miércoles, 25 de agosto de 2010

"El legado vivencial de un escritor de culto" - Por: César Boyd Brenis - Diario "La Industria" (29/5/2010)

Imagínense la escena. Juan Carlos Onetti ficticiamente enfermo sobre su cama, con un whisky brutal a la mano y un hedor todopoderoso, recibe a un periodista que le había seguido los pasos durante mucho tiempo para entrevistarlo.

Este último al sentir el ambiente pestilente se le refleja un gesto de desaprobación en el rostro. Y Onetti, en su ingenio, en su testarudez espontánea, en su afán de excusarse, le afirma: “Disculpe, señor periodista, yo sufro de… ¡literatosis!”. 

Poco tiempo después el gran escritor uruguayo fallece, sin ningún remedio para su vida intensa de ficción. Un día como hoy del año 1994 la literatura se vistió de luto con su partida. 

Un escritor de culto es aquel que es leído por un sector generalmente reducido de personas, las cuales irradian un respeto inconmensurable por la obra en un afán casi idolátrico. Sin embargo, jamás un escritor de esas características ha sido Best-Sellers y no lo será tampoco (felizmente). 

Es aquel con el cual nos gustaría quedarnos siempre, así las modas y las críticas especializadas muestren caminos distintos. Por lo general después de muertos les conceden el valor altamente merecido que no tuvieron en el tiempo justo. 

Un escritor de culto es Onetti porque su estilo hermético y su poetizante lenguaje favorecen a las preferencias distinguidas, a gustos muy particulares, para quienes se enraízan con las leyendas más sinuosas de su forma de escribir, su vida diaria, su conducta autodestructiva. 

Uno de los pocos peruanos que ha escrito sobre la obra de Onetti es Mario Vargas Llosa. En su ensayo El viaje a la ficción. El mundo de Juan Carlos Onetti, redacta en once partes la obra y la vida del escritor uruguayo, e informa de una manera entretenida la potencia existencial de Onetti. 

En sus últimos días en Madrid su esposa Dolly lo acompañó presta siempre a servirlo. Con esa enfermedad de la literatosis, Onetti creaba con su propio cuerpo las exageraciones de los personajes, y esta fiel compañera avalaba con ternura las fuentes de su ponderación. 

“La vejez ablandó su hosquedad”, dice Vargas Llosa al referirse al mejoramiento de los modales perturbadores que lo habían caracterizado en tiempos pasados. En esa habitación madrileña había descubierto ciertas cortesías que fueron su gran exageración hacia los últimos días de su vida. 

Como aquellos escritores que han vivido “poéticamente”, gustaba decir que iba a quitarse la vida en cuanto pudiera, encerrado sin actividad alguna y adherido a una irrealidad de maldito. Pero eran crisis pasajeras, reyertas con la propia existencia en momentos de pesadillas en vigilia. 

No le gustaba cambiar de sueño, Onetti era fiel a su sensibilidad en cualquier caso y en cualquier tiempo. Antes que su alma abandone su cuerpo, sobre una cama de hospital, había sujetado un libro en la mano con el amor enfermizo de los bibliófilos. En su última respiración lo apretó fuerte como queriendo hacer que su alma fugitiva salga por la mano y se instale en aquel papel; luego lo soltó con suavidad en un acto de conmiseración. 

El gran escritor había partido. Los homenajes a lo largo de Latinoamérica y España fueron cuantiosos. Desde esta tribuna se le rinde el honor merecido por contagiar la literatosis a los cuerpos que esperan la totalidad de la fuerza y el germen de la inspiración.

"La familia etimológica de Dante" - POR César Boyd Brenis - DIARIO "LA INDUSTRIA" (21 DE MAYO DE 2010)


Son pocos los que agregan a la lengua palabras cuya raíz etimológica es su propio nombre. Son pocos los que nunca aburren. Son pocos los que forman parte de todos los tiempos porque hasta parecen la propia sombra de los siglos.
Veintiuno – mayo – mil doscientos sesenta y cinco: Fue el día elegido por Dios para el nacimiento de un nombre destinado a ser de la etimología: Dante Alighieri. (Hagamos la precisión del significado de etimología: “origen de las palabras, razón de su existencia, de su significado y de su forma”.)
Este italiano es esa sensación del no transcurrir, del estarse quieto como un clásico indudable. Con él se ha llegado a engrandecer el idioma y a pensar una familia de signos lingüísticos (palabras) pertenecientes a su esencia y contundencia, y cuya utilización en el hablar perdurará hasta el reducto más lejano del tiempo. Para muestra bastan las siguientes categorías gramaticales, cuyos significados me he tomado la libertad de reproducir y/o agregar y/o trasgredir.
1. Dante: sustantivo propio; poeta, escritor, pensador político y filósofo nacido en Florencia, conocido como “il Sommo Poeta” (El poeta supremo).
2. Dantesco: adjetivo; perteneciente o relativo a Dante o a su obra. Ejemplo a la palestra: La guerra interna de los ochenta y la dictadura fujimorista llegan a nuestra memoria como episodios dantescos.
3. Dantear: verbo en infinitivo; acción de hablar sobre Dante o su pensamiento; se conjuga como el verbo fantasear. Ejemplo: En los reclamos y en las batallas, los peruanos danteamos dirigiéndonos al triunfo.
De dicho verbo se pueden extraer el gerundio “danteando”, el participio “danteado” y el adverbio “dantescamente”.
Para el primero, el ejemplo es el siguiente (a modo de alegoría): En la sierra central danteando van los policías hacia los infiernos senderistas. Para el segundo (a modo de esperanza): Se ha danteado suficiente, la realidad del país está girando. Y para el tercero: En el último libro de su vida, César Vallejo describe a España dantescamente.
Existe además el indefinido “dantidad”, que aparte de ser una palabra de una sonoridad notoria, es símbolo exclusivo de la contundencia de este poeta italiano, fiel a su frase: “Sé firme como una torre, cuya cúspide no se doblega jamás al embate de los tiempos”. De esa manera, La Dantidad (así, con mayúsculas) es lo que nos ha dejado en el devenir esa semilla de su Poesía (también con mayúscula) donde los sensibles habitamos.
Pero ¿qué sentido tiene lo dantesco? Gran parte del pensamiento de Dante consta en su monumental obra La Divina Comedia, en donde el personaje recorre infierno, purgatorio y cielo en busca de Beatriz. Dicho pensamiento se puede tomar en dos sentidos casi antagónicos.
El primero, es la odiseaca búsqueda del hombre cuyos sufrimientos se multiplican en el transcurrir de la existencia; hay un sentido de emotividad, de pasión, de irracionalidad.
El segundo, es la victoria total, el internamiento en lo sagrado, la paz perpetua; pues el encuentro con Beatriz (símbolo de fe) es el clímax de su obra, tanto como la cúspide de la vida.
Por lo tanto, “lo dantesco” posee un contenido semántico (significado) que puede ir por dos vías distintas: el dolor pasional y, por el contrario, la posesión celestial. De esa forma, sólo podemos dejar que los contextos del habla diaria pongan su cuota de sentido para entender lo que rodea a Dante y su pensamiento.
Por otro lado, algo seguro es que el Perú es dantesco, pero no se sabe en qué forma ni sentido; no se sabe si es el infierno o el cielo, se desconoce si estamos subiendo al desarrollo o cayendo a la inmoralidad y la inconsciencia. Ya nadie conoce el camino, en contraposición directa a la frase de Dante: “Quien sabe de dolor, lo sabe todo”.

"El giro reivindicativo de Cela" - POR César Boyd Brenis - DIARIO "LA INDUSTRIA" (11 DE MAYO DE 2010)


Lejos de la mala reputación de los gallegos, lejos de la injusta y macabra adjetivación a sus capacidades mentales, muy entre ellos, entres sus romerías y sus credos, nació Camilo José Cela, un gallego prolífico que con sus logros desagravió la fama de la localidad de Padrón, provincia de La Coruña, para que nadie más pueda volver a verla con ojos indiferentes: un Premio Nobel había surgido entre sus linderos.
Su nombre completo tendría que leerse en varios tiempos de descanso, como una lista de colegio: Camilo José María Manuel Juan Ramón Francisco Javier de Jerónimo Cela Trulock.
Huraño, antojadizo e inagotable; era un niño grande cargado de hormonas superpuestas, a quien le daba lo mismo poder recibir a los periodistas en el baño o en un salón elegante. Irreverente hasta el hartazgo y lúcido en su senectud terminal. Hoy habría cumplido 94 años, mas se quedó en los 85; la misma edad que tuvieron en la hora de la última partida el filósofo griego Teofrasto, el venezolano Rómulo Gallegos y, el autor de El lobo estepario, Hermann Hesse.
Los homenajes nunca le serán ajenos, tampoco las abominaciones. Hace algunos años salieron algunos documentos que relacionaban a Cela con el franquismo. Lo colocaban como el único intelectual delator de la historia de España. Todavía existe la polémica de la autenticidad de esos archivos, mostrando en resumen la supuesta doble cara del escritor.
Su vida fue una gran novela gallega. Utilizó la tuberculosis que contrajo a muy temprana edad para internarse en un sanatorio y leer sin descanso a todo autor del canon literario español y sobre todo la obra de Ortega y Gasset.
Como es común entre los grandes, no todos lo veían con buenas vibras. El chileno Roberto Bolaño detestaba a Cela, igual o mucho más que a Octavio Paz. “Un cuentista que tenga un poco de aprecio por su obra no leerá jamás a Cela”, afirmaba el autor de Los detectives salvajes en su cuarto mandamiento del escritor.
Hermoso es imaginar que La familia de Pascual Duarte, su gran novela tremendista, la elaboró mientras trabajaba en una industria textil. Galicia (o Galiza) estaba dejando de ser tierra plenamente destinada a la agricultura y la pesca, que la tradición avalaba, y el sector industrial emprendía vuelo como también la literatura galaica (adjetivo poco usado, pero sonoro y correcto).
Por otro lado, la editorial Alfaguara le debe a Cela su nacimiento en 1964. En ella publicó muchos de sus libros que acompañaron a los de otros autores de la vida cultural española que era, como diría Cela, carpetovetónica.
El Premio Nobel de Literatura de 1989 fue su máxima conquista, y los campesinos, pescadores e industriales gallegos se ponían de pie ante el venturoso laurel, que en cierta medida, era también de ellos.
En 1994 fue acusado de plagio por su obra que conquistó el Premio Planeta, La cruz de San Andrés. El juicio se archivaba y se reabría, hasta que Cela salió libre de todo pecado que su trayectoria jamás hubiese permitido, y sus seguidores, tampoco perdonado.
Por una coincidencia trágica, muere el mismo día en que su hijo cumplía años en el 2002, teniendo como últimas palabras: “¡Viva Iria Flavia!”, ciudad de Padrón, el mismo terruño que realzó para que el mundo entero, cuando piense en un gallego, piense en Cela sin complejos ni prejuicios.

"Lo maquiavélico en la sociedad actual" - POR César Boyd Brenis - DIARIO "LA INDUSTRIA" (4 DE MAYO DE 2010)


En el tercer día de este quinto mes del año, aunque de 1469, nació Nicolás Maquiavelo en la histórica Florencia (a finales del medioevo, territorio tan engalanado como tiránico). Más de cinco siglos después su legado es ineludible. Nuestro país se baña en maquiavelismo a diario como una legitimación de su propio rostro, aunque muchas veces sin saberlo ni querer saberlo, reafirmando la doctrina que el sistema empuja.
En las avenidas accidentadas, en los jirones empedrados, en la palestra conocida, Maquiavelo es el hondo señor gobernante. Todo cuanto nace y cuanto crece en el insondable vivir se asemeja de sobremanera a los inmortales apotegmas que alguna vez construyó este personaje, por allá en el siglo donde terminaría la Edad Media, y donde comenzaría a brotar el humanismo como síndrome de individualidad y antropocentrismo.
“El fin justifica los medios”, frase que resume su pensamiento aunque según estudiosos nunca aparece en ninguna de sus obras. Sin embargo, latirá fuerte en los tiempos futuros a su propagación. Sin duda alguna en esta época de crisis y antivalores, todo es tan “en sí”, tan individual y hasta egoísta, que las luchas más indignas son justificadas por un fin pedante y pretencioso. Desde arriba y desde abajo la mirada es la misma. Los diarios muestran padres de la patria (no se sabe de cuál patria) en contundentes actos maquiavélicos. Y aunque todo el mundo intuye lo que un candidato es en potencia, pocos deducen que es el legado de este brillante florentino lo que anda como un fantasma que recorre el mundo, y se apodera de los hombres.
En una sociedad democrática, el maquiavelismo en su vertiente más repudiable se adjudica un sinnúmero de nombres: se le llama corrupción, “faenón”, nepotismo, aprovechamiento del cargo, etc.
En las monarquías que reinaban en el medioevo, el maquiavelismo podría confundirse con la “mano dura”, con el “potente gobierno”, con el “calculado régimen”. La forma monárquica de gobierno de esa época apelaba a la justicia con métodos que podían llegar a la crueldad y la tiranía: el maquiavelismo en su forma pura.
Ya lejos de esos contextos repudiables, encontramos el pensamiento de este ilustre florentino en el día a día, en el andar práctico que los hombres afrontan, y eso los hace estar alertas, más alertas de lo normal mientras pasa el tiempo. Eso se refleja cuando encontramos cámaras de seguridad en los grandes mercados, en los postes elegidos, en los edificios distinguidos, pues un ojo siempre debe estar presente ante un enemigo invisible que es el propio hombre, la propia verdad ocultada en muchas mentiras: como se lo escribiría Maquiavelo alguna vez en una carta a su amigo Francesco Guicciardini en mayo de 1521.
Los estudiosos de Maquiavelo siempre han interpretado sus dos grandes libros, “El Príncipe” y “Discursos sobre la primera década de Tito Livio”, como dos formas contrarias (que no es lo mismo que contradictorias) de ver el mundo político-social de su época. Y si vemos con lupa nuestra sociedad actual, las formas contrarias del comportamiento de los ciudadanos y de los gobernantes son pan de cada día, como una certificación de las importantes deducciones del italiano.
Y para dar algunas luces tenemos lo siguiente, apuntando a los de arriba. Maquiavelismo literal: promesas de los candidatos. Maquiavelismo contrario: gobernantes insufribles. Maquiavelismo literal: evasión de impuestos. Maquiavelismo contrario: corrupción de funcionarios. Y si lo vemos desde la óptica de los ciudadanos de a pie tenemos lo siguiente. Maquiavelismo literal: robo en los supermercados. Maquiavelismo contrario: cámaras de seguridad cómplices o incumplidas. Maquiavelismo literal: infracciones de tránsito. Maquiavelismo contrario: coima. Etc.
Después de más de 540 años no hay punto de quiebre. Si en los sueños de las sociedades se encuentra cierta caridad hacia el mundo, Maquiavelo la descompuso e inventó la mano que nos desenmascara. Si no hay cambio, nuestros hijos cantarán los mismos himnos sin sentirlos. Y si en una suprema victoria existe el cambio, tal vez podremos contar con lo siguiente. Maquiavelismo literal: la justicia obligatoria. Maquiavelismo contrario: la libertad insurgente.


sábado, 21 de agosto de 2010

"Obstinación -El paciente inglés-". Dedicado al poeta Ernesto Zumarán.


Aunque en algún momento no entendía su estrecha vinculación con el aislamiento, luego pude darme cuenta de su identidad poética. Nunca le hace daño a nadie. Habla con la filantropía de los grandes místicos, y ríe tímidamente como buscando algo de razón para la vida. Condena y reprueba mis pensamientos absurdos (que son la mayoría), pero los olvida y me da un chance de corrección como un padre en busca de un orgullo. A veces yo, como un adolescente enfadado lo he retado y tal vez hasta herido (mil disculpas por tanta palabra malsonante que alguna vez te dije, Ernesto). Por todas las frases de aliento, quiero dedicar este poema a esta gran persona, quien es sin duda alguna el mejor poeta de la Región Lambayeque de todos los tiempos. Para ti "Obstinación", amigo, sé que te gustan sus modestísimas líneas. Ahora es tuyo.


Obstinación
- El paciente inglés -

A Ernesto Zumarán

Lo artificial perdura nítidamente
en la claridad de alguna fiesta que Romeo busca
para otra alteración del ser.
Las golfas de piel intacta
se reparten por igual en salones uniformes.
La luz escarpada corresponde a una maldición de plenilunio.
La luz en las alturas absorbe a cada noctámbulo
como una esperanza, como aguardar la esperanza
con el cigarrillo en los labios,
desde el humo diluyendo espectros
que el vino ayuda a deformar
hasta el origen de Luciérnagas en confusión con los ojos
de alicaídos caminantes,
hasta estampidas de hacedores de estética silvestre al bailar,
hasta puertas que se cierran con golpes tan fuertes
como la muerte y el amor por Julieta.

La música desvía el trastorno contenido de un bostezo
encarnado en la huella de este día ineludible.
La concepción de una tragedia no es siniestra:
se ama totalmente. Entonces
se esparcen los orígenes del hielo hacia los cuerpos,
se involucran bocetos de jolgorio, también contrastes:
aceleraciones y témpanos en los rincones.
Romeo ríe todavía, ríe
porque el amor le absuelve el vértigo al suspirar.

Los faros callejeros hacia él lo remontan a los dramas
(nunca en la pista menos agreste que conduce a verla).
Ahí sus intentos de caminar se yerguen
como un hito final de los ojos.
La noche se prolonga con escenografía de princesa.
Princesas duermen.
Y como secuelas de un grito borboritante,
el nombre de Julieta por los aires y Romeo
colmado de vocablos.
Sus palabras se han encendido con la lámpara.
Es el vino blanco lo blanco en sus palabras.
Una tormenta se aproxima de súbito presagio y fragor
hacia este mundo rígido de vidas paralelas.

Es la hojarasca en sus rodillas como espejo de otoño,
resonando demasiado.
Alrededor de él
un búho extiende revelaciones correspondidas
cuando Julieta evoca sus palabras:
no te amo, comprende, no te amo.
¡Si tan sólo las maldiciones de los búhos fuesen mentira
como la mentira del amor de los balcones!
¡Si tan sólo brillasen aureolas para salvar esta historia
como salvan a los santos paranoicos!
¡Si tan sólo el amor existiera en los bares
como existe en los manicomios!

Persiste el enigma de las coexistencias,
la sutil pregunta del amor desordenado:
se ausenta el limbo de los sueños.
Despierta un relámpago fijado en una apariencia
entre pistas inhóspitas y lo amorfo.
Se mojan los techos desgarrados: la luna pasa
al corazón de otra estancia.
Para Romeo, llueve y autollueve.
Sus párpados se adaptan al transcurso,
a la representación de un rastro y otro albor
se percibe por los callejones de las lágrimas siguientes.
Los gatos se dispersan entre falsos monstruos y Dios
existe menos.

Entonces, las alucinaciones toman la figura de un hombre
en trajines que corresponden a extravíos,
y en respuesta a la oscuridad, Romeo vuelve
al silencio de la historia o al monólogo interior más bello
o al verdadero idealismo.
El semáforo cambia para nadie. Y en él se suceden
todos los posibles pasos que no andan satisfechos.
Después de esta noche, se aguarda el cielo si es que alguien
lo recuerda entre la nada: lo común
en lo extraordinario.

Aún confundido,
busca la Luna de otro tiempo y articular en otro tiempo poemas
en la boca y el espacio, pues retornan castos.
La vereda resbala como el rocío en aquella hoja que cayó.
Romeo ha vuelto a un bar, otra vez hostilizado por sí mismo,
para despertar de nuevo a sus múltiples maneras de olvidarla:
historia cercenada por la madrugada esculpida para el llanto.
Historia descrita por los grillos e indigentes:
narradores fieles de la ciudad perdida
en las riberas de las vías nocturnas.
Él pierde lo estricto de una dulzura que falla,
pierde la contemplación de Julieta cuando transcurre el tiempo
y no hay salidas transparentes
excepto el vino blanco de las lejanías sin ella.

Ni con la paciencia sutil de una garúa ni con la impaciencia,
Romeo consigue inspirar su ser,
mientras el vino ausenta la razón de estar vivo.
Las caravanas multiformes se agitan
sobre las limitaciones de sus piernas.
La música regresa el aire esclavo de estas paredes sin infancia
como descubrir que no hubo vida, más que la de otros.
En el canto se deshace el aliento de los ebrios
y puede Romeo devolverse el contenido,
conversar con su otro yo,
con el ser del augurio soberano o de las mitologías.

Entre cantos mañaneros que disuelven los sentidos
cabe ese especial origen de otro día,
mientras él intenta estrujar la copa sin romperla dos veces;
la copa coronada con el último sorbo, excepto
la última alucinación,
en esta contorción por la mañana sobre la cual se vence
porque los espejos en los muros son definitivos
y no hay golfas.
La estridencia, el desplomo de la madrugada, lo nebuloso,
confunden que frente a la mesa casi vacía
está Julieta, hermosa, no debilitada,
articulando: ya vamos, ya vamos
con una actitud de amor que Romeo suele extrañar
cuando amanece.
César Boyd Brenis
Poema aparecido en el libro "Heterónimos frente al espejo"
del poemario colectivo SIGNOS (2006).