudieron conocer. El maestro era un esteta y un perfeccionista del estilo, y en sus talleres hacía pedazos a libros de autores del canon que las mafias literarias han puesto como “destacados”. Cueto extendía sus comentarios de diversos temas en los locales de la pequeña plaza de Bernal, donde se podía beber algo helado para la tórrida mañana. Hablaba del fracaso de la educación peruana, de su título algo olvidado de abogado, de sus experiencias de policía asimilado, de su duda de la existencia de los espíritus. Esto último, se puso en tela de juicio cuando su condición de ateo se vio arremetida por una experiencia extrema en plena guerra con Sendero.

En esa época angustiosa, Luis Fernando hacía guardia en una noche aparentemente tranquila, allá en la sierra central. Entonces entre la penumbra vio una figura blanca que lo llamaba. “Un fantasma”, se dijo. Él no había bebido y no estaba de sueño, así que no podía ser una alucinación. Dentro de su sorpresa, solo pensó en algo: su abuela. La salud de aquella querida anciana había estado empeorando en las últimas semanas. Ante dichas circunstancias, al día siguiente pide y le conceden el permiso para ir a su tierra y visitarla. Mientras viajaba a la costa, la comisaría fue atacada por Sendero. Murieron sus compañeros y, en definitiva, él hubiese corrido la misma suerte de no ser por ese espíritu en el que nunca ha creído, pero que sus sentidos no pudieron negar.

Las experiencias más duras de la lucha contra el terrorismo, nutrieron a Luis Fernando Cueto para realizar lo que sería su obra máxima: “Ese camino existe”. Una novela analizada con exactitudes quirúrgicas por Néstor Tenorio Requejo, y convertida en un clásico en lo que se denomina “la literatura de la guerra”. “¿Conoces al profesor Néstor?”, me preguntó en un momento de la Feria. Y al yo asentir, agregó: “Me llamó y me dio el número exacto de los personajes de la novela y más detalles; ni yo los sabía”.

En su análisis consta, entre otros temas, la contextualización de la novela, los antecedentes y autores de la narrativa de la guerra, los espacios narrativos (núcleo uno: 45 secuencias; núcleo dos: 51 secuencias), los personajes, el argumento y las calas en la historia. El profesor Tenorio, al final de su ensayo, realiza un paralelismo entre los personajes y los protagonistas de esa triste realidad que encarnaron los asesinos de ambos bandos en pleno gobierno de Belaúnde Terry. Saca interesantes conclusiones.  

Lo que resalta en la técnica de “Ese camino existe” es que tiene una tradicional y bien llevada tensión entre historia e historia. Apela a una estructura decimonónica de los grandes maestros de la novela para mantener la resistencia en la aparición de un hecho nuevo, o de la solución de un problema; así como el descubrimiento de que Américo era hijo de Perpetua. Para que pueda salir a la luz ese hecho (el más importante de toda la obra), tiene que pasar por situaciones que van al límite y luego retroceden para, posteriormente, volver a bordear el límite de la sorpresa.


La novela deja un final abierto y esperanzador. Un adolescente senderista que es salvado de la muerte por un militar (Cubo) en nombre de su madre que fue amada por él, es un final de alivio. Luis Fernando Cueto posee el talento de la esperanza y sus lectores la hidalguía de reconocerlo.   



lunes, 3 de octubre de 2016

"José Ángel Valente: Una de Tres lecciones de tinieblas" - Por: César Boyd Brenis - Revista Ahora y Siempre - Edición 50 (Agosto a Noviembre de 2016)

España da a luz, cada cierto tiempo, a poetas extraordinarios. Encontrarlos en el Siglo de Oro o en las Generaciones del 98 o del 27, es por lo demás común. Ubicar en los últimos 30 años a vates españoles de plumas incomparables, es una búsqueda que la tecnología puede facilitar. Así me ocurrió por el año 2006, cuando navegaba por Internet y me topé con una lista de contemporáneos que, según críticas serias, estarían en el máximo escalón de la poesía, es decir, serían los mejores poetas vivos de España: Antonio Gamoneda, Leopoldo María Panero y José Ángel Valente (hasta el día de hoy, solo el primero vive).

Parafraseando el título de un libro: “Tres lecciones de tinieblas”, que se llevaría el Premio de la Crítica en 1980, traigo del recuerdo a estos tres autores, aunque no tan tenebrosos como geniales, para centrar mi atención en uno de ellos; justamente en el autor de dicho libro: José Ángel Valente; del cual pude conseguir un texto espléndido en la Feria de Libro de Trujillo hace cerca de una década. Se trataba de dos poemarios comprendidos en un solo volumen: “El fulgor” y “Al dios del lugar”. Un poema decía: “Con las manos se forman las palabras, /con las manos y en su concavidad/ se forman corporales las palabras/ que no podíamos decir”.

Ese ha sido un tema recurrente en Valente: la elaboración de esas palabras que no podemos decir, que no salen fácilmente como quisiéramos, que se esconden como enfriando el mundo para fundirlo después. Justamente de ese tópico, y de otros más, Valente habla en una entrevista que ofreció en un programa de televisión llamado “Rincón literario”, hace más de dos décadas. Con una introducción impecable de la presentadora, donde menciona todos los premios que Valente ha recibido —como “El Príncipe de Asturias”, el Premio de la Crítica en dos oportunidades, entre otros más—, la voz femenina inicia su ronda asumiendo unas palabras de José Lezama Lima: “No hay otro poeta en España que esté más cercano a su espacio germinativo que José Ángel Valente, con la precisión de la ceniza, de la flor y del cuerpo que cae”.
 
El poeta agradece las palabras del escritor cubano, y menciona que el autor de “Paradiso” tiene una gran influencia en él, pero sin duda fue nuestro poeta universal César Vallejo el que le dio la profundidad que alcanzaría en su madurez. También trae a mención a Emilio Adolfo Westphalen y retumba en su boca el agradecimiento a los poetas latinoamericanos en general que le dieron ese estilo pulido y cargado de una atmósfera misteriosa. Por ese modo de expresarse, Valente fue tildado de “frío”, pero ante esa acusación —como buen español— rescata a Machado cuando dice: “El diamante es frío pero es fruto del fuego”. Luego agrega: “Yo creo que la poesía es fría y bella como el diamante, pero es fruto del fuego; si no nace de ese fuego, no hay poesía ni diamante”.
 
Algo fundamental que refirió Valente es el gran ejemplo que Lezama dio a los poetas del mundo, pues nunca este habanero se rindió al poder; a ese poder revolucionario que se implantó en Cuba, que apoyó en un comienzo pero que luego rechazó por los abusos de Fidel Castro. Nunca ceder ante los entes de poder es una ética que no abunda entre los poetas, porque estos andan persiguiendo la institucionalidad, es decir, quieren el reconocimiento del poder, el aplauso de la academia, la palestra de la universidad; ante este hecho Valente recordaría al gran Juan Ramón Jiménez: “Meter a un poeta a la academia es como meter a un árbol en el Ministerio de agricultura”.


El poema no se escribe, se alumbra. Eso nos recordaba el vate, cuya poesía estaba marcada por una racionalidad espléndida, una búsqueda de la perfección del verso, un fulgor permanente. La herencia que nos dejó Valente pone a prueba la figura del poeta y la importancia de su compromiso con el arte.

domingo, 2 de octubre de 2016

Entrevista a César Boyd: "La condición de poeta" - Por: Percy Vidal Chinguel - Diario La Industria (02/10/16)

Desde hace dos años, el poeta César Boyd (Ferreñafe, 1981) combate por publicar una Muestra que reuniría lo más rescatable de su obra. Al parecer saldría publicada la primera semana de noviembre, para ser presentada en la Feria Internacional del Libro de Trujillo.

-César, por fin alguien pudo apoyarte en tu próximo libro.
Una llamada telefónica fue como el remate implacable de un cuento. “Aló”, dije. Y en la línea contraria me estaban ofreciendo un apoyo que no pedí, de una institución que jamás he sido parte, ofrecida por una persona que ni siquiera es mi generación. Más agradecido no puedo estar. 

-¿Qué libros incluyes en tu antología?
Todos. Del libro “Heterónimos frente al espejo”, incluiré el poema Obstinación, del cual tengo un grato recuerdo porque el propio Marco Aurelio Denegri me corrigió un verso, muy a su estilo. De “Persistencia del alarido”, incluyo Autopacto y Psicoanálisis. Astillas, poema tomado para varias antologías, pertenece al libro “La misa del yo insaciable”. De “Dos mil doce y otros poemas terminales” incluyo un poema extenso. Y otros más.   

-Hubo un tiempo que dejaste de escribir poesía.
Decepcionado. Frustrado. Pero la poesía me ha salvado la vida muchas veces. Presionado por un entorno literario, tuve que dar un giro. Ahora estoy terminando “Elegía de la normalidad”, creo que en este libro mi poesía toma otro rumbo lo cual me contenta.

-¿Qué rumbo?
Trato de esclarecer el verso y construirlo en una formalidad “clásica”, pero a la vez adjunto a cada poema un apartado donde el discurso posee fuertes dotes psicológicos, la sintaxis es un enigma y la fluidez un atributo.   

-¿Influido por quién?
Son reminiscencias de Tomas Eliot y de José Emilio Pacheco. En el primero hay una racionalidad, que no está clara porque lo impide la compleja construcción de su poesía. En el segundo hay una sencillez admirable, digna de imitar, sobretodo en la economía de recursos.

-¿Qué visión tienes sobre el amor y la muerte?
El poeta a veces reduce estos temas a estados psicológicos, pero se olvida del plano conceptual y del material, sin los cuales esas palabras no tendrían ningún sentido. Amar o morir son temas recurrentes en la poesía universal.

-La elección de la muerte (el suicidio) está en un plano material; muchas veces hemos conversado sobre esa carta de Maiakovski antes de su deceso… ¿qué frase dejarías tú?
Yo espero que ninguna en esas circunstancias (risas). Más bien, las más poderosas frases que he escuchado de ese famoso “Club de los poetas suicidas” han sido las de Thomas Chatterton  (“Existir es no estar/ pero que alguien te nombre”) o de Florbela Espanca (“Morir no es fácil, no/ pero es lo más correcto”). Pero mejor hablemos del amor.

-¿El amor es menos tenso que la muerte?
Van de la mano, como así lo establecieron los románticos. Pero el amor también es vida, alegría, vigor. El amor siempre da un sendero que seguir.  

-¿Qué lees ahora?
Estoy leyendo como un demente. Aprovecho mi estado de desempleado voluntario para viajar y leer mucho, dos actividades cuya conjugación es una de las cosas más placenteras del mundo. Siempre leo algo actual y lo intercalo con algo clásico. “El jugador” de Dostoievski ha sido casi lo último. Acabé el libro “Ese camino existe” de Fernando Cueto, al que le debo un artículo por esta novela que ganó el Premio Copé de Oro en el 2011. Estoy internado ahora en las obras completas de Enrique Verástegui, pues preparo una crónica sobre él.

-¿Crees en los concursos literarios? ¿Hay fraude?
Siempre habrá una pizca de sospecha en muchos concursos, sobre todo cuando no se muestran las obras ganadoras. No se puede negar la existencia de pequeñas mafias que se reparten los premios, o se prestan las obras inéditas, o se coluden con los jurados, o lo que es más escandaloso: plagian a poetas mayores.

-¿Conoces un caso?
Los plagiarios en Chiclayo son conocidos. Pero por otro lado están los “doctores” y “magísteres” que sacan tesis copiadas (por supuesto, salvando las notables excepciones). Todo el mundo lo sabe pero nadie lo dice. Pareciera que no es el estudio en sí lo que atrae a tanta gente, sino más bien el cartón que darán para ejercer algún carguillo. Pero, como digo, ese es otro tema.  

-En un mundo de Internet, ¿para qué los niños tienen que leer?
Ya muchos lo han dicho. En este sistema, para casi nada. Alguien podría sobrevivir con el cerebro de un chimpancé e irle mejor que a un tipo que se pasa la vida estudiando. ¿Quieren un ejemplo? Los chicos de los reality, que es un fenómeno mundial. La lectura permanente te vuelve hipercrítico, y la crítica en este sistema se paga con la marginación o el desempleo.

-¿Estás estudiando algo?
Sí, estoy llevando el Curso de Teoría de la Literatura, de la Universidad de Vigo en España, y cuyo profesor es la eminencia en letras el doctor Jesús G. Maestro. Este curso es gratuito, virtual y existe una asesoría permanente, y lo solventa la Fundación Gustavo Bueno. Dicen que el examen final de cien preguntas es durísimo, pero vale la pena. De paso, estoy haciendo un proselitismo de ese curso. Necesito compañeros en Chiclayo para que podamos seguir la línea de la asignatura y comentar sus excelentes libros virtuales. Como se sabe, uno aprende más cuando lo conversa con otro.       

-¿Qué libro quisieras que pongan en tu lecho de muerte?

Ninguno, habrán mejores en el otro mundo.