miércoles, 9 de diciembre de 2015

"Papá, quiero ser escritor" - Por: César Boyd Brenis - Diario "La Industria" (06/12/15)

En la época de “la muerte de la familia” (a decir de David Cooper en el libro del mismo nombre), tener un hogar en donde comuniques a tus padres tu decisión de querer ser escritor está dentro de lo insólito, como lo está el concepto de cultura, “los proyectos modernos” o las ciencias críticas (más insólito todavía).

Al respecto, en estos días recibí una noticia que me hizo paralizar, no tanto por su poca frecuencia, sino por lo que arrastró en sus determinaciones. Me comunicaron que uno de los estudiantes de quinto de secundaria, a las puertas del fin de una etapa llena de lecturas, quería ser escritor y vivir “bohemiamente” (con lo poco y mal que se entiende por ese término).

Como era de esperarse, la “pésima influencia” habría circundado en las clases de Literatura, en donde al alumno le habrían invadido los sesos —hasta conquistarlos— las conductas desaforadas de Edgar Allan Poe, los poetas malditos franceses o los ultrarrealistas mexicanos; desconociendo los finales terribles de estos “buitres” —a decir de Poe—, de los cuales nadie con dos dedos de frente puede desear para sí.

Lejos de haber entendido el trauma psiquiátrico de muchos de los personajes de la literatura, que alejados de sólidas familias, vivían en la ruina mental y en la más brutal neurosis, este buen alumno mío se había concebido a sí mismo como un poeta total (valiente decisión aunque mal enfocada).

Apoyado en su talento, su indiscutible ingenio para ordenar palabras, construir oraciones y evidenciar lirismo, con una temeridad de hierro, dijo a su padre que no quería estudiar en la universidad, sino ser escritor y vivir de las migajas que muchas veces da el arte (salvo que estés con el poder, por supuesto), fumando el cigarrillo de los desadaptados y bebiendo el licor de los escribas perniciosos.

De todo este delicado acontecimiento, la manifestación sincera del alumno (frente a un padre sorprendido y preocupado) se debe reestructurar. En una desesperada lucha por un puesto en el mundo académico, por desempeñar el papel de universitario, este inquieto joven quiere purgar esas presiones y catapultar un sinnúmero de oportunidades que, sin darse cuenta, pueden alejarlo de su propia pasión: las letras. Pues las ventajas que posee para escribir y leer compulsivamente, lo podrían colocar en un puesto privilegiado. Y eso desata una evidente preocupación en unos padres que han puesto sus ojos en su mejor futuro, que ahora puede hechar a perder. Al parecer, no se da cuenta de algo trascendental: la familia, esa riqueza tan destruida en estos tiempos, ese digno ambiente que los más grandes genios de las artes hubiesen deseado para ellos.

Muchos hombres de letras ni siquiera tuvieron familia, y si pertenecían a una, estaban lejos de lo que sin duda ellos hubiesen querido tener. O eran huérfanos (como Edgar Allan Poe), o venían de matrimonios hecho pedazos (como Arthur Rimbaud), o golpeados brutalmente por su padre (como Charles Bukowski), o atormentados con las figuras maternas (como Ernest Hemingway), o en la más absoluta orfandad (como Leopoldo María Panero).

Tal vez el caso más enigmático fue el de Kafka, cuya relación con su progenitor estuvo siempre marcada por el abismo de la lejanía y el pánico. En su “Carta al padre”, que nunca llegó a su destino, sostuvo el infeliz estado de un hijo artista y sensible frente al reprochable trato e incomprensión de un hombre renegado.

Sin embargo, en estos tiempos, los hijos manifiestan a sus padres lo que quieren ser, lo que piensan de sus proyectos, lo que necesitan o lo que desprecian. Aunque en la decisión gallarda de ser escritor, muchas veces existe la confusión de que este oficio colinda con la ociosidad o la mataperrada. No acordándose de dos puntos básicos. El primero es que se necesita una clara disciplina y un perfeccionamiento que muchas veces puede llevarte a la desesperación. El segundo es que la carrera de las letras jamás es opuesta a otros estudios paralelos. Recordemos que el gran Ernesto Sábato fue físico puro, Vargas Llosa se doctoró en la Complutense de Madrid y Julio Ramón Ribeyro se tituló en Derecho en la Universidad Católica del Perú.

Lejos de las posibles caricaturas que han surgido acerca de la figura del escritor, dedicarse a las letras (en cualquiera de sus géneros) emprende una dura lucha y una rotunda constancia: esa es la única varita mágica que toca el cuerpo y la mente, y vuelve a los que se entregan a esta pasión un conmovedor recluso de un mundo postergado por la indiferencia.   

Del desarrollo del oficio de escritor se ha escrito mucho. Para mí ha sido el escritor Stephen Vizinczey un amigo tutelar de los que se vuelve con frecuencia. Él escribió en su libro “Verdades y mentiras en Literatura” lo que llamó “Los diez mandamientos del escritor”. En primera fila reza la orden siguiente: “No beberás, ni fumarás, ni te drogarás: para ser escritor necesitas todo el cerebro que tienes”.

La ingeniosa forma de sopesar las actividades humanas y resaltar la verdadera materia prima que necesita el escritor, ha hecho de Vizinczey un Moisés pagano pero inquietante dentro de la ética tan diversa que asume el escritor. Dicho conflicto moral ha llevado a tantos a dividir conductas ideales, como a Sartre a hablar de un “escritor comprometido” o a los contrarios para resaltar la “poesía pura” (sin “contaminación” social). Pero en toda concepción que se tiene del oficio de las letras, existe el precio del sacrificio y de la predisposición absoluta, que en sí mismo constituye el eje de un sentido, de una forma de vida, de un eterno eslabón entre la sangre derramada y la última versión de una obra inédita.

Por ello, si se cree que asumir la literatura es un camino en donde las rosas rodean las riberas, pues no; se deberá pensar siempre en los grandes que menospreciaron la literatura a pesar del talento incomparable que alcanzaron. Roberto Bolaño, el más importante escritor post-Boom, decía en una entrevista que si su hijo decidiera ser escritor, no estaría de acuerdo porque nadie quiere ver a un ser querido sufriendo. Porque en la ética de Bolaño está el siguiente toque manifiesto: “la poesía para mí es un gesto, más que un acto, de adolescente, del adolescente frágil, inerme, que apuesta lo poco que tiene por algo que no se sabe muy bien qué es, y generalmente pierde”. Pues en la pérdida está la poesía, y el que no pierde, no escribe.

Hay que pensar en Borges, que casi al final de sus días se quejaba que había cometido el más grande pecado que puede cometer un hombre: no había sido feliz. Y en armonía con el autor de “Ficciones”, García Márquez afirmó que si hubiese sido juez de Aracataca no habría conseguido nada, pero hubiese conocido la felicidad. Entonces, ¿qué quiere el ser humano con la literatura?

"Nos visita un Pablo Neruda" - Por: César Boyd Brenis - Diario "La Industria" (27/11/15)

No conozco al gran poeta Víctor Hugo Díaz (Santiago de Chile, 1965). Esa condición de lejanía se revertirá este viernes y sábado (27 y 28 de noviembre), cuando el mencionado vate visite Chiclayo, el lugar de su fin de semana, antes de enrumbar por varios países de Latinoamérica. Su paradero estará en el Festival del Diantre, una celebración de la poesía que año a año ha ido calando en la tradición cultural de nuestra ciudad, y que este 2015 cumple su séptimo aniversario (número cabalístico), para lo cual sus organizadores han traído a un sureño que promete exorcizarnos con su pluma.

En el 2004, Víctor Hugo Díaz ganó el Premio Pablo Neruda de Poesía Joven, galardón conseguido también por Raúl Zurita, otro distinguido poeta de las letras chilenas. Este premio es otorgado a un autor menor de cuarenta años en plena producción, que aparte de ofrecer sus buenos miles de dolares, brinda una medalla (“¿en qué se gasta varios miles de dólares un poeta?”, esa es una pregunta obligatoria para Víctor Hugo). Ha publicado “La comarca de los senos caídos” (1987), “Doble vida” (1989), “Lugares de uso” (2000) y “No tocar” (2003).

Tal vez ya en el Chiclayo de todos nuestros días, en su hotel de refugiado, dirá como en su segundo libro: “La noche era el obscuro escenario/ sobre estos barrios/ A través del rectángulo de la ventana/ solo la visión detenida… parabrisas sucio/ ante el paso de los vivos”.

El poeta Juan José Soto, organizador del evento, me cuenta que el invitado chileno estará en el festival compartiendo mesa con Cromwell Castillo (vate que alguna vez me refirió que mover la pluma era más trascendental que mover “el cuerpo sobrante”). Esa dupla, sin duda, fortalecerán los oídos de los invitados, tanto que los anularán, en nombre de un silencio estruendoso que es la reflexión.
 
Víctor Hugo, aún libre de nuestra cercanía poética, quizá arribe a la Ciudad de la Amistad, ironizando con sus versos de La invención de los amigos: “Los extraños que conocemos/ son cada vez más jóvenes// Es igual para todos, una calle lateral/ batiendo los brazos a distintas velocidades/ pero siempre cuesta abajo/ Afluentes de una misma inundación”.

La inundación de la poesía se sentirá en Chiclayo con varios representantes del verso local, así como Raúl Ramírez Soto, Jorge Fernández, Javier Villegas, Marino Camacho, Stanley Vega, Matilde Granados, Joaquín Huamán, Mariana Llano, Marie Linares, Ernesto Facho; y la incertidumbre contundente o esquiva del poeta Ernesto Zumarán, la cual da la pincelada de la presencia o ausencia de su ser fulminate. Con ello, la fiesta del Diantre está pagada.

El poeta Víctor Hugo escribiría, presagiando el viaje: “Una larga lágrima en el vidrio/ divide estas calles entre un signo y otro/ Allí tarareamos viejas canciones/ tendidos la cabeza en blanco ni mácula/ Un rumor doméstico surca el precipicio…”. Un poeta total.

Entrevista a César Boyd Brenis - Por: Cromwell Castillo - Diario "La Industria" (22/11/15)

Hace unos meses, el poeta Cromwell Castillo me hizo una llamada para saludarme e invitarme a una entrevista. Me alegró que después de un buen tiempo saliera a la luz. Cuando la releo me pregunto si aún conservo algunas de las opiniones que aquí aparecen. Pero siempre la sinceridad queda plasmada, así las palabras puedan parecer de una humildad latente. Gracias, Cromwell, por la consideración. Por los viejos tiempos de Signos. 

César Boyd Brenis: "La poesía crea identidad"








César Boyd Brenis es un educador

y poeta ferreñafano radicado
en Chiclayo. En el
2006, junto a los compañeros
universitarios Ronald Calle y
José Abad, fundamos el Grupo
Literario "Signos", de cuya
etapa nos quedaron los libros
colectivos "Signos" (2007) y
"Demolición de los reinos"
(2010). Boyd es un ávido lector,
y como artista es autocrítico;
lo seduce la literatura de
Fernando Pessoa, Leopoldo
María Panero, Heinrich Böll,
Derek Walcott y Charles
Bukowski; además de la filosofía
existencialista de Jean
Paul Sartre. A la fecha tiene
cinco libros publicados y ha
sido incluido en cuatro antologías.
¿César, qué importancia tiene
para el ciudadano leer poesía?
Si me preguntas por el "ciudadano",
te diría que no tiene
ninguna importancia que lea
poesía. La visión del ciudadano
es práctica. El "ciudadano"
debe sobrevivir en un mundo
con escaso empleo y desbordante
delincuencia; y sobrevivir
es asumir el terrible entorno,
disfrazarse, desvirtuarse o
enfurecerse…

Entonces los conceptos "ciudadano"
y "ser humano" no se
rigen bajo un mismo orden de
conducta…
Si me preguntas por el "ser
humano", entonces hay un
giro que, no sabiendo de dónde
viene, me distancia de todo
y hace que ese o aquel hombre
se vuelvan yo, se refleje en
lo mismo que en mí vive. Entonces
la poesía adquiere otro
matiz, algo más trascendental,
y ahí sí podría decir que tiene
una importancia de ensimismamiento,
de reconocimiento
del propio ser.
¿Y acaso no es necesario ese
"reconocimiento" en el ciudadano?
Sí, en el ciudadano tanto "ser
humano", es decir, tanto se
una a mí en causa común.
Pero la practicidad de la vida
diaria hace el desmadre de lo
real, hace que prevalezca la
extraversión y el interés egoísta.
Date cuenta que los sicarios
y los corruptos también
son ciudadanos, pero sería
muy difícil pensar -en tanto
ejercicio- que están unidos a
mí y se conmueven al leer
"Campos de Castilla" de Machado,
por ejemplo. Todo
esto te lo digo con mucha
pena, incluso hasta las lágrimas.

Tú eres educador, ¿eso no es
caer en aquello que llaman
"pesimismo docente"?
El pesimismo docente no existe.
La educación tiene que enfrentarse
con el tema de la libertad.
Yo les digo a los estudiantes,
sobre todo a los adolescentes:
"tú puedes no presentarme
la tarea, pero el precio
de eso no sólo será la mala
nota, sino el castigo de tus
padres a los que informaré
debidamente". Si uno hace o
deja de hacer algo, tendrá que
ser enfrentándose con el efecto.
El ejercicio de leer poesía
crea "seres humanos", cuyo
efecto será enfrentarse a sí
mismos en libertad. El ejercicio
del ciudadano, en general,
es sobrevivir, digamos, con la
"materia" (en términos marxistas),
y la poesía es la espiritualidad
de alguien que no
conocemos pero que quiere
ser nosotros. Viéndolo bien, es
difícil unir una y otra cosa a
pesar que es el mismo sujeto
de análisis.
¿Cómo puede influir la poesía
en la sociedad?
Las sociedades del mundo se
crearon sin poesía, y podrían
vivir sin ella. Sartre dice que
tal vez sería mejor vivir sin ella,
pero creo que en esa circunstancia
no se experimentaría la
creatividad como lo único que
no pertenece a la "estructura"
que nos gobierna como ciudadanos,
como población que
necesita ser ordenada. La educación
necesita ayudar a ese
fin, en los que crean en ella,
pero como se está en libertad,
los ciudadanos también tienen
derecho a no creer en el hecho
educativo y mucho menos
en la poesía. Pero hay algo que
es importante decir y es que
las sociedades crean cierta
identidad con la poesía, es
decir, posibilitan su asentamiento,
tal vez por ahí vaya su
importancia; aunque la identidad
es uno de los temas más
complejos, y sería imposible
separar dichos fenómenos en
su naturaleza.
César, algunas de las cosas
que más conversábamos con
los demás Signos era sobre los
tópicos y categorías poéticas.
Y en algo estábamos de acuerdo…
¿Sigues sosteniendo que
la poesía tiene dimensión social,
que es social en sí misma?
La poesía siempre es social.
Te hablaba de la identidad y
la poesía, y cabe resaltar ante
eso, que la identidad siempre
se construye en sociedad. La
poesía que habla de una piedra
tirada en el camino de
otro cosmos, representa en el
fondo algo que no está claro
como mensaje lingüístico,
pero que indiscutiblemente es
algo que pertenece al enfrentamiento
del ser humano con
este mundo, y eso es un hecho
social; incluso querer
destruir la sociedad con un
poema es social. Otro asunto
es la poesía política, y en ella
siempre hay un rasgo interesante
de ideología más cuadriculada,
aunque respetable.
Me parece no adecuada pero
no incorrecta.